La cuenta regresiva hacia la muerte de Michael.
Narra Justin.
Día 6.
Otra
vez era arrastrado, como hipnotizado por una manzana que colgaba frente a mí y
muerto de hambre. Me hallaba circulando un camino que me hablaba con destellos
centellantes que eran luces inalcanzables en versos, y dulce a mis oídos estaba
su voz de sirena. Me atraía peligrar, estar al borde al abismo. Nunca me había
pasado, pero estaba tan cerca de caer que no podía imaginar si eso era lo peor,
o si me asustaba mucho menos seguir
arriba con el miedo de caer para siempre, hasta que alguien decidiera
empujarme. Pues a todos nos llega ése empujón alguna vez.
El
camino fácil siempre ha sido un peligro. Pero por suerte, tiene validez darte
cuenta cuando estás a mitad de él para volverte. Y estaba tan claro para mí. No
volvería a caer en el mismo pozo.
Pero
antes de que pudiera siquiera planear mi próximo movimiento, Dylan abrió una
pequeña puerta de metal muy pesada y colmada de tantas cerraduras que juraría
que sería el principio de los finales. La entrada a un ataúd del tamaño de un
cuarto.
Las
paredes tenían esa cosa que aísla en sonido. Casi como si fuera un estudio de
grabación o una solitaria sala de una pulgada para músicos frustrados que no
pueden respirar más que partituras ilusas que no entienden. Se me hacía fácil
imaginar una guitarra en aquella esquina.
Pero
entonces, cuando volteo otra vez, Dylan había dejado su camisa en el suelo y
proseguía desvistiéndose. El arma, la
busqué. La había dejado junto a la mía, ambas detrás de mí. En mi poder, pensé.
Yo no
había cerrado el trato de cederle mi uniforme, pero creo que no escaparía de
todo esto con un simple arrepentimiento cobarde y una caminata veloz a través
de esa puerta – que sin mi previo entrenamiento y la fuerza que había tomado en
él, me vería como un ratón tratando de empujar un enorme barrote de acero si
sólo intentaba abrirla -, por lo que permanecí quieto, despidiéndome del calor
que generaba haberme detenido de tanto
correr en el campo. Pues cuando me quitara la primera cosa, me congelaría hasta
las ideas.
Dylan
siempre me pareció hielo, aunque deba de tener los mismos grados que yo. Lo
tildaría de masoquista si Michael ya no ocupara ése puesto. Quizá, cuando no
puede hacernos sufrir a nosotros, se hace sufrir a él mismo.
Podría
saberlo. Cuando tenía mi cámara fotográfica nueva, no tenía modelos y por lo
tanto me fotografiaba a mí mismo frente al espejo. Si la cuestión era ser
solitario, yo me quedaría en último lugar. Nunca estoy solo, incluso estoy
desacompañado.
–
¿Vas a quitarte el uniforme o esperarás a que me congele? – me pateó
mi subconsciencia repentinamente.
Ésa sería una buena idea, pensé.
–
Nunca voy a entender tus propósitos. Tú forma de fomentar el odio.
–
¿Cuál odio? – respondió, ofendido – ¿Estoy humillándome delante de ti
y me llamas odioso? Sólo ponte esto y dame tu chaleco ¿Quieres?
–
Pudiste haber prevenido lo que diré y haber planeado ésta conversación
para convencerme de una mentira, por ejemplo. Pero no tendrás éxito con ello –
vigilé mi arma y la suya de reojo, con cierto temor de que ambas aparecieran
mágicamente en sus manos en algún pequeño momento de descuido – Michael sabe
cuidarse solo, no necesito ir a buscarlo.
–
¿Y estás tan seguro?
–
Por supuesto que estoy seguro. Ha cuidado de él mismo y de mí cuando
yo era tarado.
–
Sigues siendo tarado. Cariñosamente.
–
Lo sé, es mi marca personal – me crucé de brazos – Y no te daré mi
uniforme hasta que entienda tu plan y pueda detenerte.
–
Que infantil – dijo - ¿Me tendrás encerrado aquí hasta entonces?
Porque técnicamente, si yo tengo la llave, el prisionero aquí eres tú. Y estás
en una base estadounidense llena de soldados que te fusilarán apenas vean ésa
banderita roja en tu chaleco.
–
No soy tan ingenuo como para haberte seguido hasta aquí y haber caído
en eso.
Levantó
la ceja, yo lo había dicho con mis palabras.
–
Oh… - dejé pendiente por un segundo – Bien, aún soy tarado.
–
Necesitas a Michael. ¡Que independiente eres! – dijo enorgullecido de
su sarcasmo.
–
¡No me ataques! Vaya, creo que él y tú tienen más en común de lo que
alguna vez pensé – actué con un gesto infantil, seguro de que tenía ambas armas
de mi lado y en mi poder.
–
¡Oh, cuánta razón tienes! Si somos hermanos, debemos parecernos en
ciertos aspectos. Michael y yo. El menor y el mayor, ambos de personalidad
fuerte. El del medio siempre se ocupa de resolver peleas entre ellos.
–
Yo sí tengo personalidad – afirmé, torciendo el gesto. Ni yo me lo
creía – Y no estoy para resolver peleas, yo quiero…
–
Quieres paz ¿No es así? Tres de nosotros viviendo y compartiendo juntos.
No me mientas, sé que es eso lo que quieres. Más aún cuando un hermano tuyo es
un asesino y el otro también.
–
Michael no le ha hecho daño a… - entonces vi la cicatriz de su pecho.
El cuchillo, la cocina. Podría jurar que dibujaba una “M” nerviosa en ésa línea
de puntos violetas y azules – Pues eso ha sido tu culpa – dije.
–
Si, sobretodo porque llegué a Oxford y me trataron como uno más.
Claro. Y repentinamente comencé a matar gente, porque soy un loco – duro
sarcasmo seco, otra vez.
–
Michael te vio en sus sueños y…
–
¡Claro! Pero sólo piénsalo, Michael vio en sus sueños al futuro. Eso no
lo dudo. Pero ¿Cuál futuro? ¿Éste presente?
–
Probablemente.
–
Pues bueno, él sólo estaba viendo lo que él mismo iba a causar. El
futuro puede ser así de engañoso, Justin. Debió haberlo cambiado, debió actuar
diferente ¿Por qué siempre cambia el futuro para salvarle la vida a Annie, o a
ti, pero no le interesa la mía? Él quizá sea el guardián de todas las almas
desdichadas en éste mundo, excepto por mi, claro. “Dejemos que Dylan se muera,
por feo”
–
Eso no es… - y entonces rebotaron en mí todas las veces que tratamos
de evitarlo cuando parecía un simple estereotipo andante en la escuela y nos
esmerábamos en molestarlo.
–
Piensa que, si a ésta magia, de la que fuimos dotados… - apartó una de
sus manos – Le sumamos odio y desprecio – ahora juntó ambas manos - ¿Qué crees
que va a surgir? Es como agua con sal, que dará como resultado agua salada. Y
no puedes discutirme que no es verdad, Justin, no puedes.
Me
hallé en lo que decía mientras enfriaba mi espalda contra la pared.
–
¿Y que hay de tu toda fuerte
personalidad? ¿Cómo permitiste que te afectara tanto? Tú madre es un sol,
por ejemplo. No pudiste haber centrado toda tu atención sólo en nosotros dos –
dije.
–
¿Y en dónde se supone que debo centrarla? ¿En la gente que te elogia
por tus ojos todos los días o en un par de raros que repentinamente te odian
sin que les hayas hecho algo? No sé tú, pero estoy consiente de lo que llama
más la atención. Y peor aún cuando descubro que tienen mi misma sangre ¿Apoco
ignorarías eso? Respóndeme.
–
Yo…
–
¡Respóndeme! – gritó con voz desgarradora y cortada, como de auxilio,
como de enfermedad – Tú no conoces mi historia y Michael tampoco. Y como he
notado que son expertos en juzgar, sé que no va a interesarles.
–
¿Y por eso quieres acabar con él?
–
No me libraré de esto, hasta no verlo
nunca más, hasta que desaparezca. Es odioso, es… - vi que se limpió uno
de sus ojos debajo de la oscuridad – Yo no sé perdonar. Eso no me hace malo.
Eso no me hace digno de morir.
–
Entonces él tampoco es digno de morir. Tienes un problema.
–
¡Vaya gracias! – levantó los brazos, con pizcas de resentimiento aún –
Él también tiene un problema, creo incluso, que es el mismo. Si vas a
corregirme a mí, corrígelo a él también. Todo lo que hagas conmigo, hazlo con
él y verás como nada antes era justo.
–
¿Y qué quieres que haga con él? – me pregunte, tratando de seguir.
–
¿Qué ibas a hacer conmigo?
–
Matarte.
–
Bueno – asintió con la cabeza.
Sentí
como si alguien hubiera pintado de negro mi subconsciente, como si hubieran
metido limones agrios a mi boca. Me sentía manipulado, obligado a hablar así.
Manejado por mi interna mano negra propia, algo que nunca me había permitido
antes. Algo de lo que siempre me había privado.
–
No voy a matarlo – dije, aún algo aterrorizado.
–
Entonces tampoco vas a matarme a mí.
–
Él lo hará.
–
Escúchame – dejó la precipitación y volvió a hablar con calma, pero
aún bastante preocupado – Sentir bronca y envidia no te hace malo ni menos
bueno. A nadie. Simplemente padecemos ésas cosas. La razón es la única forma de
controlar ésas cosas.
–
¿Razón? – me pregunté en voz alta y luego seguí hablando con él – Michael
tiene mucho de eso.
–
Exacto. Él es igual de torcido que yo, sólo que él puede controlarlo.
Yo no tengo la culpa de haber nacido sin eso, sin... ni siquiera una pizca de
razón.
–
¿Dices que eres idiota y que envidias a Michael? – resumí en mis
palabras todo lo que acababa de oír.
–
Si – dijo, avergonzado de ello y enojado consigo mismo por ser tan
patético – No se lo digas.
Confiar en Dylan era
fácil para todo el mundo, excepto para Michael y para mí. Por lo que, por más
sincero que se haya escuchado, no arriesgaría ni un solo pedazo de tela de mi
uniforme para que me llevara a cualquier lado.
–
No existen los villanos – me dijo después – No hay malos en la
película. Nadie busca el mal.
–
Tú buscas el mal si quieres ver muerto a Michael – respondí.
–
Pero con ello busco mi bien ¿Lo ves? Al final todos quieren algo
bueno. No existe el masoquismo, nadie busca hacerse daño sin un fin bueno. Pero
si tienes una mejor forma de arreglarlo, te escucho. Después de todo, yo no soy
el que tiene razón.
Entonces me imaginé
a mí mismo, caminando por la vida, casi arrastrándome, sin tener la noción de
lo que estaba mal y lo que estaba bien. Dylan estaba enfermo, y nadie es malo
cuando se está enfermo. Optar por matar – que era, al parecer, la única opción
que conocía para solucionarlo todo – no habría un nuevo campo de ideas, y no
había nadie que lo estuviera ayudando.
¿Pero realmente existe alguien que no sepa lo
que está mal y lo que está bien? Me decía la soga que me traía del cuello
hacia el lado de la desconfianza. Creo
que yo necesitaba oír aquella historia y si no me era convincente, elegiría un
par de ésas armas para fusilarlo.
¡Pero qué descaro! ¿Matar?
¿Yo? Ay de mí, que tengo su misma sangre y se me ocurren sus mismas ideas ¿Qué
me ha pasado? ¿Cómo trato de corregirlo si yo mismo pensaba de la misma manera?
¡Pues, en qué he estado pensando!
–
No voy a darte mi uniforme, Dylan – comencé a temblar de nervios por
lo que yo mismo estaba a punto de decir – Dame la llave.
Y me la aventó por
el aire hasta yo atraparla, de forma inmediata.
–
Ahora, yo iré a buscar a Michael y lo traeré para que resolvamos esto,
porque yo mismo me estoy confundiendo – creo que no nunca debí haberle dicho
eso último – Y tú te quedarás aquí y no saldrás hasta que yo vuelva.
–
Estoy bien con eso ¿Pero no crees que si llevas mi uniforme será más
fácil? Si eres Canadiense te costará la vida salir de ésta base.
Entonces lo pensé y tampoco decidí darle mi uniforme. Si el camino es
difícil es porque vas bien ¿No? Pues, tomar un poco de riesgo pondría a la
suerte de mi lado.
–
Voy a salir de ésta base sin ningún problema. Voy a llevarme ambas
armas y te quedarás aquí ¿Está bien? – repetí.
–
¿Cómo sé que vas a volver?
–
Porque quizá a Michael no le pesen las cosas en la conciencia, pero a
mí sí. Además si te da miedo quedarte encerrado para siempre, piensa que
siempre va a haber alguien que va a abrirte ésta puerta. El aire no se
terminará tan rápido.
Oh rayos, lo estaba sometiendo a
tortura.
–
Está bien, puedo con eso – dijo y tragó saliva, nervioso. Sabiendo que
podría morir si no volvía con Michael a tiempo. Entonces miró ambas armas y me
dijo – La mía está más cargada.
–
Bueno – lo comprobé y entonces era cierto.
–
¿Estás seguro que no quieres mi uniforme? – me preguntó al final, para
hacer más fácil mi tarea. Ahora no quería poseer el mío, sino que yo usara el
suyo.
–
No – reí – Si mis compañeros me ven con eso, pensarán que los
traicioné – y entonces salí con ambas armas, con el orgullo pegado a la frente
y con el corazón en la boca.
[...]
Oh, y cómo lo lamento.
Cómo lamento no haber cambiado
uniformes con él cuando tuve la oportunidad.
Lo siento tanto, hermano, lo
siento de verdad.
***
No era
un leve rocío que fomentaba la todavía no muerta presencia sentimental del
cielo. Ésta era una lluvia frágil, ni tan ruda, ni tal leve. Era suficiente
para pintar líneas verticales temblorosas sobre las ventanas y para alimentar
los pequeños hoyos del suelo que nunca alcanzan a ser regados. Le parecía
increíble la inteligencia de la naturaleza y el estrecho vínculo que había
entre los miembros de su familia. La lluvia por ejemplo, mantenía a la tierra
si agua le falta. La tierra mantiene a las plantas y ellas devuelven aire
fresco ¿Entonces por qué el humano tiende a descolocarse tanto? ¿A formar un
mundo aparte? Tenía en la cabeza infinidad de cosas por comprender, incluso
cuando el conocimiento y su deseo son insaciables. Y cuanto más conoces, más quieres
conocer.
La
melodía arrulladora de las gotas sobre la ventana de la habitación de Annie
hacía del lugar un poco más armónico: encajaba a la perfección.
El sol
suponía haberse revelado unas horas antes, pero las grises nubes habían tomado
su turno primero. Michael yacía frente al paisaje detrás del vidrio,
apreciándolo como la más compleja y cara pintura del renacimiento. No se
atrevía a tocarla. A veces sentía que la naturaleza no era suya y que no le
pertenecía, pero entonces recordaba que podría sacar de ella elementos tales
para saciar el duro deseo de existir, así sea respirando ése aire, así sea
acariciando ése suelo verde.
Ethan
había dejado marcas en la alfombra de la habitación con la suela de unas
pantuflas prestadas. No parecía andar
hacia algún destino en particular cuando se colocó junto a Michael para hacer
sombra sobre cualquier plan que estuviera intentando pensar.
–
¿Qué haces aquí? – Michael inquirió primero – No puedes dormir tan
pocas horas.
–
Debo – respondió, casi susurrando – No más de siete horas de hecho. Mi
sangre se atoraría en mis venas de abajo, no llegaría a mi cabeza y moriría.
Ah, y yo iba a hacerte la misma pregunta.
–
Nada raro, siento como si doscientas agujas entraran de ambos lados de
mi cabeza y me cocieran el cerebro y lo apretujaran tanto que se escurriría
como gelatina caducada. No sé si tu respuesta es tan extraña como la mía o aún
peor.
–
Creí que Annie podía curarte de eso – lo venía aceptando mejor cada
vez que lo mencionaba. Sorprendió a Michael.
–
Para eso tendría que dormir conmigo, pero la pone de nervios y eso
sería una noche en vela para ella. Y no quiero eso. Es como si nos turnáramos
para dormir. Pero he dormido por una hora
y me siento como un atleta en estos momentos.
–
¿Has soñado el futuro o qué? – dijo y esperó.
Michael
se movió de la ventana y observó a Annie dormir desde lejos. Si él hablara
ahora, su voz se enmudecería detrás de la tormenta que se había vuelto mucho
más fuerte en los últimos segundos.
–
No – y confundido, añadió una mueca de disgusto en tranquilidad – Y no
sé por qué.
***
Día 5.
El
tiempo seguía pasando a pesar de que me tardara eternidades por cruzar ése
pasillo. Un conducto que va desde mi estómago hasta mi garganta dejaba correr
una peligrosa llama que llegaría hasta la bomba en mi cabeza si no apuraba el
paso. Yo mismo me ponía las reglas: me decía que debía acelerar el plan, pero
el dato no le llegaba a mis pies ni a mi disposición por querer avanzar.
Finalmente di el primer paso, y a medida que mi pie salía de la sombra sentía
que dejaba de pertenecerme, como si alguien me jalara de la bota y no pudiera
quitármela. Era como hundir el pie en agua tan congelada que quebrara tu piel y
dejaras de necesitarlo tanto, suponiendo que te queda el otro pie para poder caminar.
Era
estúpido. Estaba siendo estúpido otra vez.
Mi pie
bueno sermoneó al otro y me preparé para seguir. Me tranquilicé respirando unas
cinco veces profundamente, tentando a cerrar los ojos, pero con miedo de
hacerlo. Mis manos se relajaron todo lo posible y de repente me sentí, no
aterrado, sino con el miedo común ante un examen final de historia.
Yo
odiaba la historia, incluso prefería la matemática o la química, en las que
juegas apenas un poco. Pero en ésta querida y relativamente importante
asignatura, leer me parecía aburrido. Me gustaba más escribir que leer, me
mantiene quieto por un descanso promedio para quién esté harto de mí. Por esa
razón me había costado tanto tragarme enciclopedia tal para aquél examen.
Había
ocurrido el año pasado. Las chicas y Michael se habían ofrecido a estudiar
conmigo. Angie era experta en humanidades, por lo que ya se había estudiado
todo el día anterior. Annie estaba haciendo apenas un resumen, pero con gran
esmero, tanto que podría estar almacenando fechas importantes a medida que escribía.
Yo
sabía que Michael vendría desganado y algo molesto por haberse levantado
bastante temprano. Bastante molesto conmigo
porque yo era quien lo había levantado
bastante temprano. Pero para mi sorpresa, venía con ganas de café junto a
un libro, por más aburrida que le pareciera la segunda guerra mundial. Entonces
se acomodó en el sillón del que yo me había movido por incomodidad y me propuse
a dar vueltas por toda la mesa, caminando con el libro en la mano y no
despegando mis ojos de él.
Angie
repetía las alianzas de los países en orden alfabético y lo comentaba con tanta
emoción como si se tratara del último capítulo de la novela romántica que
siempre miraba por la televisión.
–
¡Eso es tan falso! – Michael regañó al libro.
–
¿De que te quejas? – dije, saliendo casi asfixiado de mi libro,
buscando desesperadamente una distracción.
–
En la esquina de mi libro – señaló, aunque ninguno de nosotros pudiera
llegar a ver algo - “Michael es secretamente un enfermo mental” ¿Quién demonios pudo
haber sido capaz? ¿Alguien que me odia?
–
Habiendo tanta gente así… - dije.
–
Ya cállate.
Bromear me distraía ya que estaba casi muerto
del aburrimiento y de los monólogos estudiados de memoria recitados en voz alta
por Angie. Annie si se rió. Sabíamos que
yo no escribía los libros de nadie, pero era discretamente gracioso cualquier
mensaje que le hayan dejado a Michael en su libro – para que lo lea un profesor
o algún otro estudiante que se lo pida prestado -.
Éramos
un cuadro del renacimiento. La escuela de Atenas, creo. Angie tomaría la
postura de Aristóteles como el maestro sabelotodo – en historia, básicamente, porque
Annie le ganaba en todas las otras materias, pero en matemáticas yo era el
gemelo de Platón, el hijo de Pitágoras y el sobrino de Einstein – y Annie y yo
parecíamos dos alumnos más jóvenes, ignorando al profesor (Tan natural) y
Michael era el error de aquella naturaleza ésta mañana. Estaba leyendo, pero
contando las letras y formando otras palabras con ellas. No por que lo supiera
todo debería dejar de estudiar.
–
Ya es hora del almuerzo – fui yo quien lo anunció, estando
terriblemente pendiente del reloj.
–
Que terrible, aún no comienzo con el capítulo cinco – Annie estaba
absorbida por la lectura, pero se centró en mi distracción casi tan bien como
Michael.
–
¿Podemos quedarnos aquí? – sugirió él – Yo todavía no término de leer
el uno.
–
Buscaré algo para todos y subiré de inmediato – Y Angie salió
triunfante de haberse devorado los siete capítulos de la prueba.
Entonces
el silencio volvió. Cosa que indicaba mi deber de encadenarme al libro otra vez. Qué fastidio.
Qué necesidad de hacerme sufrir de ésta manera, en un día odiosamente
caluroso. Las páginas no eran menos
porque avanzara, sino que mientras más descartaba, más descubría el montón que
aún me faltaba resumir.
Vaya que me es fácil ser intelectual sólo con
libros que a mí me gustan.
El
cuello de la camisa se me hacía más pequeño. Ganas no le faltaban de
estrangularme, así que me desprendí un par de botones y me aflojé la corbata.
Finalmente me aventé sobre una incómoda silla vacía e intenté quedarme quieto.
Me arrojé el cabello hacia atrás, pero volvió a mi frente con ansias de
molestarme. Finalmente un par de palabras en una oración me parecieron muy buen
usadas para describir cierto hecho y me quedé atrapado en el texto completo ¡Y
cuán difícil fue escapar de él desde entonces! Aunque no era la trágica preexistencia de
nuestra independencia la que cautivaba todo mi ser hacia un par de páginas
amarillas y gastadas de tantos ojeos
violentos y desesperados, sino que me inspiraba. Cualquier cosa que me
abriera – o me obligara a abrirme – de ésa manera, merecía una respuesta mía.
Si, es como si el libro me estuviera haciendo una pregunta o me diera una
orden, y yo tuviera que responder a ella. Paralelamente a lo que leo, imagino
planes mucho más complejos que las estrategias de los comandantes antiguos de
la historia, que ahora por ciertas razones, me parecían muy pobres. Imaginaba
un campo más grande, alianzas más inteligentes, y miles de formas de recuperar
la paz sin tener que levantar fuego negro, ni una sola pieza de carbón
envenenado para volver a enterrarla debajo de la tierra.
Y
finalmente esto es lo que me trae a aquí nuevamente. Temeroso, tratando de
cruzar el pasillo de la base, con un anuncio de “Soy canadiense, mátenme” escrito en la frente, grabado por mis
heridas en ella.
En
ningún segundo de lo que tardaba en leer el capítulo uno del libro de historia
imaginé que yo estaría en una guerra, o mucho menos en una como esa. Pero ahora
mismo creo que todas deben ser iguales por el hecho de tener los mismos
principios. Si Dylan seguía con sus mismos principios entonces, no hay razón
por la que quiera actuar diferente.
Pero
las personas cambian, yo lo hice, yo cambié.
Y no
podía ser capaz de negar que un ladrillo sea del color que es cuando llevo
cargando miles de ellos en mis hombros.
“¿Me
regala una estrella, señor?” me había dicho la inocencia del niño de los ojos
azules. “No – creo haberle dicho – No las alcanzo”
¿Pero
si yo soy más alto? ¿Por qué he de mentir de ésa manera? “Señor ¿No tiene una
moneda?” “No joven – dijo un don alto de cabello rubio que se parece a mí y
seguidamente se corrió el cabello de la frente dejando caer su anillo de oro al
suelo y recogiéndolo de inmediato – Lo lamento, no tengo”
Ésa
tarde leí sin un límite, reteniendo el temor de encontrar alguna verdad
terrorífica en alguna esquina, pero con más ganas de soltar arroz al suelo sin
que alguien me regañe. Estaba consternado con perderme, con dejar que los
segundos corran, los días, incluso si hago un puente con el examen y continuó
caminando con el libro entre las manos por varias semanas.
Yo no
estaba leyendo sobre la segunda guerra mundial. Yo estaba leyendo lo que
alguien quería que leyera. Yo estaba leyendo lo que necesitaba leer.
Ése
alguien que siempre describo no es un ser patentado, dibujado, creo que ni
siquiera conozco un trazo de su silueta o la primera letra de su nombre. Pero
está hecho para inspirar, para usarme y que yo diga lo que él quiere decir.
Quizá es mudo, o quizá nadie le entiende cuando habla. Le pondré un nombre,
sí eso. Se merece tener uno. Será su
nombre para mí, el que yo usaré con él. Se llamará Destiny, no porque sea el destino a quien me refiero, sino porque
se oye cercano a ello. Y porque creo que lo reemplaza para bien. No me gusta
hablar de destino. Sólo no me interesa la palabra ni las cosas que dicen de él.
Michael siempre dice que el humano se equivoca y cae en sus mismos errores una
y otra vez hasta que sienta la verdad, o hasta que alguien lo saque.
Entonces
vuelvo a levantar la vista porque me llaman a hacerlo. Sentí como si hubiera despegado el alma de mi cuerpo, la hubiera hecho trabajar
allí arriba y ahora volviera conmigo y me depositara su cansancio y yo lo
convirtiera en un acto físico. Estaba cansado, me pesaban las ideas, pero me
sentía libre, fresco, una vez más.
Eran
las dos.
Sentía
que me había levantado a las dos y estuviera por estirarme y bostezar en mi
propia cama para luego arreglar la sábana y caminar hasta la biblioteca a
estudiar con mis amigos. Pero ya estaba aquí, rodeado del sol del mediodía,
algo sofocante, pero agradable detrás de las cortinas rojas. Angie se había
dormido sobre los libros y su brazo colgaba de la mesa graciosamente cerca de
Annie. Ella había dejado de mover el lápiz y concentraba la poca atención que
le quedaba en los párrafos subrayados de distintos colores. En la mesa estaban
algunas cáscaras de frutas en un sobre hermético de plástico. Había dos
botellas de jugo vacías y una llena sin abrir, que creí que era la mía. Michael
no estaba sentado en el sillón si no que colgaba de él como si hubiera probado
mil posiciones para ponerse cómodo en las últimas dos horas, constante para
seguir leyendo. Su cabeza estaba en el apoyabrazos, y equilibraba el libro sobre
él y sus piernas evitaban que se cayera. Con las manos pelaba uvas que obtenía
de una bolsita a su lado. Lo hacía sin mirar las frutas, sin dejar la
correntada de letras que lo llevaban a través del libro.
Después
de todo, me había quedado prendiendo del hilo por el que caminaba, sin ayuda de
nadie de los aquí presentes. Pero no me había dado cuenta de que estaba siendo
acompañado. Casi al mismo tiempo que había volteado para ver a Michael, el
también me había visto y prosiguió haciendo una mueca fácil de descifrar. A él
le había pasado lo mismo, o lo había sabido de alguna otra manera.
Quién
sabe. Quién sabe si él había pensado en la guerra o no. Quién sabe si está
consciente de que lo estoy buscando. Mi mente estaba débil del miedo,
presionada por los nervios. No podía rastréalo ni distraerme como acaba de
hacer. La aguja del reloj que tenía
enfrente me había empujado y ya no podía resistirme.
Y
entonces di el segundo paso.
***
A Ethan
sólo le faltaba crecer… o “Madurar” – sin el igual correcto de un sinónimo
perfecto, pues todas las palabras que tengan que ver con hacerse mayor
aterraban a Michael de una forma desgarradora -
porque el niño tenía lo necesario para sobrevivir. Pero “No estás hecho
para la guerra” le dijo aquella mañana.
El
chico no podía imitar la altura de Michael ni siquiera parándose de puntillas.
Por lo que muchas veces se sentía con la necesidad de justificar todos sus
defectos. Decía que no necesitaba ser alto, que era sano y que se ejercitaba a
diario, siendo ésta última la razón por la que insistió en dar la vuelta
corriendo por el barrio, entre la nieve.
–
¡¿Estás loco?! – recitó Michael en cuanto lo escuchó hablar e indicó
su respuesta con una sonrisa contagiosa – Voy contigo.
–
No puedes ni caminar.
–
¿Me estás retando? No quieres hacer eso.
–
No irán a ningún lado, ninguno de ustedes – Annie no tenía autoridad
alguna con la debilidad de su tono de voz matutino. Pero con intentarlo no
perdía nada.
–
Annie, creí haberte dejado claro que no tienes que cuidarme – entonces
Ethan se calzó los zapatos, sin atar los cordones y salió azotando la puerta
para correr en medio de la intemperie.
–
Ahí está – dijo Michael, señalando la puerta - ¿Por qué a él no lo
detienes?
–
Tiene una razón, una muy buena razón – dijo levantándose – Venas
obstruidas, sangre gruesa.
–
Mi sangre es azul ¿Cómo la vez a esa,mi súper excusa, eh?
–
No es válida. Ya no – y lo miró detrás de su vista borrosa - ¿Por
cierto, que haces aquí?
–
Estoy ansioso por oír tu idea. O bien, oírte decir que la mía es lo
máximo, y que no tienes otra opción. Si… eso estaría mejor.
–
Sabes que no quiero que vayas a la guerra. Y duele que te burles de
mí, sabiendo que irás y tendré acompañarte yo misma hasta allá – miró el suelo
- ¿Hasta dónde puedo llegar caminando contigo?
–
No entraremos al campo. No dejaré que te acerques ni a un tanque,
Annie. Tengo que entrar con la otra banda de chicos, que es en los aviones.
–
¿Dijiste aviones? – se paró frente a él, pero aún no demasiado cerca –
No. Nunca mencionaste nada sobre aviones. Ésos son también muy peligrosos. Por
más insoportable que te parezca oírme decirte todo esto.
–
No estaré volando mucho tiempo. Los aviones verdes medianos sólo
reponen soldados en el campo. Los pequeños y los grandes tienen los misiles y
pelean desde arriba. Por dios Annie, es más probable que un misil me caiga en
la cabeza estando abajo que estando arriba.
–
Quieres… Cerrar la boca ¿Por favor? – se apartó del frente y caminó al
pasillo en silencio.
–
Annie…
–
No soporto oírte hablar ahora ¿Sabes? – dijo sin voltearse – Es como
entregarte al diablo de la mano, y aún así te burlas.
–
¿Cual es tu segundo nombre? – preguntó, impaciente.
Annie
sólo lo miró con curiosidad pero sin desgano, carente de polvo estelar. Estaba
dejando de comprender ése mundo, su mundo. No conectaba sus ideas. Michael no
parecía brillar tan reluciente como siempre lo fue. Sus versos eran sólo
palabras que no entendía. Ya no había un trasfondo mágico en sus acciones. Ya
no resplandecían términos de locura apasionada en el tono de su voz.
–
Si no me lo dices, bien. Puedo ir y verlo en la puerta de tu cuarto –
continuó él.
No
estaba ella escuchándolo. Michael no creía ni en la mentira ni en la verdad si
hay falta de atención para escucharlas o para decidir si creer en ellas. Por lo
que cada vez que Annie dejaba de escucharlo, él se callaba, para que no haya
conceptos erróneos, porque no se puede malentender la nada. No puedes oír algo
y tomarlo a insulto, si nadie dice nada.
–
Lizzie - dijo, disminuyendo la
longitud del nombre “Elizabeth” – te llamaré así cuando no me estés escuchando.
–
Cállate.
–
Ah, sabía que no te gustaría.
–
Basta – dijo lavando de sus ojos una escena mortífera que no quería
presenciar nunca. Y entonces trató de decir algo más, pero el profundo nudo
dentro de su garganta no cedería menos incluso cuando se tragara las ganas de
llorar.
Se
despedazaron varios trozos del suelo que aún lo mantenía vivo, y lo sintió. Ya
lo venía sintiendo desde el inicio de la conversación, y le dolía también.
–
No me gusta mentirte – se acercó a ella sin tocarla y enfrentando
verla de espaldas – Van a pasar cosas que… - se le trabó el habla a medida que
imaginaba los hechos - ¿Qué duele más? ¿Dejarte acariciar una rosa siendo
totalmente propensa a encontrar una espina y sin un previo conocimiento de lo
que te hará? ¿Ó advertirte que habrá una espina para que te cuides de ella?
–
Si dices que hay una espina, nadie se atreverá a tocar la rosa.
–
Yo sé que tú si ¿Eres lo suficientemente tonta para ponerte delante de
un disparo, pero no para acariciar una rosa? – y entonces rozó su hombro
derecho con una mano – Sabes que no puedo quedarme aquí.
–
Si me prometes que no te pasará nada…
–
¿Cómo puedo saber lo que pasará?
–
¡Porque sueñas el futuro Michael! Sácale provecho de alguna vez – y
pudo ver entonces la perturbación en sus ojos. Annie lucía más pálida que un
mimo en su lugar. Tenía le expresión de fragilidad pintada en el rostro con
nocivas pinturas artísticas. No era ya de su reluciente color de piel que tanto
envidiaba un canadiense albino que vive encerrado en su cuarto, sino que
parecía dibujada a lápiz en un borrador. Un boceto que nadie se tomó el trabajo
de terminar.
Parecía
que todo iba en retroceso. Como si la blancura del temor ante su piel indicara
que estuvieran en una película muda. En dónde no puedes gritar. En dónde llegar
a un acuerdo es difícil, en dónde llegar al gris es difícil. Todo era blanco o
era negro, todo eran los extremos. Toda la felicidad decaía en un oscuro abismo
del color de las sombras y se perdía detrás de él.
Entonces
Michael comprendió la película y escribió con rojo una nueva meta en el
espejo. Porque si al final están
volviendo atrás, se encontraría con la parte en la que se había enamorado y
ocurriría de nuevo. Sólo le faltaba seguir la corriente y actuar como antes.
Cerrado, frío y a veces estaba obligado a encadenarse al peso de ser un
incomprendido, una vez más.
–
No me va a pasar nada – y cargó con otro kilo más de culpa en cuánto
mintió de aquella manera tan ensayada – Anoche soñé el futuro y no resulto
muerto. No quería contártelo por miedo a que el futuro cambiara.
–
¿Entonces ahora puede cambiar? – ahora sí resucitó su mirada.
–
Si no se lo cuentas a nadie, el futuro quedará como lo vi y
permaneceré a salvo – tragó más culpa cuando tomó más aire para seguir
hablando. Pero fingió de mejor manera una sonrisa y trató de evitar que lo
mirara a los ojos.
–
¿Estás seguro de que no pasará nada?
Y
siendo incapaz de poder aclarar una mentira más, prosiguió de la siguiente
manera:
–
Te enseñé a creer en las cosas ¿Verdad? Déjame decirte que con sólo
verlas con imaginación no basta, más cuando tratas con una persona. Debes poner
algo de ti para que funcione, en cualquier cosa, de lo que sea que se trate.
Incluso en la magia. La magia se perderá si la gente no pone algo en ella,
felicidad, humildad, o ganas de hacer sonreír a alguien. El objetivo de creer
en algo y confiarle una pequeña voluntad es simplemente la felicidad Annie. La
vida no es otra cosa que la búsqueda de ésta. Tú parece que perdiste un mapa,
usas las estrellas para guiarte como los antiguos exploradores y sirenas que no
sabían hacia dónde ir cuando se ponía de noche, cuando las cosas comenzaban a
ser un poco más complicadas. Sin un
mapa, necesitas un guía… ¿Me dejas a mí?
Estiró
la mano hacia ella de forma compasiva, pero con la urgente necesidad de que la
tomara.
–
¿Me dejas tu confianza? – volvió a preguntar.
–
¿Llegarás con ella?
–
Entiendo que te de miedo. El miedo es una montaña tenebrosa que te
asegura un bosque tétrico interminable en el campo siguiente. Pero cuando
cruzas ésa montaña, increíblemente encuentras un camino recto y mucho más fácil
después. Incluso disfrutas caminarlo. Pero muy pocas personas lo saben. Ahora
tú lo sabes. La única excusa que ahora podrías tener es que no quieras que yo
te lleve.
–
¿Qué tal si en lugar de eso, hablamos de más miedo? Y dudas, muchas de
ésas ¿Qué tal si nunca llegas? ¿O por qué de repente quieres eso para mí?
–
La felicidad es como la magia. Si no haces que otros la sientan, no
creerán en ella.
–
Eres arte, Mike – hubo conexión en sus palabras ésta vez. Hubo más de
un trasfondo. Un eco que recitaba la mejor de las confianzas.
–
El arte también es Magia ¿Lo sabías? – sonrió por los impulsos
cariñosos de Annie ésta vez, y no por él mismo – Todo lo que te hace bien,
también es Magia. Puedes ser la persona más triste del mundo, y quizá no influyas
tanto en las otras personas. Pero si ideas la forma de hacerte sonreír, a ti
mismo al menos, ya eres mágico, y creas magia. Siempre hay una forma de
alegrarte, siempre hay un motivo por el cual sonreír. Y tu propia nube de chispas milagrosas hacen más magia
mientras más los esparzas. Es por eso que compartes la felicidad. Es por eso
que cuando lograr el primer paso de hacerte sonreír, tienes que hacerlo también
con alguien más. Es por eso que estoy aquí, diciéndote esto, porque sé que eres
mágica. Sé que puedes hacerte reír, sé que puedes hacer reír a alguien más.
Annie
era una luz impenetrable, que soltaba ciertos brillos centellantes por no poder
evitarlo. La película muda no era de lo peor, y no era un retroceso, sino que
se trataba de sólo un viaje necesario para comprender el siguiente paso, el
siguiente capítulo. Así como cuando eres niño, y para aprender a leer debes
volver atrás y recordar cómo se llaman cada una de las letras. Pues Michael
nunca había dejado de guiar ni de resplandecer en el cielo de ésa manera.
Sentía como dormir sobre la luna, al cuidado de una estrella, dejaba de ser
peligroso. La magia de la confianza era un columpio que volaba más alto y te
permitía echar un mejor vistazo a lo que había detrás de la gran montaña.
Annie pensaba,
y Michael contemplaba el fruto de su trabajo. La primera mentira sobre el
futuro había funcionado por una única razón, su verdadera intención de calmar a
una cabeza confundida y a su alma perturbada.
–
Sé que no me narrarás éste momento, y tampoco soy Justin para adivinar
lo que estás pensando, pero sé que por tu cabeza se están desatando nudos
difíciles. De los diminutos y fuertes. De ésos que se forman en las cadenas de
plata – dijo él.
–
Yo antes no pensaba así. Yo no vivía la vida, sino que le pasaba por
encima con el destino de jamás llegar a nada. La sobrevivía. Es como pasar en
helicóptero por un río y nunca mojarte, nunca entrar en él y nunca encontrar la
perla preciosa que hallaría debajo de una roca submarina. En cambio pasaría el
tiempo hasta mi muerte y seguiría pensando en el propósito que nunca encontré,
y sin saber que esa perla alguna vez existió… - observó a Michael, sintiéndose
extraña por el repentino resplandor en su mente, pero cómoda por ser él quien
la estaba escuchando y no otra persona - ¿Comprendes esto que digo?
–
Por supuesto – endulzó los ojos - Creo que has entendido lo que te
dije, una vez más.
–
¿Le abres la mente así a todas las personas que conoces?
–
Quisiera, pero no soy muy sociable y la gente muchas veces no se
atreve a conocerme. Alguna vez, quizá encuentre la forma de hacerle saber esto
a muchas personas más. Personas que necesitan saber éstas cosas. Personas que
necesitan saber que hay una perla debajo del agua y que no es tan complicado
agarrarla.
Entonces
Annie fue quién lo rodeó para apretujarlo entre sus brazos, y al quedar a
cierta altura, ocultó su rostro en su pecho para que el sonrojarse no resultara
tan evidente. Entraron en sus pensamientos las urgencias de querer permanecer
así para siempre, y seguidamente apareció el hecho real de que tenía de
despedirse de él y no tenía idea de cómo iba a soportarlo. No estaba lista para
alejarse tan rápido. ¿Sobrepasaría la
locura si tomaba su uniforme y se hacía pasar por él?
<<
Ni siquiera lo pienses >> le oyó decir a Michael cuando la sorprendió
mirando su uniforme en la otra esquina de la habitación.
Pero
más calmada ahora, podría reanudar la conversación:
–
¿Hasta cuándo…? – pero se le vio imposible preguntarle cuánto tiempo
se quedaría, o peor aún, cuándo se marcharía.
–
Pronto. Antes de que te arrepientas de dejarme ir.
–
No te dejo ir, literalmente.
Y… ¿Pretendes que cambie de opinión? Me lavaste el cerebro – rió, mirándolo.
Michael
apartó los ojos sintiendo a la mentira cortando la posibilidad de volver a
mirarla de frente por un tiempo.
–
¿Qué? – y Annie lo notó, incluso cuando no estaba siendo tan evidente.
–
No quiero que te quedes aquí de mientras.
–
¿Pero y si necesitas algo? Si es por Ethan, yo… - Michael la
interrumpió.
–
No es por Ethan. Es peligroso que piensen que aún estoy fugado y que
vengan a buscarme por todas las casas. Por éstas casas.
–
Con defender a la barrera del país ¿Realmente tendrán tiempo para
hacer eso?
–
Los canadienses que se colan, sí. Algunos llegan aquí y… - y entonces
cayeron hielo de sus ojos – Oye… ¿Por qué no ha vuelto el niño todavía?
Annie no habló por duros segundos y
permaneció con los ojos tremendamente abiertos. Seguidamente se calzó el abrigo
al mismo tiempo que Michael alcanzaba el rifle de un manotazo y dejaba la casa
corriendo detrás de ella.
–
¡Atención! – Ethan alzó su mano en un saludo militar, sosteniendo el
rifle como todo un profesional. Estaba parado muy cerca de la casa.
–
¿De dónde lo sacaste? – Michael lucía atónito.
–
Lo he encontrado por ahí – señaló un gran arbusto detrás de el jardín
de una casa – Hay un tío muerto detrás de eso. Intenté despertarlo, pero no
pasó nada. Incluso le robé el móvil del bolsillo – sonrió.
–
¿Es de Canadá? – preguntó Annie.
–
Para nada – volvió a observar el teléfono celular otra vez – Es de
aquí.
–
Oh no – Annie salió corriendo al lugar dónde había señalado Ethan.
Michael estuvo a su derecha todo el tiempo, preparado para tomarla del brazo en
cualquier momento y salir corriendo – Seguro es el vecino ¿Quién puedo haberlo
matado?
–
Shh – Michael los detuvo a ambos – Se mueve algo detrás del arbusto,
corran – balbuceó rápido, casi susurrando. Tanto que no llegaron a comprender
lo que decía.
–
¿Qué? – Ethan levantó drásticamente la voz.
–
¡Que corran! – Michael gritó fuertemente, tanto que Ethan corrió del
susto, casi arrastrando a Annie. Seguidamente se bajó hasta el suelo y apunto
de manera precisa al arbusto. Recordó quién podría estar aquí. Trató de
imaginar a todas las personas que le daría pena matar, y llegó a la conclusión
de que no podría ser nadie. Finalmente un par de gatos salieron persiguiéndose
y saltaron a otro techo, tratando de buscar comida.
–
Gato gillipollas. Ahora tengo toda la sangre en la cabeza – decía
Ethan, algo mareado.
Michael se levantó ágilmente.
–
Quizá ya deba irme mañana – dijo.
–
¿No esperarás a los aviones?
–
Nosotros manejamos los aviones, no ellos a nosotros.
–
Significa que… - Ethan fue el primero en entrar a la casa - ¿Te vas
finalmente? ¿Nosotros nos quedaremos aquí?
–
Michael no quiere – se lamentó Annie.
–
Así es, Michael no quiere – Mike volvió a tomar la palabra – Deberían
volver a dónde estaban. Con Angie.
–
Nos matarán – Ethan imaginó su castigo de cadena perpetua en su cuarto
cuando sólo imaginara la cara de su tío al descubrir que había salido del país
para entrar a otro que estaba en guerra.
–
Aquí los matarán se enserio. Me iré mañana, fin de la discusión.
Ethan
arrugó el gesto y decidió no decir nada más. Se retiró al cuarto como si
hubiera oído sonar algo allí, desapareciendo de la vista de Annie. Ella solo
bajo la cabeza y se detenía sus propias manos. Trataba de controlar el impulso
de decirle que NO, sino que se
quedara. Porque el aportarle confianza a los hechos no la tranquilizaba ni
tampoco le aseguraba un cierto futuro tranquilo.
–
No olvides lo que te he dicho – Michael interrumpió sus lamentos
internos – No tienes que acompañarme a la base mañana si no quieres…
–
Si quiero – interrumpió precipitadamente - ¿Pero que hay de tus
condiciones físicas?
–
Bien – se miró los pies – Ya puedo caminar.
–
Pero…
–
¡Annie! Por favor – suplicó, tratando de formar su mueca más segura –
Si me tienes repitiendo que no me pasará nada, el destino se cansará y me dará
vueltas todo el asunto – rió.
–
¿Eso puede pasar?
–
No, no puede pasar – él también comenzaba a creerse su mentira – Pero tengo
un juego para ti que te mantendrá calmada. Dejaremos de hablarnos, ni una sola
palabra hasta mañana en la mañana ¿Bien?
–
¿Y eso de que va a servir si…?
–
Calla, perderás – y fingió pasar un cierre imaginario sobre su boca –
Comenzamos ahora.
Annie
abrió la boca para decir algo pero la cerró de inmediato. Michael dejó el arma
sobre una esquina y tropezó al entrar caminando por el pasillo sólo por la
fuerza que le costaba ejercer al estirar el pie derecho.Ella tenía que soltar
un comentario sobre su debilidad, pero Michael volvió a voltearse, a callarla
con un gesto y a seguir caminando.
***
El seis es el número maldito aquí, y las cuentas regresivas siempre me ponen de los pelos. Pero la emoción de cualquiera de los dos lados es bienvenida y predispuesta en la historia.
Hay muchas historias que me encantan y con las que estoy en desacuerdo con su final. Espero poder darle bien con ésto, porque no es que yo decida como termina todo porque guste menos un final que el otro.
Espero poder contar con ustedes hasta que ésto pase, pero de mientras hay muchas cosas más que les hace falta decir a el muchacho éste de los versos con espinas y la sangre suelta.
Gracias por sus comentarios. Les paso a decir que hay una forma más fácil de comentar ahora y es el Grupo de lectoras. Así que si tienes problemas con los comentarios aquí en blogger, se te espera en futuros debates en dicha página ^^
Que bueno que contamos con redes sociales. Siéntete libre de Unirte.
Y la P R E G U N T A ~ del día es:
¿Qué hubieras hecho tú en el lugar de Annie?
Sin saber que él mentía ¿Lo dejabas ir a la guerra?
¡Espero sus opiniones! Sin miedo, todos los comentarios son lindos :)
~ Kati.
Me encanta tu manera de escribir es cada capítulo hay un equilibrio de suspenso, comedia y romance (?) enserio te admiro :D.
ResponderEliminarContestando la pregunta, obviamente no lo dejaría ir, no sabes las cosas que podrían pasar en una guerra, te estarías debatiendo entre la vida y la muerte D: .
Ugh, que capitulo más largo... ME ENCANTA ^^
ResponderEliminarLa verdad es que no tengo palabras, ni me he dado cuenta de el tiempo que ha pasado mientras leía... Cada vez te superas más amiga ;) Encima con la música que estaba escuchando de Michael casi consigues que llore!! ¬¬
Yo en el lugar de Annie...uff, es una situación difícil, yo me iría a la guerra con él, sin ninguna duda jajajaja Para protegerle y estar a su lado al 100% sino es una agonía D:
Espero un nuevo cap pronto! Y ya aprovecho y te deseo una feliz navidad y un prospero año nuevo ♥ Aunque hablaremos más antes de que acabe el año...espero.
Ya sabes que me tienes aquí para cualquier duda y para lo que no sean dudas!!
Te Quiero ~ M.
JEBUSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
ResponderEliminarNo puedo, te juro que no puedo con esto. Perdón por estar ausente tanto tiempo pero no es personal, estuve ausente de todo este mundo pero ya volvi y lo primero que he hecho es re-leerme todo Trust porque habia olvidado algunas cosas y OHHHHHH. Este capitulo es tan tortuoso, osea, es terrible pero a la vez es bello. No sé. Lloro. En serio, últimamente se me ha dado por llorar con novelas y lloro con Trust porque es bellisima, en serio. Es cursi pero no cursi de esas cosas empalagosas que hasta asco dan, es cursi bonita (?) y como dijo quien quiera que sea del primer comentario, sabes equilibrar las cosas, siempre has sabido hacerlo, desde que te leo (desde hace años) has sabido hacerlo y ahora lo haces mejor y es maravilloso.
En cuanto a la historia, estoy sufriendo un colapso, jodido Dylan, ya no quiero odiarlo, pero me resisto. Y Justin ;-; quiero odiarlo pero me resisto. Horrible situación.
En fin, sigue con esto porque yo no me olvido de esta "cosa" así que seguiré al pendiente, así que si no subes más supongo que te estaré molestando, ¡SÉ DONDE VIVES! (?)
Te debo una disculpa enorme por no haber comentado antes, pese a que ya había leído este capítulo. Primero todo se debió a mi Internet de cuarta; luego, al otro día, como era de madrugada, me adormilé y cerré la ventana con un post larguísimo. Siendo pajera, siendo babosa por no hacer una copia de seguridad, no volví a escribirlo. Pero aquí estoy, que me picaba el gusanillo de "¡comenta, demonios!" Porque todo Trust merece un comentario.
ResponderEliminarNo sé si empezar a odiar a Justin. Lo leo demasiado sensible, al mismo tiempo vulnerable, que no puedo escoger una emoción concreta. También me acuerdo del Justin de Believe, el tierno que sólo estaba preocupándose de su sangre azul y sus visiones y de Angie, que ya de por sí verlo en este contexto me conmociona. Dylan... lo observé desde otro punto; su reflexión es bastante compleja, pero no por eso ha de ser considerada equívoca. Quizás nadie busca el mal, sino el bien. Sin embargo, buscamos nuestro propio bien, ya sea por que es más cómodo y porque muchos tenemos cierta tendencia egoísta, aunque algunos muy en el fondo. Eso sí, no puedo hallar esa compasión que me gustaría sentir por el personaje. Y eso me asusta. Si un 'villano' me produce eso es porque: o me terminó decepcionando, o es demasiado cabrón. Me tiendo a la segunda. Aunque tampoco sé por qué es tan, tan cabrón. En vez de matar a Michael, otro lo torturaría primero. Ya está torturando psicólogicamente a Justin mandándolo a matar a su hermano; hermano no sólo por la logia. Mmm ña, no debería pensar esas cosas, demonios. Lo que hace leer y escribir mucho terror xD.
Y Michael no es ningún angelito, eso lo sabemos todos. Por eso me encanta como protagonista.
Secundo la opinión de Stelly y Tiffany. Posees un talento innato para combinar las temáticas en un mismo capítulo, hasta en un mismo párrafo. Por eso eres una de mis autoras favoritas del blog.
Que estés bien, Kati :) Feliz Navidad atrasada xd y que tengas un próspero 2013.