Cuando abrió los ojos sintió que salía de una profunda
armonía y comenzó a percatarse cada vez más de los ruidos que no habían tenido
el poder suficiente de despertarla antes. La ventana se azotaba; era una de las
razones por las que no le gustaba dormir en la habitación de su padre. Entonces
acarició debajo de ella al colchón y extrañó la potente suavidad de las sábanas
de su cama, en su habitación. Y ya dadas las circunstancias, se levantó y se
calzó las pantuflas al revés en la oscuridad. Tuvo que encender una luz porque
aún no entraba el sol por la ventana. Acto seguido caminó por el pasillo
tratando de encontrar alguna anormalidad
que resolver para no aburrirse, o hasta que le diera sueño.
Todo era tranquilidad en la habitación de su hermano, dónde
Ethan respiraba simultáneamente, tranquilo y relajado, con un brazo colgando de
la cama, e incluso con los ojos un poco abiertos. Había perdido el control para
mantenerlos cerrados: estaba completamente dormido. Recordó en su mente la
forma del reloj y contó las horas que faltaban para despertarlo; no tenía que
excederse de las siete horas reglamentarias si quería verlo con vida y
presentarlo a Justin algún día.
Prosiguió con el recorrido luego de ver que apenas eran las
dos de la mañana. Michael se había quedado dormido en su cama la noche
anterior, y molestarlo para que se moviera no la hubiera llevado al lado de las
buenas ideas. ¿Qué era lo que estaba mal con él? ¿Por qué era totalmente necio
en cuánto a perder? ¿Qué clase de juego estaba jugando?
Se acercó a la cama y lo observó dormir por un tiempo.
Incluso esperaba ansiosa a que el ruido del viento se callara para oír mejor su
respiración. Que bello era ése sonido, tanto como el de su corazón bombeando
sangre. Tales melodías le daban indicios de tranquilidad, la calmaban mejor que
el sonido de las olas en una orilla de la playa, porque le indicaban que él estaba
vivo aún, que todavía no se había ido, y que seguía siendo real.
Fue entonces como fue atrapada allí mismo. Recorrió todos
los cabellos de su frente, rizándolos con sus dedos y acomodándolos luego en su
cabeza, cada uno en un lugar en especial. Continuó con uno de más arriba que
acababa cerca de la línea de sus ojos. Lo descubrió mirándola cuando llegó a la
punta del rizo que terminaba de peinar y se alejó impulsivamente de él con un
mini ataque de vergüenza que le sonrosaba el rostro.
No se podía ver la boca de Michael detrás de la almohada,
pero sus ojos y el resto de su rostro denotaban que estaba sonriendo. Annie se
volvió a acercar, temiendo que realmente estuviera despierto, o que lo haya
estado durante los últimos minutos. Él levantó la cabeza con un gesto molesto y
los únicos cabellos decentemente arreglados eran sólo los que le caían en la
frente. Pensó ella que se molestaría por haberlo despertado. A nadie le gustaba
tanto dormir como a Michael.
–
¿Por qué dejaste de hacer eso? – dijo con un tono
de voz irresistible, algo ronca, la voz que le oyes todas las mañanas cuando
apenas se despierta – Que te toquen el cabello es la forma más sana de entrar
en coma, no te detengas.
–
¿Aún te sientes enfermo? – le preguntó por su
obvios escalofríos constantes.
–
Me encanta tener frio – se cubrió con la manta
grande – Pero esto ya está fuera de control, voy a amanecer dentro de un cubo
de hielo.
–
Te traeré la manta de la habitación de mi papá –
se levantó.
–
¡No! Espera ¿Con qué vas a cubrirte tú entonces?
– se sentó en la cama con gran agilidad.
Annie ya había cruzado la puerta y estaba levantando la
manta de la cama grande, era la más gruesa y la más pesada. Apenas podía
doblarla en cuatro la levantarla, pero después de eso, Michael estaba parado en
la puerta de la misma habitación.
–
Déjala ahí, ya no tengo frío – y su gesto, cara
y cuerpo decían lo contrario.
–
Sólo cambiemos de habitación – sugirió Annie.
–
No, quédate aquí. Tú me despertaste, tú me
tendrás que hacer dormir ahora.
–
¿Y cómo rayos planeas que haga eso?
Michael se sentó en la cama y la taladró con la mirada.
–
No Michael, no voy a dormir contigo. No otra
vez.
–
La otra
vez ni siquiera fue una vez.
Estábamos allí solamente, estando.
Cuando nos dormimos y despertamos luego de unos minutos – explicó, totalmente
seguro de lo que decía.
–
No es posible que dos personas se duerman al
mismo tiempo. Uno de nosotros tuvo que haberse dormido antes, y el otro debió
haberlo despertado de inmediato.
–
¿Tú habrías hecho eso?
–
Claro.
–
Entonces significa que tú te dormiste primero –
se mordió el labio, dándose cuenta de
que había sido su culpa.
Annie solo mantuvo sus brazos cruzados y desvió la vista por
la ventana.
–
Anda, es sólo dormir – insistió él – No habrá
otra cosa que pueda hacer en cuanto me noqueen tus poderes
calmantes-de-dolores-de-cabeza. Ya me conoces, ya sabes cómo soy y cómo me
comporto ¡Incluso estoy seguro de que hasta te aburrirás! Necesito dormir, en
serio.
–
¿Por qué simplemente no te vuelves a dormir como
hace rato?
–
No es fácil dormirme de nuevo, una vez que ya me
despertaron – dijo sin sonar como una acusación, sino como alguien totalmente
cansado – Ni siquiera me acercaré a ti si no quieres.
–
¡Ah! ¿Acaso planeabas hacerlo?
–
Sólo quiero estar contigo – pronunció bajando un
poco el tono de voz y se levantó para regresarse al otro cuarto.
–
¿Eso es todo?
–
Eso creo – respondió – No creo llegar a
obligarte.
Había ya empezado a caminar cuando Annie se voltea para
mirarlo y para no hallar ninguna mala intención o algún acto peligroso de su
parte. Decide olvidar que está resentida con él y le dice que se detenga. Le da
una orden de que se acerque.
–
¿Tú dándome órdenes a mí? – Michael no temió que
el humor arruinara o deshiciera la buena disposición de Annie – Soy ocho o nueve
meses mayor que tú.
–
En realidad, tienes doces años, si mal no
recuerdo – contraatacó.
Michael se quejó, le quitó la cobija a Annie de las manos y
fue directo a acostarse más porque moría de frío que por haber estado ofendido.
Annie hundió la cabeza en la almohada pensando constantemente que estaba ella
sola ahí e ignorando los nervios de cualquier categoría. Se rompieron sus
fortalezas cuando sintió una caricia sobre su antebrazo y entonces se descubrió
la cara. Michael estaba volteado hacia ella, lucía tranquilo y tiernamente
despeinado. Los ojos le describían calma y un buen refugio. No temblaba del
miedo, ni de la vergüenza, no podría nombrar que era lo que la chocaba, lo que
la obligaba a actuar de esa manera. Michael luchaba por no lucir débil, pero
tenía sueño, y eso lo dejaba ya varios estados más abajo. Sus ojos no estaban
completamente abiertos ni completamente cerrados. Miraban lo suficiente, nada
más y nada menos. Michael sentía como Annie temblaba por extraños indicios y se
sonreía muy por debajo.
–
Que miedosa eres.
Annie se acercó a él y lo besó en los labios,
desprendiéndose de todas las resignaciones, de todo lo moral que la obligaba a
desconfiar de él. Y se sintió bien así. No había nada mejor, ni más fuera de
lugar, que querer a alguien de ésa manera siendo ése el elemento que realmente
la ayudaba a crecer y a ser una mejor persona. No había nadie mirando, nadie
que juzgara sus acciones o la corrigiera en ellas, incluso él tenía los ojos
cerrados. Nadie le decía que eso estaba mal. Nadie le decía que estaba
equivocada, porque ella lo sentiría si fuera así...
... Y esperó. Duró algunos, varios segundos y nada le decía
que hacía mal.
Michael se acomodaba debajo de la cobija y se generaba calor
raspando sus manos contra sus brazos. Annie lo rodeó con los brazos y enterró
la cabeza en su pecho. Dejó que la vergüenza se le burlara y luego miró hacia
arriba. Ahora estaba quieto y sereno ¡Y de qué bello ángulo lo observaba! Sus
ojos aún estaban abiertos y parpadeaba con baja velocidad. Sus latidos eran
excesivamente rápidos y sonoros. Su piel estaba demasiado fría, cosa que le desgarró
el sentido del tacto. Estaba realmente muy enfermo, él siempre pasaba los
treinta y siete grados con una gran seguridad y ahora más bien parecía estar
esculpido en hielo.
–
¿Ésta es tu fiebre? ¿Frío en lugar de calor? –
le preguntó.
Michael no respondió, casi pareció no haber escuchado. No
estaba dispuesto a quebrar la paz de ninguna manera.
–
Te quiero – le dijo quitando cabellos de su
rostro y acariciándolo levemente mientras lo hacía – Aunque a veces quiera
ahorcarte y lanzarte yo misma por el balcón.
–
Abrázame hasta que muera asfixiado – respondió y
volvió a envolverla en un abrazo fuerte y desesperado.
Annie permaneció unos minutos en ésa posición y descubrió a
Michael bajo el quinto sueño sólo un poco después. Le seguía acariciando la
cabeza que desprendía el aroma del champú que usaba David. Dormido era un
peluche irresistible. Lo molestaba, besándolo en la frente o apretujándolo,
tanto que le era extraño que no se hubiera despertado ni movido molesto ninguna
de las veces. Una vez que decidió dejar de impacientarlo, se quedó muy cerca de
él sin soltarle e imaginó la pesadez que le llegaban a los párpados, hasta que
fue real y se quedó profundamente volando en sueños, dentro de la infinita y
más bella galaxia, de la mano de su estrella favorita.
Concluyó el momento en un relato demasiado corto, menos
detallado de lo que era capaz de inmortalizar en palabras. Se despertó un par
de veces de un cansancio ajeno, que a ella no le pertenecía. Como si Michael le
hubiera pasado una copa de cristal que ella debiera cuidar de no hacerla caer.
Pero cada vez que lo veía dormido se desprendían de ella un par de
preocupaciones propias y cargaba las de él, que eran más livianas por
incompresibles. Ella estaba gustosa de cargar con ello, de que alguien le ceda
lo más complicado y no lo más fácil por no creerla lo suficientemente capaz.
Michael medía correctamente las cosas y era consciente de que Annie mejoraba en
todos los aspectos a medida que los segundos pasaban. Se convertía en mejor
persona, ellos, ambos, uno por la culpa del otro. Una culpa benigna y
fundamental. Eran un cachorro de tigre y otro de león que compartían el mismo
tazón de leche. Porque Michael también había crecido en capacidad y en
voluntad. Nada le hacía más bien que Annie.
Él despertó primero y observó cuidadosamente la escena sin
mover un pelo. Eso hacía cuando se sentía bien y cuando estaba lo
suficientemente tranquilo para observar su propia película. Se nutrió de ella
abrazándola más fuerte con cuidado de no despertarla y avanzó hacia su rostro y
le removió el cabello de la cara. Decidió no perturbar ningún bello sueño en el
que estuviera navegando y se levantó con sigilo agudamente audaz. Abandonó el
peso pluma cuando oyó más ruidos en la cocina y simplemente caminó en dirección
hacia el escándalo, pero con la tranquilidad de su alma imperturbable.
–
¿Qué ha pasado? – Ethan no dio rodeos, estaba
esperando una respuesta – No puedo creer lo que has hecho tío ¿Por qué lo has
hecho?
–
Yo, – separó en sílabas y habló entrecortadamente
– no, hice, nada ¿Bien?
–
¡Pero he cruzado por la habitación y te he visto
durmiendo con Annie!
–
Dormir. Sabía que había metiches bajo éste mismo
techo. – se detuvo dos segundos - ¿Sabes? Esto me hubiera afectado un año
atrás. Pero no eres nadie para decirme o no lo que tengo que hacer, así que
cierra la boca que te van a entrar moscas.
–
Nadie me contesta así – dijo, con sentimiento
frío.
–
Pues “nadie” acaba de aparecer – dijo con
seguridad, levantando la voz. Michael daba miedo cuando estaba enojado y lo
peor era que tenía aún mejores argumentos en ése estado – Hay un remolino de
resentimientos aquí ¿Sabes cómo se forma un remolino, verdad? Aire frío y aire
caliente persiguiéndose, dando vueltas sin llegar a ningún lugar y destruyendo
la calma. Así que, bájale a la velocidad y deja al clima como está.
–
Yo sería el aire caliente.
–
¿De qué hablas? Eres un friolento débil. Si me
vieras en mi estado natural, te enseñaría como puedo freír un huevo en la palma
de mi mano.
–
Bueno ya basta, a Annie no la lastima el aire,
sino tú.
–
Ay por favor – Michael se río irónicamente -
¿Sabes cómo me caen las personas relámpago? De la mierda.
–
¿Personas relámpago? ¿Qué tonterías dices?
–
Personas relámpago, son las que dan pura amenaza
y sólo sueltan lucecitas.
–
Eres despreciable.
–
Soy despreciable cuando alguien aún más
despreciable me incita a ser despreciable.
–
¿Ah, dices que entonces yo soy el despreciable?
–
Digo que todo lo que me digas, rebotará y te
caerá a ti – Michael se sentó en la mesa y miró con desprecio al crucigrama de
un periódico viejo.
–
Las personas como tú saben mentir – Ethan caminó
detrás de él – Son tan hostiles como ésos cuchillitos inocentes que hay en la
cocina de mi abuelo que son para la mantequilla. Casi quedo con nueve dedos una
vez por menospreciarlos.
–
Te quedarás con ocho si me sigues compitiendo –
agarró un bolígrafo y trató de resolver los juegos de palabras que tenía
tendidos en la mesa.
–
Eres interesante – evitó sonar como un cumplido,
sino como una verdad universal.
–
Como digas – arrojó el papel lejos de su alcance
– Viejo, si alguna vez llego a ser abuelo, espero que inventen mejores juegos
que éste.
–
Debe ser horrible que tengas que pintar de
colores los relieves bellos que no se notan en los rostros de todos los demás,
pero que no puedas hacer nada con el tuyo para que te reconozcan.
A Michael se le zafó el bolígrafo con el que estaba
escribiendo.
–
Armas una hermosa película guiando a los
actores, a todas las personas a las que les ofreces un guión de frases
paradójicas y consejos bellos. Es un hermoso cuadro, pero ¿Dónde estás tú?
¿Dónde te ubicas? ¿Realmente te basta con ser el director nada más? ¿Alguien
que no sale en la película? Estoy seguro que eres lo bastante egocéntrico como
para desear ser el principal – continuó Ethan - ¡O peor aún! Quieres ser protagonista
y espectador ¡Que increíble sería! ¿Pues te digo algo? No puedes.
–
Gano Óscares.
–
¿Cómo Annie? Ella no es un premio.
–
Pero es oro.
–
Los Óscar ni siquiera están hechos de oro real.
Michael quería hablar, pero sus argumentos tenían miedo de
ser expuestos. Ethan era letal con las palabras, pero era tan inocente que sólo
se trataban de espadas sin filo. Michael no le tenía miedo como a Dylan, sino
que estaba asombrado. Ethan no parecía querer lastimarlo. Para él, Michael
representaba todo lo bello, todo lo armonioso. Y él, quién había sido golpeado
con tantas cosas malas en su vida, quería demostrarle que no todo lo bello
perdura, sino que quería aplastar las flores con hierro en concreto, para
después ver si aún siguen vivas o no. Ethan creía a Michael una persona sin
preocupaciones y sin desgracias, quería demostrarle las cosas horribles de la
vida, que lo morboso sí existe y cuan real era. Ethan sólo quería aprender a
luchar contra ellas y ser fuerte como él parecía serlo, y le arrancaría los
secretos de la cabeza si fuera necesario. Era un reto para Michael; el chico
era necio y difícil de guiar.
El resto de las cosas que Ethan continuó diciendo tenían un
color más tranquilo y liso, sin púas o espinas filosas. Comenzó a estudiar a
Michael y vio inútil el hecho de hacerlo enojar para que hablara, pero aún le
tendía algunas hipótesis que podrían llevarlo sólo al rincón.
–
¿No has pensado que...? ¿Annie se siente atraída porque eres interesante?
Ella se hace más inteligente cada día, quizá gracias a ti, pero ¿Y si llega el
día en que dejes de causarle intriga? ¿No te abandonará? – pronunciaba con
miedo por él mismo, como si el hecho le fuera a pasar a él y no a Michael – Y
si tú eres el responsable de lo abierta que es su mente ahora ¿No crees que tú
mismo la estás llevando a su propia ruina, a su propia decepción futura?
Michael medía a Ethan como una serpiente. Casi no estaba
escuchándolo, pero su aspecto daba a entender que estaba preocupado. Mentía con
el rostro y sacaba cuentas en su tétricamente silenciosa muestra gesticular
actual. Le impresionaba, Ethan estaba creciendo mentalmente. Estaba abriendo su
conocimiento justo de la misma manera que describía a Annie. Se sintió un buen
guía. Ethan había dejado de ser superficial, pero se había ido al camino de las
preocupaciones, al peligroso. Se tenía que cambiar y avanzar como Annie, por el
de la esperanza, la creencia y la confianza, pues era el único que llevaba
hacia alguna parte. El chico corría peligro de caer en un profundo valle sin
fondo, en la depresión, o podría morir ahogado por sus lágrimas ácidas.
¿Pero cómo decírselo? ¿Cómo decirle a Ethan que tenía los
días contados? ¿Qué estaba caminando al revés y con los ojos vendados?
Michael no pensó en una técnica, y sólo se soltó al habla.
No tenía tiempo que perder. Ninguna oveja debía desviarse de la ruta. Tenía que
guiar a la problemática oveja española que ya se había perdido, y ayudarla a
encontrar el único atajo disponible.
–
Quítate ésa maldita venda de los ojos y confía
en tus sentidos. Tu alma te dice mucho de lo que estás ignorando.
–
¿Cuál venda? ¿Confiar en qué? Eres raro.
–
No hay tiempo para que te distraigas con
cualquier cosa que la sociedad denomine como subnormal. No te fijes en las
capas externas, sólo confía.
–
¡¿En qué?! – gritó, harto.
–
¡En mí!
Ethan detuvo la marcha y frenó en seco. Todas sus ideas se
precipitaron y se mezclaron unas con otras. Callejos piedras sobre las puertas
que tenía abiertas, las que tanto le habían costado abrir. Su alma le dijo que
estaba perdido, todo a su alrededor le indicaba que estaba perdido. Estaba
obligado a no creer en otra cosa y sintió que estaba ciego, sintió que no podía
abrir los ojos y lo relacionó con la venda que Michael le había mencionado
cinco segundos antes.
–
Estoy perdido – la inocencia lo obligó a hablar.
–
Lo sé – asintió Michael.
–
Quítame la venda, por favor, no veo nada.
A Michael lo golpeó un aire frío y agradable. Usualmente
nadie entendía su idioma, y mucho menos le contestaban en él. Annie e Ethan
existían en el diccionario y supuso que el chico era capaz de entenderlo.
–
Hasta que no confíes en mí, no vas a poder ver.
–
¿En ti, pero qué eres? Eres un humano como yo y
todos. Odio que no hables en concreto ¡Por favor, habla claro, no te comprendo!
– decía con un hilo de desesperación.
–
Soy un símbolo de lo que va con el bien. Te voy
a ayudar a que camines y luego disfrutarás el camino tú sólo. No va a pasarte
nada.
–
No sé como confiar en alguien.
–
Si asimilas que no va a pasarte nada, sabrás que
estarás bien, y estarás confiando en mí.
–
Ya, estoy tranquilo – respiró y le corrieron las
preocupaciones por la piel. Tenía luz al frente y sabía por dónde ir. Aún no lo
aceptaba, pero tenía la opción correcta – Me siento raro.
–
No es raro, es diferente – aseguró – Y sí, así
se siente saber que vas bien. Así se siente la confianza. Tienes suerte al ser
capaz de sentirla.
–
¿Qué yo tengo suerte? ¡Oh, no! – se preocupó -
¿Qué pasará con las demás personas? No quiero que se vayan por el camino feo.
–
Ayudaremos a tanta gente como podamos – recitó,
tranquilo.
–
No eres el único símbolo del bien ¿No?
–
Claro que no, hay más, muchos más. La gente los
ignora. Quizá tú seas uno de ellos.
–
¿Cómo puedes saber eso?
–
No sé, lo presiento – trató de apuntar hacia el
futuro – Quizá tengas la misma misión que la mía.
–
¿Dices que tengo que lograr que le gente confíe
en mí así como tú lo haces?
–
Al confiar en ti, confiarán en mí... es una
especie de escalera – hizo la descripción con sus manos – Cada vez se alarga
más, pero una vez que entras, es más fácil de subir.
–
¿Y en qué termina ésa escalera?
–
En lo que sea que haya allá arriba – Michael
miró al cielo con chispas de ilusión, como si la galaxia entera le rodeara las
pupilas – Estoy bastante seguro que debe ser hermoso. Un mundo nuevo para
investigar.
Dos aviones delgados atravesaban las nubes por la mitad y
dejaban detrás de ellos una línea larga de vapor que se disipaba de la
imagen hasta desaparecer. De la ventana
parecían caer lágrimas cargadas de
lamentos, y de las surcos en el suelo parecían notarse pequeñas raíces
pertenecientes a árboles que tenían miedo de crecer.
–
Te has callado... – Ethan cruzó la penumbra con
sus ojos verdes al brillo vivo de la curiosidad
–
He aprendido a acomodar las palabras en el orden
correcto – suspiró acariciando el vidrio de la ventana, congelando la punta de
sus dedos a propósito – Pero nunca voy a ser capaz de recitarlas.
–
Oye tío, no entiendo ni la mitad de las cosas
que dices. Y eso me está volviendo loco. Creo que es lo único que haces mal,
complicar las cosas, deberías decirlas simples y ya. Sin las excéntricas
explicaciones. La gente no se gastaría el cerebro tan rápido.
–
Increíble – rió Michael. Le gustaba que a la
gente le costara trabajo entenderlo a veces, porque aquello significaba el
mérito final de una teoría bien hecha cuando finalmente era comprendido – Las
excéntricas explicaciones son necesarias. Si yo dijera las cosas, como dices
tú, “Simples” la gente no las creerá. Eso pasa con la iglesia y la religión,
¿Por qué hay tanta gente que no cree en Dios? Porque las cosas que dicen en la
iglesia las hacen simples, tan simples, que la gente lo cree un disparate. No
digo que ir a la iglesia sea inservible, hay gente que nació con fe y le es más
fácil aceptar los hechos escritos, pero hay otros que no y no son menos buenos
por eso. Creo que por eso el cielo nos envió a nosotros, a los guías, a la
gente como yo, y no lo digo por ser vanidoso. Estamos aquí para guiar a las
personas que necesitan un poco más de vueltas, un poco más de misterio. Para
alinear a las ovejas que se salen de la fila. Es una misión muy hermosa. Ésta
gente cree que necesita “ver para creer”, cuando realmente deben tocar la
tierra, oler las flores, nutrirse de los logros que se alcanzan con un buen
esfuerzo. Ethan, no puedo nombrarle las millones de cosas. Esto no es nada más
que ayudar a la gente. Que tú a veces no me entiendas no significa que algo
esté mal. Yo nací con la capacidad de comprender las cosas, y con algo de fé.
Al resto me la gané.
–
¿Y cómo logras todo ése proceso con alguien?
–
No es muy fácil, pero siempre tienes apoyo del
cielo. Tengo varias teorías, por ejemplo, el primer paso es hacerlos creer en
lo que ven e ignoran, porque ¿Cómo van a creer en algo que no ven si primero no
lo hacen con lo que tienen en frente? Empiezo con mostrarles muchos aspectos de
las pequeñas cosas de la vida, les doy argumentos hasta que no pueden discutir
conmigo y comienzan a asimilarlo. El hecho de que las cosas existen siempre va
a darme razones para amoldarlos, la realidad siempre va a estar de mi lado y
por eso no me ganan. El primero paso siempre fue creer para mí. Si no crees,
nada es real ¿Lo sabías? Cuando asimilan esto, se les abre más la gente y
puedes hacerles creer en el amor, que es la mayor fuerza de todas.
–
Con Annie te pasaste en ésa parte, eh – dijo,
esta vez no enojado, sino alegre.
–
No es sólo esa clase de amor. Sólo que con Annie
surgió que ella me enseñó a mí, y no yo a ella. Yo también aprendo cosas, me
encanta aprender.
–
¿No es ése un peso muy grande de cargar? Tener
ésa misión y...
–
Quizá, pero si me lo dieron es porque puedo con
él. Pero me encanta. Me encanta mi vida, me encanta ser quien soy.
–
¡¿De qué hablas?! Tus padres murieron, tienes
desgracias, vas a ir la guerra, estás obligado a cumplir una meta que suena
difícil y complicada ¿Cómo rayos puedes gustarte tener una vida así?
Michael se encogió de hombros.
–
No hay un solo día que haya lamentado. Todos los
días me hicieron lo que soy y simplemente estoy feliz de estar vivo y de tener
la vida que tengo – repitió – A veces cuando tengo un gran problema o una mala
situación y no sé qué hacer, pienso que mi vida sería un buen libro. Uno que me
gustaría leer.
Ethan estaba helado, pero lleno y completo. Se sentía el
dueño del mundo, capaz de hacer lo que sea.
–
Tienes tanta razón en todo lo que dices que a
veces te detesto – Ethan derribaba a la vergüenza, ya no pudiendo seguir a
Michael en lo que hablaba - ¿Me
explicarías entonces qué es esa gilada de escuchar a tu corazón? Es que todo
mundo lo dice, es tan cliché. Y además siento que en cualquier momento me lo estarás
diciendo.
–
No es tan así. La gente lo pinta como a un
corazón, de color rosa y todo, para hacerlo ver lindo. No debes enojarte con la
gente que quiere ver bonitas a las cosas, son los únicos a los que vale la pena
escuchar. Aunque no sé porqué usan la misma metáfora, habiendo tantas. Sólo no
te visualices al órgano sanguíneo y escucha la maldita voz dentro de ti que te
pide cosas ridículas.
–
¿Cosas ridículas?
–
Si. Amar a alguien, seguir tus sueños. Elegir lo
que te hace feliz, todas ésas son cosas ridículas. Actos ridículos que la gente
tiene miedo de cometer, cosas de la vida a las que les tenemos miedo. Eso te
pide él que hagas, porque es lo que verdaderamente te hará feliz.
–
¿Él? ¿Hablas del corazón?
–
Llámalo corazón como todos los demás, si quieres.
Yo creo que es más bien el alma, algo tuyo. Tú mismo te hablas, e irónicamente a
veces ni siquiera te escuchas. Por eso los sueños suelen venir cuando más
desesperado estás, porque dejas de escucharlos a todos y comienzas a buscar
dentro del único hogar que te queda... tu cabeza. Tu alma. Tú mismo.
–
¿Por qué mi alma nunca me ha dicho nada entonces?
–
Has vivido la vida superficial, niño. Siempre la
has escuchado y no notas la diferencia. A medida que crezcas vas a escuchar las
voces de las malas influencias también, y con frecuencia van a hablar más
fuerte que la tuya propia. Vas a enfrentar decisiones imposibles, vas a conocer
gente que te va a confundirte, a inspirarte y a demandar más de tu alma como
nunca antes...Y allí viene el famoso “¿Qué hago?” Pero si confías en lo que ya
te expliqué, sabrás que hacer.
–
¿Cómo tú?
–
Nunca he sido la inspiración de nadie – miró
hacia afuera una vez más – Es interesante.
–
¿No te la crees? Colega, es enserio que podría
escribir un libro completo sobre ti.
–
¿Tú crees? – lo miró, se sentía alagado – Sería
maravilloso. Una gran forma para que más gente escuchara lo que tengo que
decirles.
–
Es una lástima que ninguno vaya a conocerte así
como yo te conozco... Bueno, entiendo que Annie debe conocerte más, o ése tal
Justin. Pero nadie de la forma que yo lo hago, es extraño, raro... Nadie va a
estar parado aquí mismo, en medio de la casa de Annie, frente a una tormenta de
nieve, viéndote a punto de salir allá...
–
Viejo, cualquier forma posible de conocer al
arte es única y a todos les llenará de la manera que les toque.
–
¿Por qué hablas de arte?
–
Porqué está en todos lados. Mi maestro siempre
decía que las matemáticas te rodeaban, pero comprender el arte es mucho más
importante – se calló un par de segundos – Eso sí, nunca dejes la escuela. Tu
madre me mataría.
–
¿No tienes miedo de ir a la guerra? Le dijiste a
Annie por teléfono que te matarían, que eso habías soñado.
–
La cuestión es que los sueños no me muestran
exactamente lo que está pasando, no siempre. La mayoría de las veces tengo que
interpretarlos. Y lo que realmente ocurrió en mi sueño es un disparo que le dan
a Justin y a mí me invade la culpa de no haber estado con él. Quiero evitar
eso. En realidad no creo que yo vaya a morir. Nadie puede matarme, excepto mis
hermanos. Es parte de la profecía, de la logia.
–
¿Qué logia?
Entonces levantó el rostro y miró las esquinas, tan asombrado y confundido como un recién nacido.
–
Vaya – suspiró – A veces olvido que no estás al
tanto de todo – observó entonces la duda que le tendían los ojos del muchacho –
Nada de lo que pasó, ni de lo que vaya a pasar va a ser porque sí. Si sientes
que una cruel realidad te golpea y no puedes entender qué has hecho para
merecer tal castigo, piensa que quizá no sea un castigo, sino una lección, algo
que debes aprender antes de que te golpee más fuerte alguna otra cosa de la que
no estás enterado.
Ethan enterró la supuesta angustia que le
surgía por no comprender completamente a Michael debajo de sus ojos, pero ésta
vez había sido bastante claro. Documentó un par de fechas pasadas en las que
había recibido crueles verdades y duros eventos. Nunca pudo adivinar si eran un
castigo o no. Ése accidente de quemarse el cabello en aquella navidad, por
ejemplo, le había hablado de no volver a usar gorros largos junto a la
chimenea. O aquella vez – a diferencia – de cuanto trataba de aprender a andar
en patineta y su tío le gritaba de rabia todas las noches cada vez que le pedía
llorando que le comprara una. Cuando llegó a secundaria pudo comprarse una él
mismo con su propio dinero y experimentó duros golpes un tanto más fuerte que las
groserías que recibía en su mente inocente y totalmente maleable.
–
Nunca aprendí a andar en patineta – susurró muy
por debajo.
–
¿Qué? – Michael agudizó el oído.
–
Nada – se sacudió la voz gritona de su cabeza –
Supongo que cuando regresemos a España estaré castigado.
–
Sólo esconde tu reproductor de música entre tu
ropa – aconsejó – De cualquier cosa que te quiten, nada es peor que no poder
despejarte de la amargura con una buena canción.
–
Oh, mi tío sabe como castigarme. Ahora me dará
la mirada de desaprobación fuerte a diario ¿Tienes idea de cuánto he tardado en
construir un pequeño lazo de confianza con él? Me ha modelado como él quiere,
hasta me viste como un mayordomo de buenos modales. Siempre dice que he
arruinado su vida, al tener a mi padre muerto y él tener que cuidar de mí. Éste
va a ser mi peor año, pues cuando tenga dieciocho, me obligará a irme, y no
tengo a dónde ir... Es la peor persona que jamás haya pisado ésta tierra.
–
Bueno, Christopher es un poco...
–
No – Ethan interrumpió con seriedad – Nadie es
peor que él. No te atrevas a hacerle competencia.
–
Bien, eso creo – Michael dejó de beber de su
taza de café y se subió las mangas del suéter de lana del hermano de Annie que
llevaba puesto, porque le quedaba un poco grande - ¿Pero, por qué me lo cuentas
a mí? ¿No crees que es algo extraño?
–
La sociedad se ha encargado de hacernos a los
chicos lucir débiles detrás de una mirada fuerte y de muy pocas veces hablar de
esto con alguna chica o alguien que lo entienda... Pero siento que si no lo
digo ahora, moriré.
–
¿Es totalmente necesario usar esa palabra?
–
Si.
Había estado parado todo el tiempo, por lo que sólo se
impulsó fácilmente para adentrarse por el pasillo. Se había encontrado a Annie
en él. Cabeceó una vez para que lo siguiera a la otra habitación para poder
hablar sin que Ethan los pudiera escuchar.
–
A tu amigo le está por dar una de ésas tormentas
emocionales – anunció.
–
¿No que muy sobrino tuyo? – bromeó y luego
recordó el evento del día, motivo por el cual volvió a dejar caer escarchas de
su ánimo quebradizo.
–
Has hablado. Perdiste.
–
¡Tú hablaste primero! Incluso anoche– recordó momentáneamente
el juego mudo que habían empezado la noche anterior.
–
Quizá, pero jamás me acusaste. Anunciar al
perdedor puede rebotar.
–
De todas formas es un juego estúpido.
–
La gente suele decir que algo es estúpido cuando
conoce algo mejor – alzó una ceja – Estoy esperando.
–
No es tiempo de jugar. Te vas a ir a la...
–
¿No tienes otro juego? Bien, aquí va otro
entonces. Ahora queda prohibido decir las palabras “Guerra” y “Adiós”. Las
reemplazaremos con “Viaje” y “Hasta pronto”
–
A ti debería prohibirte decir “Muerte”
–
Defunción – sonrió – Oye, no me diste un
reemplazo.
–
¡No voy a andar con eso con el kilo de furia que
tengo encima ahora!
–
Bien. De mientras, haz silencio cuando no
quieras decir algo – entonces se volteó y caminó hacia afuera.
Justo antes de que pensaran en girar el cerrojo de la puerta
para poder salir, la lluvia se había abalanzado sobre la tierra, como si Dios
hubiera desplegado una cortina para que temieran de todo lo que hubiera detrás.
Michael comenzó a pronunciar su idea de caminar sólo hasta
la base, cuando Annie ya contaba el séptimo paso hacia delante de ellos. Como ya
era consciente de que nada detendría a Michael, se había acostumbrado a actuar
mucho más antes de que la mente le diera a florecer otro ramo de ideas
ridículas.
Ethan apenas se encogió de hombros y llegó a Annie saltando
a la altura de una rayuela por sobre los charcos y la tierra empantanada que
trabajaba de segunda capa por debajo de la nieve. Tenía un abrigo extra para
imaginarse un poco de calor. Listo para esperar que la lluvia se convirtiera en
copos congelados.
–
Esperen – Michael no finalizaría el cuadro sin
antes haber intervenido un poco.
–
¿Qué? ¿Otro discurso? Ahórratelo, porque no
quiero oírte decir nada – Annie interrumpió hablándole a la pared, sin ser
capaz de dirigir una mirada fuerte.
Nadie dio más argumentos, por inútiles que estaban resultando
ser. Michael cerró la puerta detrás de él y tomó el lugar del último pingüino
en la fila india. Annie seguía adelante como la líder de la manada, un poco más
alejada ya que Ethan reducía sus pasos para llegar a la par de Michael.
–
¿Estás enojado? – preguntó y Michael sólo dio el
gesto del signo de interrogación – Luces como un perro regañado, sin mencionar
que estás empapado por la lluvia.
–
No debería – y miró a Annie desde lo lejos – No la
reconozco ésta mañana.
–
Tú la has hecho así, juraría. Lo que no te mata
te hace más fuerte ¿No? Pues le ha sobrevivido a unos tantos disparos tuyos – y
caminó un poco más rápido para encontrarse con Annie.
Michael encajonó a todos en el mismo lugar, estaban todos en
la locura. Eran como una manada de lobos y no de pingüinos ahora, todos de un
color distinto, pero lobos al fin. Entonces Ethan y Annie se detuvieron en un
desvió, y esperaron dos segundos hasta que Michael se les uniera frente a los
dos caminos.
–
¿Y? ¿Por dónde es? – quiso saber el chico.
–
Hasta aquí – respondió Michael.
–
Está mintiendo – dijo Annie y retomó su ritmo –
Es por la derecha.
Ethan no se dio a discutir y la siguió, siempre echado un
ojo hacia atrás para percatarse de que Michael los seguía.
Michael podía contar sus huellas por su constante mirada al
suelo, pero lo hacía en retroceso, era cuenta regresiva. Como si esperase las
últimas para poder estar listo, o para disfrutar de sus últimas bocanadas de
aire. Annie en cambio, no podía
sospechar de nada que no fuera cierto. Su mente era impenetrable, ininteligible,
estaba más enfocada que de costumbre. Caminaba entre la nieve y dejaba que el
agua congelada le lloviera en la cara y le limpiara su debilidad, o que al
menos le congelara su miedo para así recordarlo, para no volver a él. Lo
arrastraba hasta gastarse, hasta aventurar, hasta escribir una historia digna
de contarse. Parecía no tener frío, estaba tomando al mundo desde un extremo y
hacía lo que ella quería con él. Cada mal predicción o presentimiento negativo
moría con el nacimiento de un nuevo paso hacia el frente; y no importaba hacia
dónde iba el camino, mientras siempre fuera hacia delante.
No se había percatado de todo lo que había caminado, ni de
cuando la tormenta se había vuelto más leve.
Ethan se venía quejando de que le dolían los pies por el frío, y de lo
cansado que estaba; y pensar que el chico salía a correr a diario ¡Qué camino
largo habría sido entonces! ¡Y que tan bien lo había resumido!
Michael parecía un dibujo salido de ésas historietas en las
que todas las expresiones de los personajes eran iguales. Sus ojos no cambiaban
y su filo estaba gastado y escondido bajo un par de párpados cansados.
Comenzaron a ver personas y humo a medida que el
inalcanzable horizonte se bajaba al nivel se sus pies. Era fácil ver a los
tanques de guerra, lo difícil era contarlos y siquiera sacar alguno de aquella
fila interminable. Uno de ellos pasó a gran velocidad frente a ellos, captando
toda la atención y el asombro de Ethan.
–
Es peligroso a partir de ésta línea – leyó el
rubio de un letrero.
Entonces detrás de uno de los aviones se quedaron, desde
dónde podían divisar la pequeña construcción que sobresalía de todo lo blanco y
de dónde provenía el humo. Sean le levantó la mano a Michael desde allí. El
fuerte parecía una mala pincelada en una hoja totalmente blanca, pues sus
líneas rectas y fuertes y el gris simultáneo en las cuatro paredes le daban un
relieve duro y más frío que la nieve misma.
Era el turno de humillarse para Annie, ya que no se puede
huir de una despedida si siempre le estaba diciendo adiós a cada cosa que a
Michael le recordara.
–
Por si no lo has notado, tu armadura de hielo
que te has puesto ésta mañana es transparente – dijo Michael rompiendo la
tensión.
–
Creí que estarías de acuerdo con que lo tomara
bien – respondió.
–
¡Por supuesto que estoy de acuerdo! – se hablaba
más hacia él mismo que hacia Annie – Tengo que estar de acuerdo con cualquier
cosa que te proteja ¿No? – se le quebró la voz – Si, eso diría una persona
valiente. Alguien cuerdo, alguien… normal.
–
Pero te olvidas que no eres normal, y te
encargas de recordarme de que estás loco, siempre lo dices.
–
¡Exacto! – exclamó, con el ánimo al borde del
abismo – No soy normal, no soy así, no estoy de acuerdo con todo esto. Estoy
obligándome a actuar así para que no lo pases tan mal, pero no está funcionando
– la tomó de los hombros con sus guantes grises – Necesito que me necesites.
Porque si vives bien, no tendré más motivos para intervenir.
Era como un padre que veía crecer a su hijo. Era nostalgia,
más que la realidad no ser útil para nadie, nunca más. Annie no podría
graduarse, Michael era quién la necesitaba ahora.
Annie no quería romper a llorar, más cuando estaba
cambiando, más cuando trataba de evitarlo. Entonces se quitó de las manos de
Michael, pero no era una buena vía de escape.
–
Es lo más débil que tengo – decía Michael y
Annie recortaba más y más el hecho de que lo vería llorar – No hay nada más
débil en mí que ésa ridícula y estúpida locura de sentirme necesitado.
–
Ella no debería pagar por eso – dijo Ethan.
–
Y tú no deberías abrir la boca ahora, Ethan –
dijo Michael endureciendo su voz otra vez y se volvió hacia Annie – Es como en
el funeral de mis padres…
Entonces Ethan comenzó a prestar atención.
–
Todos casi sonreían al día siguiente y apenas
lagrimeaban cuando no lo soportaban tanto. Decían ésa estupidez de que tienen
que estar felices a pesar de todo. Yo en cambio, lloré todo el maldito funeral
y no salía de mi casa, ni siquiera dejé entrar a Angie. Yo los extrañaba. Yo
creo que ellos merecen que yo llore, que esté triste ¿Sino como sabrán que los
extraño? ¿Cómo sabrán que son importantes para mí o que alguna vez lo fueron?
He podido superar cualquier cosa en mi vida excepto eso, y jamás creo que vaya
a poder escapar. No sé que otra manera existe de demostrarles que los quiero
más que extrañándolos, es como que yo me vaya unos años y te extrañara ¿Eso no
te haría sentir bien? ¿Qué alguien esté triste porque te extrañe?
–
Quizá en vida – Y Annie habló por vez primera,
preparada para todo – Otra vez, todas tus teorías son de perfecta caligrafía,
pero sólo aplicables en la vida. Hablas de la muerte como si fuera tu hermana,
cuando en realidad no la conoces. No sabes nada sobre la muerte, es más, debe
ser lo único que no puedes comprender. Y por eso te sientes tan atraído hacia
ella, por eso fueron todos ésos intentos de matarte, por ello te atrapa tanto
saber qué se siente morir; porque apenas
tienes información sobre ella, y a eso no lo soportas. No soportas los
misterios, no soportas nada que no conozcas ¿Sabes que si mueres, no estarás
aquí para comentárselo a nadie? Ése secreto va a quedar arriba siempre y lo
conocerás cuando hayas terminado de merecer a tu vida.
Michael calló. Era como un libro abierto que estaba siendo
leído para él mismo en voz alta. Nadie había sido capaz de estudiarlo, de
entenderlo o de explicarlo con lógica y sentido. Sentía los kilos de debilidad que
tenía estaban siendo escritos, y no quería eso, no quería ser descubierto del
todo. Él quería ser el misterio más grande, hasta ganarle a la muerte. Porque
así él conocería algo que los demás no ¿Pero de qué servía si él mismo no
terminaba de conocerse? Annie parecía saber más de él que él mismo.
Tenía que detenerse. Quizá podía dominar el deseo de
conocerlo todo. Quizá ya no era tan importante.
–
No vale la pena amargarte toda tu vida porque
ésa persona murió ¿Sabes por qué? Porque ésa persona está viéndote fracasar.
Estás llevándole la tristeza al cielo ¿De verdad quieres hacer eso? ¿Por qué
mejor no la haces sonreír?
–
Pero la extraño – respondió Michael.
–
Tu madre sabe que la extrañas porque sabe que la
amas. Mejor hazle sentir que la amas, lo de extrañar viene involuntariamente
con eso y no tendrás que encargarte de sentirte mal. ¿has siquiera tratado de superarlo?
–
Eso creo. Sino no estaría aquí y sería un tipo
raro que vive entre la oscuridad. Oh y tú… - la miró otra vez – Tu tampoco
serías la misma si yo no estuviera aquí.
–
¿Qué quieres decir?
–
Antes estabas desorientada, cuando te conocí eras
alguien a quién no le importaba ser alguien, sino pasar la juventud lentamente
y tu adultez lo más rápido posible. Si yo tengo una misión en éste mundo, como
todos los demás, ésa es guiar, no dejar que nadie se descarrile, ni que se
pierda de ver hasta la última mariposa. Pero de todos mis pacientes, tú has
avanzado mejor y ahora no quiero que dejes de visitarme, de hacerme preguntas,
ni de pedirme que te ayude ¿No has notado acaso que cambiaste?
Ethan quería levantar la mano internamente.
–
Eres lo mejor que me ha pasado – susurró ella
para sí misma, denotando lo cambiada que estaba.
–
Veo en ti un futuro prometedor incluso –
continuó él – Estoy bastante orgulloso.
–
¿Qué clase de relación es ésta? – Ethan frunció
el ceño y agudizó su voz con mucha intriga – Son como amigos con amor de
padres, mezclado con hermanos, mezclado con novios… Mejor te espero en el
desvío Annie – entonces le dio la mano a Michael, se saludaron con un apretón
fuerte y el chico desapareció entre los árboles nevados.
Annie tuvo que reír.
–
No creo que pueda soportar que no estés con
nosotros. Es difícil, no tienes idea de cúanto.
–
¿Sabías que todas las cosas tienen el mismo
grado de dificultad? Es a las personas a las que les cuesta más o menos hacer
unas o las otras.
–
Tú siempre harás eso – lo tomó del cuello
ciegamente y lo abrazó tan fuerte como pudo – Ahora camina y no veas hacia
atrás.
–
Adiós – intentó avanzar.
–
No. Hasta pronto.
La culpa mató a la sonrisa momentánea de Michael. Se inició
entonces a avanzar. Caminó detrás del ensordecedor ruido de los motores de los
aviones y se quitó la gorra cubierta de nieve frente a la entrada de aquél
cuartel extremadamente pequeño. Dentro había una litera con dos colchones sin
sábanas, uno arriba y otro abajo. Había pequeñas grietas que cortaban con el
simultáneo gris de la habitación. Luego había un calentador y una caja de
fósforos ecológicos en la esquina, y sobre la mesa que ocupaba la mayor parte
del espacio, había una extraña máquina demasiado pesada con cables, radios,
auriculares y botones varios. Había un chico operando a la máquina y tenía los
auriculares puestos y la mente en la pared, como si estuviera imaginándose una
película sobre ella. Sean tenía una taza de agua caliente en la mano.
–
Eso ni siquiera es café – dijo Michael señalando
lo que bebía su compañero.
–
Es la única forma de calentarse – bebió un sorbo
ruidosamente – No hay nada más que beber que esto.
–
¿Qué está haciendo? – preguntó señalando al
chico que sumergía su atención en la película imaginaria de la pared.
–
Está operando con los pilotos, hablan con
nosotros, nosotros les damos órdenes. Ésas son las coordenadas de vuelo y los
últimos lugares dónde nos informaron que están los rojos – nombró de manera
eficaz a los canadienses – Por cierto, a ti te tocan las siguientes doce horas.
–
¿Dijiste doce horas? ¿Se te zafó algo? – Michael
no podía llegar a un tono agudo de una voz desconcertante, el frío no se lo
permitía. La taza de agua caliente dejó de verse tan mal.
–
Si quieres horario completo, puedes quedarte
también toda la noche. Con eso Dan y yo podríamos salir y buscar algo para
comer.
Y cuando termina de formar la frase, se oyen nudillos golpeándose
contra la puerta de enfrente, la cual estaba abierta. Sólo habría de voltear
para ver de quién de trataban. Eran tres niños con gorros de lana sucios y
destejidos en la cabeza, una bicicleta que parecía muy grande para ellos y unas
tres cajas cubiertas con manteles pequeños de tonalidades navideñas. El mayor
de ellos se quedaba detrás todo el tiempo y cubría su cara con cualquier opción
que tuviera en frente. Uno de los más pequeños se adentró al cuartel cuando
Sean les dijo que lo hicieran.
–
Señor soldado ¿Quiere comprar bizcochos dulces?
– dijo el pequeño.
–
Claro ¿Cuánto cuestan? – preguntó Sean buscando
algo en sus bolsillos, sin éxito alguno – Voy a buscar en mi bolso, ya regreso
– y se dirigió a la mochila detrás de la litera.
–
Yo les compro también – Michael tenía su mochila
al hombro aún, por lo que encontró las cosas más rápido – Sólo díganme cuánto.
–
Lo que disponga – dijo el otro – Son los últimos
del día ¿No le importa que estén fríos? Si no los vendemos, nuestra madre no
nos dejará entrar a la casa.
–
Oh – Michael se quedó helado, con el dinero en
la mano – Tengan.
Al mismo tiempo que Sean volvió, Michael se llevó a la boca
uno de los bizcochos y arrugó el gesto en el peor de los sentidos.
–
Coman el resto – Sean habló por Michael cuando
lo vio tragarse el bizcocho a duras penas – Me basta con uno sólo.
–
Gracias señor – sonrió uno de ellos.
–
¿Qué edad tienen? – Michael los observaba
mientras permanecían ahí.
–
Yo tengo ocho y mi primo tiene seis. El de atrás
es mi hermano y tiene doce, pero le avergüenza que hagamos esto y casi nunca
habla.
–
Oh ¿Enserio? – Michael miró con cierto aire
agradable al chico mayor que temía entrar a comer con los demás – Vamos entra,
no somos estrictos aquí. Es más, yo también tengo doce.
Sean miró de la forma más extraña a Michael y arrugó el
gesto.
–
Bueno... alguna vez tuve doce. Si, así – Michael
corrigió su oración de inmediato. - ¿Pero por qué vienen aquí?
–
Los soldados siempre son amables con nosotros,
venimos aquí siempre. Pero es la primera vez que los vemos a ustedes – habló el
mayor por vez primera – Yo quiero ser como ustedes algún día.
–
Ni tanto, amigo. No soy un verdadero soldado –
Michael comenzó a hablar y fue interrumpido una vez más por la mirada
insistente de Sean – Quiero decir... cualquiera puede ser un soldado, lograrás
lo que quieras si te lo propones.
–
Mi hermana no – rió el muchacho – Quiere ser una
princesa, eso sí es imposible.
–
¿Dónde está ella? – preguntó.
Entonces el niño que primero había hablado con voz ronca se
quitó el gorro de la cabeza y dejó relucir un hermoso cabello largo, un poco
descuidado, pero bastante brilloso.
–
Siempre se burla de mí – dijo la niña, luchando
por no soltar una lágrima.
–
Debería tener algo alentador en éste momento –
se dijo Michael a sí mismo y luego fue a levantar la voz - ¡Pero claro! ¡Si yo
conozco a una princesa!
–
¿Enserio? – los ojos de la niña se iluminaron
intensamente y ensanchó su sonrisa. Los otros dos chicos se helaron en sus
posiciones y Sean sólo se rascaba la cabeza de manera nerviosa.
–
Mi novia es una princesa – dijo Mike con todo
orgullo y señaló el camino por el que él había venido – Se fue por allá. Va a
pie, y seguro que con la bici la alcanzas. Ella te dirá como ser una princesa.
–
¡Claro! – la niña ilusionada soltó la caja vacía
y se montó a la bicicleta con gran agilidad y pedaleó por los senderos más
planos y sin nieve.
–
¿Qué acabas de hacer? ¿Tú novia es una princesa?
¿Acaso eres un príncipe? – dijo el niño más pequeño, preguntando sin un filtro.
–
Algo así. Mi sangre es azul.
Sean escupió el agua que estaba bebiendo y se tomó la
garganta con una mano.
–
Mejor alcanzamos a Peige, va a perderse ¡Adiós!
– y se encaminaron por la misma dirección.
–
Estás demente – Sean estaba desconcertado -
¿Siquiera tienes novia?
–
¿Por qué? ¿Te interesa salir conmigo? – se burló
y se arrojó a la cama – Despiértame cuando empiecen mis doce horas.
La niña pedaleaba sosteniendo su gorro de un extremo,
deshaciéndose en el intento de resistir contra la corriente de aire. El camino
parecía ser siempre el mismo; dejaba cientos de árboles atrás, unos exactamente
iguales que otros. Eran diferenciados por el diseño propio de cada manto de
nieve que les caía encima.
El aire se tornó insoportable de lo helado. Su esperanza en lágrimas le congelaba el
rostro y no la dejaba ver. Iba a caer desvanecida justo cuando atravesó a un
par de chicos lo suficientemente abrigados y les cerró el paso de una maniobra
que había aprendido. Casi ni los había
visto. Quién sabe cuántas hadas habrá cruzado sin haberlas visto por todo ése
bosque blanco del encantamiento. Pero no había seda en la indumentaria de la
chica, y el rubio no vestía exactamente como un príncipe. La niña sólo se sentó
frente a ellos y respiró bocanadas aceleradas de aire exageradamente frío.
–
¿Princesa? – le dijo a ella, esperando una
respuesta positiva después de todo.
–
¿Yo? – Annie se señaló con el dedo.
Ethan contuvo la risa tratando de meterse ambas manos en la
boca.
–
Sí, el soldado de los ojos lindos me dijo que
eras una princesa, es verdad ¿Cierto? – pronunció finalmente con un timbre más
tranquilo.
–
¿Soldado de los ojos lindos? – no podía
imaginarse sino a una sola persona, lo que le provocó sonreír - ¿Qué te ha
dicho para convencerte de venir hasta acá?
–
He venido a que me digas el secreto de las
princesas. Quiero ser una algún día ¿Sabes?
Ethan soltó una carcajada involuntaria con los ojos llenos
de lágrimas de humor. La niña de carácter blando sorprendió a sus instintos
tranquilos, parándose llena de ira para ir a hacerse respetar con el rubio
burlón, pero cuando se acercó a él, estornudó tan fuerte como si una amapola
brillante le hubiera crecido de las orejas. Esta vez Annie río.
–
Eres alérgica al perfume de limón de Ethan – y
entonces ella lo miró – Te dije que era patético.
–
Nadie tiene buen gusto en éste país – se cruzó
de brazos como un niño pequeño.
–
Princesa, por favor. Necesito saber el secreto,
es el único sueño que me queda.
–
Pero yo no tengo ningún... – articulaba
totalmente nerviosa palabras que sabía que no podría terminar, cuando Ethan
cambió el gesto y se sintió “la oveja” repentinamente.
–
Anda – le susurró a Annie de un descuido –
Guíala.
–
¿Cómo hago eso? – le respondió de la misma
manera.
–
Confía en mí, en Michael, y en todo lo bueno.
Piensa que es lo que él diría, y te van a iluminar distintas luces. No imaginas
lo bien que se siente esto que te describo.
Annie volvió a dirigirse a la
niña y se acomodó a su lado para poder hablar. Creía que podía. Entonces dejó
que la angustia temporal se le resbalara para poder dibujar una mueca de
felicidad al menos en un rostro. Juntó
toda su vida en una frase y soltó todo el sentimiento.
–
Escucha, tú ya eres una princesa... – comenzó.
–
Claro que no. Eso es una gran mentira, las
chicas de los bolsos caros en mi escuela son unas princesas.
–
Ésas debes ser egoístas... – Annie imaginó a las
típicas niñas bonitas que la molestaban a ella siendo niña.
–
No lo son – increíblemente respondió – Son
adorables, son mis amigas. Pero yo no soy bonita de afuera ni tampoco de
adentro. A veces soy demasiado tímida y me da vergüenza decir gracias o soltar
algún cumplido.
Estando atónita, Annie le dirigió una mirada de ayuda hacia
su compañero.
–
Ella no necesita palabras simples, nació por
poca fe. Tienes que ayudarle a armarla con un buen argumento – Ethan hablaba
tan sabiamente que apenas se reconocía – Recuerdas como habla Michael, dale
pistas claras que ella entienda y respete.
–
¿Entonces por qué Michael la envió conmigo y no
habló directamente él con ella?
–
Porque la niña no necesita un consejo vacío y
plano. Necesita oírlo de alguien que lo sienta, de alguien que se parezca a
ella. Y a menos que tenga toda la biología equivocada, Michael no es una
princesa.
–
¿Acaso yo sí?
–
Te pareces a ella, sólo mírala – y se alejó
hacia afuera para dejar a la conferencia tranquila.
Annie se vio en la niña y todo se volvió más fácil.
–
Quizás no seas la princesa de tu cuento –
comenzó – pero eres la autora de ésta historia, y la autora tiene el poder de
decidir, e inclusive puede convertir a la mendiga en una diosa, en una reina, o
en lo que tú quieras.
–
¡¿Dices que puedo ser lo que quiera?! – sonrió y
dejó ver toda una galaxia detrás de sus ojos.
–
Claro – Annie se iluminó de su entusiasmo – Y
alguien a quien quiero mucho siempre dice que si el camino es difícil, es
porque vas bien.
–
Gracias – tomó su bicicleta – Comenzaré de
inmediato.
–
Por cierto, soy Annie ¿Y tú?
–
Mi nombres es Peige, pero me gustaría tener uno
más bonito.
–
Tu nombre es muy bonito.
–
Quizá – sonrió – Pero me gustaría otro que
signifique algo. Uno que rime con el tuyo – se montó en la bicicleta y no
volvió a mirar atrás.
Annie se levantó con los ojos un poco desorbitados,
sintiéndose totalmente dueña de su historia.
–
Me siento rara – dijo.
–
No es rara, es diferente – y rodeó a Annie con
un brazo y siguieron caminando.
***
Seguro se preguntaron por qué el nombre del capítulo es tan raro, espero que se haya entendido. Casi parece un chiste.
Lamento hacerlas esperar. Les quiero agradecer los comentarios, últimamente hacerlos cuesta mucha voluntad y un wifi fuerte. Sólo gracias por ésta ahí. Tengo mucha fe en éste capítulo también.
P R E G U N T A ~
¿Eres una oveja?
Responde si o no :) Claro, si entendiste el capítulo.
¡Saludos a las ovejitas!
Si, soy una ovejita :3
ResponderEliminarYa te he dicho todo lo que ha despertado de nuevo en mí un capitulo de tu novela, así que no voy a repetirme mucho xD
ResponderEliminarEspero con ansias el siguiente que estoy segura que será mejor.
Volviste a hacerme sonreír amiga, gracias.
Así que ya sabes lalala (8) ♥
La parte en que Annie le peina los rizos a Michael es tiernísima. Me encantan las escenas de amor que no son en lo absoluto melosas o demasiado cursis, así que has logrado alegrarme en ese punto, lol. Y el de "Michael no es una princesa"... seré babosa, porque me reí con ganas al leerlo. Además me acordé de una vez que me imaginé al Hylton con vestido xD, pero eso se cuenta después.
ResponderEliminarLa charla de Michael con Ethan la hallé fascinante. Muy metafórica y cierta. El significado de "eres una oveja" puede tomarse de varias formas, así que lo pensé bastante. Supongo que, de cierto modo, algunas veces, suelo ser una oveja.
Que estés bien, Kati. Saludos :)
si. Lo soy y una que esta muy perdida :)
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