[Trust] Capítulo 9: "Cadena de plata"



La cuenta regresiva hacia la muerte de Michael.
Narra Justin.

Día 6.

Otra vez era arrastrado, como hipnotizado por una manzana que colgaba frente a mí y muerto de hambre. Me hallaba circulando un camino que me hablaba con destellos centellantes que eran luces inalcanzables en versos, y dulce a mis oídos estaba su voz de sirena. Me atraía peligrar, estar al borde al abismo. Nunca me había pasado, pero estaba tan cerca de caer que no podía imaginar si eso era lo peor, o si me asustaba mucho menos  seguir arriba con el miedo de caer para siempre, hasta que alguien decidiera empujarme. Pues a todos nos llega ése empujón alguna vez.

El camino fácil siempre ha sido un peligro. Pero por suerte, tiene validez darte cuenta cuando estás a mitad de él para volverte. Y estaba tan claro para mí. No volvería a caer en el mismo pozo.
Pero antes de que pudiera siquiera planear mi próximo movimiento, Dylan abrió una pequeña puerta de metal muy pesada y colmada de tantas cerraduras que juraría que sería el principio de los finales. La entrada a un ataúd del tamaño de un cuarto.

Las paredes tenían esa cosa que aísla en sonido. Casi como si fuera un estudio de grabación o una solitaria sala de una pulgada para músicos frustrados que no pueden respirar más que partituras ilusas que no entienden. Se me hacía fácil imaginar una guitarra en aquella esquina.

Pero entonces, cuando volteo otra vez, Dylan había dejado su camisa en el suelo y proseguía desvistiéndose. El arma, la busqué. La había dejado junto a la mía, ambas detrás de mí. En mi poder, pensé.

Yo no había cerrado el trato de cederle mi uniforme, pero creo que no escaparía de todo esto con un simple arrepentimiento cobarde y una caminata veloz a través de esa puerta – que sin mi previo entrenamiento y la fuerza que había tomado en él, me vería como un ratón tratando de empujar un enorme barrote de acero si sólo intentaba abrirla -, por lo que permanecí quieto, despidiéndome del calor que  generaba haberme detenido de tanto correr en el campo. Pues cuando me quitara la primera cosa, me congelaría hasta las ideas.

Dylan siempre me pareció hielo, aunque deba de tener los mismos grados que yo. Lo tildaría de masoquista si Michael ya no ocupara ése puesto. Quizá, cuando no puede hacernos sufrir a nosotros, se hace sufrir a él mismo.

Podría saberlo. Cuando tenía mi cámara fotográfica nueva, no tenía modelos y por lo tanto me fotografiaba a mí mismo frente al espejo. Si la cuestión era ser solitario, yo me quedaría en último lugar. Nunca estoy solo, incluso estoy desacompañado.

        ¿Vas a quitarte el uniforme o esperarás a que me congele? – me pateó mi subconsciencia repentinamente.

Ésa sería una buena idea, pensé.

        Nunca voy a entender tus propósitos. Tú forma de fomentar el odio.
        ¿Cuál odio? – respondió, ofendido – ¿Estoy humillándome delante de ti y me llamas odioso? Sólo ponte esto y dame tu chaleco ¿Quieres?
        Pudiste haber prevenido lo que diré y haber planeado ésta conversación para convencerme de una mentira, por ejemplo. Pero no tendrás éxito con ello – vigilé mi arma y la suya de reojo, con cierto temor de que ambas aparecieran mágicamente en sus manos en algún pequeño momento de descuido – Michael sabe cuidarse solo, no necesito ir a buscarlo.
        ¿Y estás tan seguro?
        Por supuesto que estoy seguro. Ha cuidado de él mismo y de mí cuando yo era tarado.
        Sigues siendo tarado. Cariñosamente.
        Lo sé, es mi marca personal – me crucé de brazos – Y no te daré mi uniforme hasta que entienda tu plan y pueda detenerte.
        Que infantil – dijo - ¿Me tendrás encerrado aquí hasta entonces? Porque técnicamente, si yo tengo la llave, el prisionero aquí eres tú. Y estás en una base estadounidense llena de soldados que te fusilarán apenas vean ésa banderita roja en tu chaleco.
        No soy tan ingenuo como para haberte seguido hasta aquí y haber caído en eso.
Levantó la ceja, yo lo había dicho con mis palabras.
        Oh… - dejé pendiente por un segundo – Bien, aún soy tarado.
        Necesitas a Michael. ¡Que independiente eres! – dijo enorgullecido de su sarcasmo.
        ¡No me ataques! Vaya, creo que él y tú tienen más en común de lo que alguna vez pensé – actué con un gesto infantil, seguro de que tenía ambas armas de mi lado y en mi poder.
        ¡Oh, cuánta razón tienes! Si somos hermanos, debemos parecernos en ciertos aspectos. Michael y yo. El menor y el mayor, ambos de personalidad fuerte. El del medio siempre se ocupa de resolver peleas entre ellos.
        Yo sí tengo personalidad – afirmé, torciendo el gesto. Ni yo me lo creía – Y no estoy para resolver peleas, yo quiero…
        Quieres paz ¿No es así? Tres de nosotros viviendo y compartiendo juntos. No me mientas, sé que es eso lo que quieres. Más aún cuando un hermano tuyo es un asesino y el otro también.
        Michael no le ha hecho daño a… - entonces vi la cicatriz de su pecho. El cuchillo, la cocina. Podría jurar que dibujaba una “M” nerviosa en ésa línea de puntos violetas y azules – Pues eso ha sido tu culpa – dije.
        Si, sobretodo porque llegué a Oxford y me trataron como uno más. Claro. Y repentinamente comencé a matar gente, porque soy un loco – duro sarcasmo seco, otra vez.
        Michael te vio en sus sueños y…
        ¡Claro! Pero sólo piénsalo, Michael vio en sus sueños al futuro. Eso no lo dudo. Pero ¿Cuál futuro? ¿Éste presente?
        Probablemente.
        Pues bueno, él sólo estaba viendo lo que él mismo iba a causar. El futuro puede ser así de engañoso, Justin. Debió haberlo cambiado, debió actuar diferente ¿Por qué siempre cambia el futuro para salvarle la vida a Annie, o a ti, pero no le interesa la mía? Él quizá sea el guardián de todas las almas desdichadas en éste mundo, excepto por mi, claro. “Dejemos que Dylan se muera, por  feo”
        Eso no es… - y entonces rebotaron en mí todas las veces que tratamos de evitarlo cuando parecía un simple estereotipo andante en la escuela y nos esmerábamos en molestarlo.
        Piensa que, si a ésta magia, de la que fuimos dotados… - apartó una de sus manos – Le sumamos odio y desprecio – ahora juntó ambas manos - ¿Qué crees que va a surgir? Es como agua con sal, que dará como resultado agua salada. Y no puedes discutirme que no es verdad, Justin, no puedes.
Me hallé en lo que decía mientras enfriaba mi espalda contra la pared.
        ¿Y que hay de tu toda fuerte personalidad? ¿Cómo permitiste que te afectara tanto? Tú madre es un sol, por ejemplo. No pudiste haber centrado toda tu atención sólo en nosotros dos – dije.
        ¿Y en dónde se supone que debo centrarla? ¿En la gente que te elogia por tus ojos todos los días o en un par de raros que repentinamente te odian sin que les hayas hecho algo? No sé tú, pero estoy consiente de lo que llama más la atención. Y peor aún cuando descubro que tienen mi misma sangre ¿Apoco ignorarías eso? Respóndeme.
        Yo…
        ¡Respóndeme! – gritó con voz desgarradora y cortada, como de auxilio, como de enfermedad – Tú no conoces mi historia y Michael tampoco. Y como he notado que son expertos en juzgar, sé que no va a interesarles.
        ¿Y por eso quieres acabar con él?
        No me libraré de esto, hasta no verlo  nunca más, hasta que desaparezca. Es odioso, es… - vi que se limpió uno de sus ojos debajo de la oscuridad – Yo no sé perdonar. Eso no me hace malo. Eso no me hace digno de morir.
        Entonces él tampoco es digno de morir. Tienes un problema.
        ¡Vaya gracias! – levantó los brazos, con pizcas de resentimiento aún – Él también tiene un problema, creo incluso, que es el mismo. Si vas a corregirme a mí, corrígelo a él también. Todo lo que hagas conmigo, hazlo con él y verás como nada antes era justo.
        ¿Y qué quieres que haga con él? – me pregunte, tratando de seguir.
        ¿Qué ibas a hacer conmigo?
        Matarte.
        Bueno – asintió con la cabeza.

Sentí como si alguien hubiera pintado de negro mi subconsciente, como si hubieran metido limones agrios a mi boca. Me sentía manipulado, obligado a hablar así. Manejado por mi interna mano negra propia, algo que nunca me había permitido antes. Algo de lo que siempre me había privado.

        No voy a matarlo – dije, aún algo aterrorizado.
        Entonces tampoco vas a matarme a mí.
        Él lo hará.
        Escúchame – dejó la precipitación y volvió a hablar con calma, pero aún bastante preocupado – Sentir bronca y envidia no te hace malo ni menos bueno. A nadie. Simplemente padecemos ésas cosas. La razón es la única forma de controlar ésas cosas.
        ¿Razón? – me pregunté en voz alta y luego seguí hablando con él – Michael tiene mucho de eso.
        Exacto. Él es igual de torcido que yo, sólo que él puede controlarlo. Yo no tengo la culpa de haber nacido sin eso, sin... ni siquiera una pizca de razón.
        ¿Dices que eres idiota y que envidias a Michael? – resumí en mis palabras todo lo que acababa de oír.
        Si – dijo, avergonzado de ello y enojado consigo mismo por ser tan patético – No se lo digas.

Confiar en Dylan era fácil para todo el mundo, excepto para Michael y para mí. Por lo que, por más sincero que se haya escuchado, no arriesgaría ni un solo pedazo de tela de mi uniforme para que me llevara a cualquier lado.

        No existen los villanos – me dijo después – No hay malos en la película. Nadie busca el mal.
        Tú buscas el mal si quieres ver muerto a Michael – respondí.
        Pero con ello busco mi bien ¿Lo ves? Al final todos quieren algo bueno. No existe el masoquismo, nadie busca hacerse daño sin un fin bueno. Pero si tienes una mejor forma de arreglarlo, te escucho. Después de todo, yo no soy el que tiene razón.

Entonces me imaginé a mí mismo, caminando por la vida, casi arrastrándome, sin tener la noción de lo que estaba mal y lo que estaba bien. Dylan estaba enfermo, y nadie es malo cuando se está enfermo. Optar por matar – que era, al parecer, la única opción que conocía para solucionarlo todo – no habría un nuevo campo de ideas, y no había nadie que lo estuviera ayudando.
¿Pero realmente existe alguien que no sepa lo que está mal y lo que está bien? Me decía la soga que me traía del cuello hacia el lado de la desconfianza.  Creo que yo necesitaba oír aquella historia y si no me era convincente, elegiría un par de ésas armas para fusilarlo.
¡Pero qué descaro! ¿Matar? ¿Yo? Ay de mí, que tengo su misma sangre y se me ocurren sus mismas ideas ¿Qué me ha pasado? ¿Cómo trato de corregirlo si yo mismo pensaba de la misma manera? ¡Pues, en qué he estado pensando!

        No voy a darte mi uniforme, Dylan – comencé a temblar de nervios por lo que yo mismo estaba a punto de decir – Dame la llave.

Y me la aventó por el aire hasta yo atraparla, de forma inmediata.

        Ahora, yo iré a buscar a Michael y lo traeré para que resolvamos esto, porque yo mismo me estoy confundiendo – creo que no nunca debí haberle dicho eso último – Y tú te quedarás aquí y no saldrás hasta que yo vuelva.
        Estoy bien con eso ¿Pero no crees que si llevas mi uniforme será más fácil? Si eres Canadiense te costará la vida salir de ésta base.

Entonces lo pensé y tampoco decidí darle mi uniforme. Si el camino es difícil es porque vas bien ¿No? Pues, tomar un poco de riesgo pondría a la suerte de mi lado.

        Voy a salir de ésta base sin ningún problema. Voy a llevarme ambas armas y te quedarás aquí ¿Está bien? – repetí.
        ¿Cómo sé que vas a volver?
        Porque quizá a Michael no le pesen las cosas en la conciencia, pero a mí sí. Además si te da miedo quedarte encerrado para siempre, piensa que siempre va a haber alguien que va a abrirte ésta puerta. El aire no se terminará tan rápido.

Oh rayos, lo estaba sometiendo a tortura.

        Está bien, puedo con eso – dijo y tragó saliva, nervioso. Sabiendo que podría morir si no volvía con Michael a tiempo. Entonces miró ambas armas y me dijo – La mía está más cargada.
        Bueno – lo comprobé y entonces era cierto.
        ¿Estás seguro que no quieres mi uniforme? – me preguntó al final, para hacer más fácil mi tarea. Ahora no quería poseer el mío, sino que yo usara el suyo.
        No – reí – Si mis compañeros me ven con eso, pensarán que los traicioné – y entonces salí con ambas armas, con el orgullo pegado a la frente y con el corazón en la boca.



[...]

Oh, y cómo lo lamento.

Cómo lamento no haber cambiado uniformes con él cuando tuve la oportunidad.

Lo siento tanto, hermano, lo siento de verdad.


***
No era un leve rocío que fomentaba la todavía no muerta presencia sentimental del cielo. Ésta era una lluvia frágil, ni tan ruda, ni tal leve. Era suficiente para pintar líneas verticales temblorosas sobre las ventanas y para alimentar los pequeños hoyos del suelo que nunca alcanzan a ser regados. Le parecía increíble la inteligencia de la naturaleza y el estrecho vínculo que había entre los miembros de su familia. La lluvia por ejemplo, mantenía a la tierra si agua le falta. La tierra mantiene a las plantas y ellas devuelven aire fresco ¿Entonces por qué el humano tiende a descolocarse tanto? ¿A formar un mundo aparte? Tenía en la cabeza infinidad de cosas por comprender, incluso cuando el conocimiento y su deseo son insaciables. Y cuanto más conoces, más quieres conocer.

La melodía arrulladora de las gotas sobre la ventana de la habitación de Annie hacía del lugar un poco más armónico: encajaba a la perfección.

El sol suponía haberse revelado unas horas antes, pero las grises nubes habían tomado su turno primero. Michael yacía frente al paisaje detrás del vidrio, apreciándolo como la más compleja y cara pintura del renacimiento. No se atrevía a tocarla. A veces sentía que la naturaleza no era suya y que no le pertenecía, pero entonces recordaba que podría sacar de ella elementos tales para saciar el duro deseo de existir, así sea respirando ése aire, así sea acariciando ése suelo verde.
Ethan había dejado marcas en la alfombra de la habitación con la suela de unas pantuflas prestadas.  No parecía andar hacia algún destino en particular cuando se colocó junto a Michael para hacer sombra sobre cualquier plan que estuviera intentando pensar.

        ¿Qué haces aquí? – Michael inquirió primero – No puedes dormir tan pocas horas.
        Debo – respondió, casi susurrando – No más de siete horas de hecho. Mi sangre se atoraría en mis venas de abajo, no llegaría a mi cabeza y moriría. Ah, y yo iba a hacerte la misma pregunta.
        Nada raro, siento como si doscientas agujas entraran de ambos lados de mi cabeza y me cocieran el cerebro y lo apretujaran tanto que se escurriría como gelatina caducada. No sé si tu respuesta es tan extraña como la mía o aún peor.
        Creí que Annie podía curarte de eso – lo venía aceptando mejor cada vez que lo mencionaba. Sorprendió a Michael.
        Para eso tendría que dormir conmigo, pero la pone de nervios y eso sería una noche en vela para ella. Y no quiero eso. Es como si nos turnáramos para dormir. Pero he dormido por  una hora y me siento como un atleta en estos momentos.
        ¿Has soñado el futuro o qué? – dijo y esperó.

Michael se movió de la ventana y observó a Annie dormir desde lejos. Si él hablara ahora, su voz se enmudecería detrás de la tormenta que se había vuelto mucho más fuerte en los últimos segundos.

        No – y confundido, añadió una mueca de disgusto en tranquilidad – Y no sé por qué.

***
Día 5.

El tiempo seguía pasando a pesar de que me tardara eternidades por cruzar ése pasillo. Un conducto que va desde mi estómago hasta mi garganta dejaba correr una peligrosa llama que llegaría hasta la bomba en mi cabeza si no apuraba el paso. Yo mismo me ponía las reglas: me decía que debía acelerar el plan, pero el dato no le llegaba a mis pies ni a mi disposición por querer avanzar. 


Finalmente di el primer paso, y a medida que mi pie salía de la sombra sentía que dejaba de pertenecerme, como si alguien me jalara de la bota y no pudiera quitármela. Era como hundir el pie en agua tan congelada que quebrara tu piel y dejaras de necesitarlo tanto, suponiendo que te queda el otro pie para poder caminar. 
Era estúpido. Estaba siendo estúpido otra vez.

Mi pie bueno sermoneó al otro y me preparé para seguir. Me tranquilicé respirando unas cinco veces profundamente, tentando a cerrar los ojos, pero con miedo de hacerlo. Mis manos se relajaron todo lo posible y de repente me sentí, no aterrado, sino con el miedo común ante un examen final de historia.
Yo odiaba la historia, incluso prefería la matemática o la química, en las que juegas apenas un poco. Pero en ésta querida y relativamente importante asignatura, leer me parecía aburrido. Me gustaba más escribir que leer, me mantiene quieto por un descanso promedio para quién esté harto de mí. Por esa razón me había costado tanto tragarme enciclopedia tal para aquél examen.

Había ocurrido el año pasado. Las chicas y Michael se habían ofrecido a estudiar conmigo. Angie era experta en humanidades, por lo que ya se había estudiado todo el día anterior. Annie estaba haciendo apenas un resumen, pero con gran esmero, tanto que podría estar almacenando fechas importantes a medida que escribía.

Yo sabía que Michael vendría desganado y algo molesto por haberse levantado bastante temprano. Bastante molesto conmigo porque yo era quien lo había levantado bastante temprano. Pero para mi sorpresa, venía con ganas de café junto a un libro, por más aburrida que le pareciera la segunda guerra mundial. Entonces se acomodó en el sillón del que yo me había movido por incomodidad y me propuse a dar vueltas por toda la mesa, caminando con el libro en la mano y no despegando mis ojos de él.
Angie repetía las alianzas de los países en orden alfabético y lo comentaba con tanta emoción como si se tratara del último capítulo de la novela romántica que siempre miraba por la televisión.

        ¡Eso es tan falso! – Michael regañó al libro.
        ¿De que te quejas? – dije, saliendo casi asfixiado de mi libro, buscando desesperadamente una distracción.
        En la esquina de mi libro – señaló, aunque ninguno de nosotros pudiera llegar a ver algo  - “Michael es secretamente un enfermo mental” ¿Quién demonios pudo haber sido capaz? ¿Alguien que me odia?
        Habiendo tanta gente así… - dije.
        Ya cállate.
Bromear me distraía ya que estaba casi muerto del aburrimiento y de los monólogos estudiados de memoria recitados en voz alta por Angie.  Annie si se rió. Sabíamos que yo no escribía los libros de nadie, pero era discretamente gracioso cualquier mensaje que le hayan dejado a Michael en su libro – para que lo lea un profesor o algún otro estudiante que se lo pida prestado -.

Éramos un cuadro del renacimiento. La escuela de Atenas, creo. Angie tomaría la postura de Aristóteles como el maestro sabelotodo – en historia, básicamente, porque Annie le ganaba en todas las otras materias, pero en matemáticas yo era el gemelo de Platón, el hijo de Pitágoras y el sobrino de Einstein – y Annie y yo parecíamos dos alumnos más jóvenes, ignorando al profesor (Tan natural) y Michael era el error de aquella naturaleza ésta mañana. Estaba leyendo, pero contando las letras y formando otras palabras con ellas. No por que lo supiera todo debería dejar de estudiar.

        Ya es hora del almuerzo – fui yo quien lo anunció, estando terriblemente pendiente del reloj.
        Que terrible, aún no comienzo con el capítulo cinco – Annie estaba absorbida por la lectura, pero se centró en mi distracción casi tan bien como Michael.
        ¿Podemos quedarnos aquí? – sugirió él – Yo todavía no término de leer el uno.
        Buscaré algo para todos y subiré de inmediato – Y Angie salió triunfante de haberse devorado los siete capítulos de la prueba.

Entonces el silencio volvió. Cosa que indicaba mi deber de  encadenarme al libro otra vez. Qué fastidio. Qué necesidad de hacerme sufrir de ésta manera, en un día odiosamente caluroso.  Las páginas no eran menos porque avanzara, sino que mientras más descartaba, más descubría el montón que aún me faltaba resumir.

Vaya que me es fácil ser intelectual sólo con libros que  a mí me gustan.

El cuello de la camisa se me hacía más pequeño. Ganas no le faltaban de estrangularme, así que me desprendí un par de botones y me aflojé la corbata. Finalmente me aventé sobre una incómoda silla vacía e intenté quedarme quieto. Me arrojé el cabello hacia atrás, pero volvió a mi frente con ansias de molestarme. Finalmente un par de palabras en una oración me parecieron muy buen usadas para describir cierto hecho y me quedé atrapado en el texto completo ¡Y cuán difícil fue escapar de él desde entonces!  Aunque no era la trágica preexistencia de nuestra independencia la que cautivaba todo mi ser hacia un par de páginas amarillas y gastadas de tantos ojeos  violentos y desesperados, sino que me inspiraba. Cualquier cosa que me abriera – o me obligara a abrirme – de ésa manera, merecía una respuesta mía. Si, es como si el libro me estuviera haciendo una pregunta o me diera una orden, y yo tuviera que responder a ella. Paralelamente a lo que leo, imagino planes mucho más complejos que las estrategias de los comandantes antiguos de la historia, que ahora por ciertas razones, me parecían muy pobres. Imaginaba un campo más grande, alianzas más inteligentes, y miles de formas de recuperar la paz sin tener que levantar fuego negro, ni una sola pieza de carbón envenenado para volver a enterrarla debajo de la tierra.

Y finalmente esto es lo que me trae a aquí nuevamente. Temeroso, tratando de cruzar el pasillo de la base, con un anuncio de “Soy canadiense, mátenme” escrito en la frente, grabado por mis heridas en ella.
En ningún segundo de lo que tardaba en leer el capítulo uno del libro de historia imaginé que yo estaría en una guerra, o mucho menos en una como esa. Pero ahora mismo creo que todas deben ser iguales por el hecho de tener los mismos principios. Si Dylan seguía con sus mismos principios entonces, no hay razón por la que quiera actuar diferente.

Pero las personas cambian, yo lo hice, yo cambié.

Y no podía ser capaz de negar que un ladrillo sea del color que es cuando llevo cargando miles de ellos en mis hombros.

“¿Me regala una estrella, señor?” me había dicho la inocencia del niño de los ojos azules. “No – creo haberle dicho – No las alcanzo”

¿Pero si yo soy más alto? ¿Por qué he de mentir de ésa manera? “Señor ¿No tiene una moneda?” “No joven – dijo un don alto de cabello rubio que se parece a mí y seguidamente se corrió el cabello de la frente dejando caer su anillo de oro al suelo y recogiéndolo de inmediato – Lo lamento, no tengo”
Ésa tarde leí sin un límite, reteniendo el temor de encontrar alguna verdad terrorífica en alguna esquina, pero con más ganas de soltar arroz al suelo sin que alguien me regañe. Estaba consternado con perderme, con dejar que los segundos corran, los días, incluso si hago un puente con el examen y continuó caminando con el libro entre las manos por varias semanas.

Yo no estaba leyendo sobre la segunda guerra mundial. Yo estaba leyendo lo que alguien quería que leyera. Yo estaba leyendo lo que necesitaba leer.

Ése alguien que siempre describo no es un ser patentado, dibujado, creo que ni siquiera conozco un trazo de su silueta o la primera letra de su nombre. Pero está hecho para inspirar, para usarme y que yo diga lo que él quiere decir. Quizá es mudo, o quizá nadie le entiende cuando habla. Le pondré un nombre, sí  eso. Se merece tener uno. Será su nombre para mí, el que yo usaré con él. Se llamará Destiny, no porque sea el destino a quien me refiero, sino porque se oye cercano a ello. Y porque creo que lo reemplaza para bien. No me gusta hablar de destino. Sólo no me interesa la palabra ni las cosas que dicen de él. Michael siempre dice que el humano se equivoca y cae en sus mismos errores una y otra vez hasta que sienta la verdad, o hasta que alguien lo saque.

Entonces vuelvo a levantar la vista porque me llaman a hacerlo. Sentí como  si hubiera despegado el  alma de mi cuerpo, la hubiera hecho trabajar allí arriba y ahora volviera conmigo y me depositara su cansancio y yo lo convirtiera en un acto físico. Estaba cansado, me pesaban las ideas, pero me sentía libre, fresco, una vez más.

Eran las dos.

Sentía que me había levantado a las dos y estuviera por estirarme y bostezar en mi propia cama para luego arreglar la sábana y caminar hasta la biblioteca a estudiar con mis amigos. Pero ya estaba aquí, rodeado del sol del mediodía, algo sofocante, pero agradable detrás de las cortinas rojas. Angie se había dormido sobre los libros y su brazo colgaba de la mesa graciosamente cerca de Annie. Ella había dejado de mover el lápiz y concentraba la poca atención que le quedaba en los párrafos subrayados de distintos colores. En la mesa estaban algunas cáscaras de frutas en un sobre hermético de plástico. Había dos botellas de jugo vacías y una llena sin abrir, que creí que era la mía. Michael no estaba sentado en el sillón si no que colgaba de él como si hubiera probado mil posiciones para ponerse cómodo en las últimas dos horas, constante para seguir leyendo. Su cabeza estaba en el apoyabrazos, y equilibraba el libro sobre él y sus piernas evitaban que se cayera. Con las manos pelaba uvas que obtenía de una bolsita a su lado. Lo hacía sin mirar las frutas, sin dejar la correntada de letras que lo llevaban a través del libro.

Después de todo, me había quedado prendiendo del hilo por el que caminaba, sin ayuda de nadie de los aquí presentes. Pero no me había dado cuenta de que estaba siendo acompañado. Casi al mismo tiempo que había volteado para ver a Michael, el también me había visto y prosiguió haciendo una mueca fácil de descifrar. A él le había pasado lo mismo, o lo había sabido de alguna otra manera.
Quién sabe. Quién sabe si él había pensado en la guerra o no. Quién sabe si está consciente de que lo estoy buscando. Mi mente estaba débil del miedo, presionada por los nervios. No podía rastréalo ni distraerme como acaba de hacer.  La aguja del reloj que tenía enfrente me había empujado y ya no podía resistirme.
Y entonces di el segundo paso.
***
A Ethan sólo le faltaba crecer… o “Madurar” – sin el igual correcto de un sinónimo perfecto, pues todas las palabras que tengan que ver con hacerse mayor aterraban a Michael de una forma desgarradora -  porque el niño tenía lo necesario para sobrevivir. Pero “No estás hecho para la guerra” le dijo aquella mañana.
El chico no podía imitar la altura de Michael ni siquiera parándose de puntillas. Por lo que muchas veces se sentía con la necesidad de justificar todos sus defectos. Decía que no necesitaba ser alto, que era sano y que se ejercitaba a diario, siendo ésta última la razón por la que insistió en dar la vuelta corriendo por el barrio, entre la nieve.

        ¡¿Estás loco?! – recitó Michael en cuanto lo escuchó hablar e indicó su respuesta con una sonrisa contagiosa – Voy contigo.
        No puedes ni caminar.
        ¿Me estás retando? No quieres hacer eso.
        No irán a ningún lado, ninguno de ustedes – Annie no tenía autoridad alguna con la debilidad de su tono de voz matutino. Pero con intentarlo no perdía nada.
        Annie, creí haberte dejado claro que no tienes que cuidarme – entonces Ethan se calzó los zapatos, sin atar los cordones y salió azotando la puerta para correr en medio de la intemperie.
        Ahí está – dijo Michael, señalando la puerta - ¿Por qué a él no lo detienes?
        Tiene una razón, una muy buena razón – dijo levantándose – Venas obstruidas, sangre gruesa.
        Mi sangre es azul ¿Cómo la vez a esa,mi súper excusa, eh?
        No es válida. Ya no – y lo miró detrás de su vista borrosa - ¿Por cierto, que haces aquí?
        Estoy ansioso por oír tu idea. O bien, oírte decir que la mía es lo máximo, y que no tienes otra opción. Si… eso estaría mejor.
        Sabes que no quiero que vayas a la guerra. Y duele que te burles de mí, sabiendo que irás y tendré acompañarte yo misma hasta allá – miró el suelo - ¿Hasta dónde puedo llegar caminando contigo?
        No entraremos al campo. No dejaré que te acerques ni a un tanque, Annie. Tengo que entrar con la otra banda de chicos, que es en los aviones.
        ¿Dijiste aviones? – se paró frente a él, pero aún no demasiado cerca – No. Nunca mencionaste nada sobre aviones. Ésos son también muy peligrosos. Por más insoportable que te parezca oírme decirte todo esto.
        No estaré volando mucho tiempo. Los aviones verdes medianos sólo reponen soldados en el campo. Los pequeños y los grandes tienen los misiles y pelean desde arriba. Por dios Annie, es más probable que un misil me caiga en la cabeza estando abajo que estando arriba.
        Quieres… Cerrar la boca ¿Por favor? – se apartó del frente y caminó al pasillo en silencio.
        Annie…
        No soporto oírte hablar ahora ¿Sabes? – dijo sin voltearse – Es como entregarte al diablo de la mano, y aún así te burlas.
        ¿Cual es tu segundo nombre? – preguntó, impaciente.

Annie sólo lo miró con curiosidad pero sin desgano, carente de polvo estelar. Estaba dejando de comprender ése mundo, su mundo. No conectaba sus ideas. Michael no parecía brillar tan reluciente como siempre lo fue. Sus versos eran sólo palabras que no entendía. Ya no había un trasfondo mágico en sus acciones. Ya no resplandecían términos de locura apasionada en el tono de su voz.

        Si no me lo dices, bien. Puedo ir y verlo en la puerta de tu cuarto – continuó él.

No estaba ella escuchándolo. Michael no creía ni en la mentira ni en la verdad si hay falta de atención para escucharlas o para decidir si creer en ellas. Por lo que cada vez que Annie dejaba de escucharlo, él se callaba, para que no haya conceptos erróneos, porque no se puede malentender la nada. No puedes oír algo y tomarlo a insulto, si nadie dice nada.

        Lizzie  - dijo, disminuyendo la longitud del nombre “Elizabeth” – te llamaré así cuando no me estés escuchando.
        Cállate.
        Ah, sabía que no te gustaría.
        Basta – dijo lavando de sus ojos una escena mortífera que no quería presenciar nunca. Y entonces trató de decir algo más, pero el profundo nudo dentro de su garganta no cedería menos incluso cuando se tragara las ganas de llorar.

Se despedazaron varios trozos del suelo que aún lo mantenía vivo, y lo sintió. Ya lo venía sintiendo desde el inicio de la conversación, y le dolía también.

        No me gusta mentirte – se acercó a ella sin tocarla y enfrentando verla de espaldas – Van a pasar cosas que… - se le trabó el habla a medida que imaginaba los hechos - ¿Qué duele más? ¿Dejarte acariciar una rosa siendo totalmente propensa a encontrar una espina y sin un previo conocimiento de lo que te hará? ¿Ó advertirte que habrá una espina para que te cuides de ella?
        Si dices que hay una espina, nadie se atreverá a tocar la rosa.
        Yo sé que tú si ¿Eres lo suficientemente tonta para ponerte delante de un disparo, pero no para acariciar una rosa? – y entonces rozó su hombro derecho con una mano – Sabes que no puedo quedarme aquí.
        Si me prometes que no te pasará nada…
        ¿Cómo puedo saber lo que pasará?
        ¡Porque sueñas el futuro Michael! Sácale provecho de alguna vez – y pudo ver entonces la perturbación en sus ojos. Annie lucía más pálida que un mimo en su lugar. Tenía le expresión de fragilidad pintada en el rostro con nocivas pinturas artísticas. No era ya de su reluciente color de piel que tanto envidiaba un canadiense albino que vive encerrado en su cuarto, sino que parecía dibujada a lápiz en un borrador. Un boceto que nadie se tomó el trabajo de terminar.

Parecía que todo iba en retroceso. Como si la blancura del temor ante su piel indicara que estuvieran en una película muda. En dónde no puedes gritar. En dónde llegar a un acuerdo es difícil, en dónde llegar al gris es difícil. Todo era blanco o era negro, todo eran los extremos. Toda la felicidad decaía en un oscuro abismo del color de las sombras y se perdía detrás de él.
Entonces Michael comprendió la película y escribió con rojo una nueva meta en el espejo.  Porque si al final están volviendo atrás, se encontraría con la parte en la que se había enamorado y ocurriría de nuevo. Sólo le faltaba seguir la corriente y actuar como antes. Cerrado, frío y a veces estaba obligado a encadenarse al peso de ser un incomprendido, una vez más.

        No me va a pasar nada – y cargó con otro kilo más de culpa en cuánto mintió de aquella manera tan ensayada – Anoche soñé el futuro y no resulto muerto. No quería contártelo por miedo a que el futuro cambiara.
        ¿Entonces ahora puede cambiar? – ahora sí resucitó su mirada.
        Si no se lo cuentas a nadie, el futuro quedará como lo vi y permaneceré a salvo – tragó más culpa cuando tomó más aire para seguir hablando. Pero fingió de mejor manera una sonrisa y trató de evitar que lo mirara a los ojos.
        ¿Estás seguro de que no pasará nada?

Y siendo incapaz de poder aclarar una mentira más, prosiguió de la siguiente manera:

        Te enseñé a creer en las cosas ¿Verdad? Déjame decirte que con sólo verlas con imaginación no basta, más cuando tratas con una persona. Debes poner algo de ti para que funcione, en cualquier cosa, de lo que sea que se trate. Incluso en la magia. La magia se perderá si la gente no pone algo en ella, felicidad, humildad, o ganas de hacer sonreír a alguien. El objetivo de creer en algo y confiarle una pequeña voluntad es simplemente la felicidad Annie. La vida no es otra cosa que la búsqueda de ésta. Tú parece que perdiste un mapa, usas las estrellas para guiarte como los antiguos exploradores y sirenas que no sabían hacia dónde ir cuando se ponía de noche, cuando las cosas comenzaban a ser un poco más complicadas.  Sin un mapa, necesitas un guía… ¿Me dejas a mí?

Estiró la mano hacia ella de forma compasiva, pero con la urgente necesidad de que la tomara.

        ¿Me dejas tu confianza? – volvió a preguntar.
        ¿Llegarás con ella?
        Entiendo que te de miedo. El miedo es una montaña tenebrosa que te asegura un bosque tétrico interminable en el campo siguiente. Pero cuando cruzas ésa montaña, increíblemente encuentras un camino recto y mucho más fácil después. Incluso disfrutas caminarlo. Pero muy pocas personas lo saben. Ahora tú lo sabes. La única excusa que ahora podrías tener es que no quieras que yo te lleve.
        ¿Qué tal si en lugar de eso, hablamos de más miedo? Y dudas, muchas de ésas ¿Qué tal si nunca llegas? ¿O por qué de repente quieres eso para mí?
        La felicidad es como la magia. Si no haces que otros la sientan, no creerán en ella.
        Eres arte, Mike – hubo conexión en sus palabras ésta vez. Hubo más de un trasfondo. Un eco que recitaba la mejor de las confianzas.
        El arte también es Magia ¿Lo sabías? – sonrió por los impulsos cariñosos de Annie ésta vez, y no por él mismo – Todo lo que te hace bien, también es Magia. Puedes ser la persona más triste del mundo, y quizá no influyas tanto en las otras personas. Pero si ideas la forma de hacerte sonreír, a ti mismo al menos, ya eres mágico, y creas magia. Siempre hay una forma de alegrarte, siempre hay un motivo por el cual sonreír. Y tu propia nube  de chispas milagrosas hacen más magia mientras más los esparzas. Es por eso que compartes la felicidad. Es por eso que cuando lograr el primer paso de hacerte sonreír, tienes que hacerlo también con alguien más. Es por eso que estoy aquí, diciéndote esto, porque sé que eres mágica. Sé que puedes hacerte reír, sé que puedes hacer reír a alguien más.

Annie era una luz impenetrable, que soltaba ciertos brillos centellantes por no poder evitarlo. La película muda no era de lo peor, y no era un retroceso, sino que se trataba de sólo un viaje necesario para comprender el siguiente paso, el siguiente capítulo. Así como cuando eres niño, y para aprender a leer debes volver atrás y recordar cómo se llaman cada una de las letras. Pues Michael nunca había dejado de guiar ni de resplandecer en el cielo de ésa manera. Sentía como dormir sobre la luna, al cuidado de una estrella, dejaba de ser peligroso. La magia de la confianza era un columpio que volaba más alto y te permitía echar un mejor vistazo a lo que había detrás de la gran montaña.
Annie pensaba, y Michael contemplaba el fruto de su trabajo. La primera mentira sobre el futuro había funcionado por una única razón, su verdadera intención de calmar a una cabeza confundida y a su alma perturbada.

        Sé que no me narrarás éste momento, y tampoco soy Justin para adivinar lo que estás pensando, pero sé que por tu cabeza se están desatando nudos difíciles. De los diminutos y fuertes. De ésos que se forman en las cadenas de plata – dijo él.
        Yo antes no pensaba así. Yo no vivía la vida, sino que le pasaba por encima con el destino de jamás llegar a nada. La sobrevivía. Es como pasar en helicóptero por un río y nunca mojarte, nunca entrar en él y nunca encontrar la perla preciosa que hallaría debajo de una roca submarina. En cambio pasaría el tiempo hasta mi muerte y seguiría pensando en el propósito que nunca encontré, y sin saber que esa perla alguna vez existió… - observó a Michael, sintiéndose extraña por el repentino resplandor en su mente, pero cómoda por ser él quien la estaba escuchando y no otra persona - ¿Comprendes esto que digo?
        Por supuesto – endulzó los ojos - Creo que has entendido lo que te dije, una vez más.
        ¿Le abres la mente así a todas las personas que conoces?
        Quisiera, pero no soy muy sociable y la gente muchas veces no se atreve a conocerme. Alguna vez, quizá encuentre la forma de hacerle saber esto a muchas personas más. Personas que necesitan saber éstas cosas. Personas que necesitan saber que hay una perla debajo del agua y que no es tan complicado agarrarla.

Entonces Annie fue quién lo rodeó para apretujarlo entre sus brazos, y al quedar a cierta altura, ocultó su rostro en su pecho para que el sonrojarse no resultara tan evidente. Entraron en sus pensamientos las urgencias de querer permanecer así para siempre, y seguidamente apareció el hecho real de que tenía de despedirse de él y no tenía idea de cómo iba a soportarlo. No estaba lista para alejarse tan rápido. ¿Sobrepasaría la locura si tomaba su uniforme y se hacía pasar por él?

<< Ni siquiera lo pienses >> le oyó decir a Michael cuando la sorprendió mirando su uniforme en la otra esquina de la habitación.

Pero más calmada ahora, podría reanudar la conversación:

        ¿Hasta cuándo…? – pero se le vio imposible preguntarle cuánto tiempo se quedaría, o peor aún, cuándo se marcharía.
        Pronto. Antes de que te arrepientas de dejarme ir.
        No te dejo ir, literalmente. Y… ¿Pretendes que cambie de opinión? Me lavaste el cerebro – rió, mirándolo.

Michael apartó los ojos sintiendo a la mentira cortando la posibilidad de volver a mirarla de frente por un tiempo.

        ¿Qué? – y Annie lo notó, incluso cuando no estaba siendo tan evidente.
        No quiero que te quedes aquí de mientras.
        ¿Pero y si necesitas algo? Si es por Ethan, yo… - Michael la interrumpió.
        No es por Ethan. Es peligroso que piensen que aún estoy fugado y que vengan a buscarme por todas las casas. Por éstas casas.
        Con defender a la barrera del país ¿Realmente tendrán tiempo para hacer eso?
        Los canadienses que se colan, sí. Algunos llegan aquí y… - y entonces cayeron hielo de sus ojos – Oye… ¿Por qué no ha vuelto el niño todavía?
Annie no habló por duros segundos y permaneció con los ojos tremendamente abiertos. Seguidamente se calzó el abrigo al mismo tiempo que Michael alcanzaba el rifle de un manotazo y dejaba la casa corriendo detrás de ella.
        ¡Atención! – Ethan alzó su mano en un saludo militar, sosteniendo el rifle como todo un profesional. Estaba parado muy cerca de la casa.
        ¿De dónde lo sacaste? – Michael lucía atónito.
        Lo he encontrado por ahí – señaló un gran arbusto detrás de el jardín de una casa – Hay un tío muerto detrás de eso. Intenté despertarlo, pero no pasó nada. Incluso le robé el móvil del bolsillo – sonrió.
        ¿Es de Canadá? – preguntó Annie.
        Para nada – volvió a observar el teléfono celular otra vez – Es de aquí.
        Oh no – Annie salió corriendo al lugar dónde había señalado Ethan. Michael estuvo a su derecha todo el tiempo, preparado para tomarla del brazo en cualquier momento y salir corriendo – Seguro es el vecino ¿Quién puedo haberlo matado?
        Shh – Michael los detuvo a ambos – Se mueve algo detrás del arbusto, corran – balbuceó rápido, casi susurrando. Tanto que no llegaron a comprender lo que decía.
        ¿Qué? – Ethan levantó drásticamente la voz.
        ¡Que corran! – Michael gritó fuertemente, tanto que Ethan corrió del susto, casi arrastrando a Annie. Seguidamente se bajó hasta el suelo y apunto de manera precisa al arbusto. Recordó quién podría estar aquí. Trató de imaginar a todas las personas que le daría pena matar, y llegó a la conclusión de que no podría ser nadie. Finalmente un par de gatos salieron persiguiéndose y saltaron a otro techo, tratando de buscar comida.
        Gato gillipollas. Ahora tengo toda la sangre en la cabeza – decía Ethan, algo mareado.
Michael se levantó ágilmente.
        Quizá ya deba irme mañana – dijo.
        ¿No esperarás a los aviones?
        Nosotros manejamos los aviones, no ellos a nosotros.
        Significa que… - Ethan fue el primero en entrar a la casa - ¿Te vas finalmente? ¿Nosotros nos quedaremos aquí?
        Michael no quiere – se lamentó Annie.
        Así es, Michael no quiere – Mike volvió a tomar la palabra – Deberían volver a dónde estaban. Con Angie.
        Nos matarán – Ethan imaginó su castigo de cadena perpetua en su cuarto cuando sólo imaginara la cara de su tío al descubrir que había salido del país para entrar a otro que estaba en guerra.
        Aquí los matarán se enserio. Me iré mañana, fin de la discusión.

Ethan arrugó el gesto y decidió no decir nada más. Se retiró al cuarto como si hubiera oído sonar algo allí, desapareciendo de la vista de Annie. Ella solo bajo la cabeza y se detenía sus propias manos. Trataba de controlar el impulso de decirle que NO, sino que se quedara. Porque el aportarle confianza a los hechos no la tranquilizaba ni tampoco le aseguraba un cierto futuro tranquilo.

        No olvides lo que te he dicho – Michael interrumpió sus lamentos internos – No tienes que acompañarme a la base mañana si no quieres…
        Si quiero – interrumpió precipitadamente - ¿Pero que hay de tus condiciones físicas?
        Bien – se miró los pies – Ya puedo caminar.
        Pero…
        ¡Annie! Por favor – suplicó, tratando de formar su mueca más segura – Si me tienes repitiendo que no me pasará nada, el destino se cansará y me dará vueltas todo el asunto – rió.
        ¿Eso puede pasar?
        No, no puede pasar – él también comenzaba a creerse su mentira – Pero tengo un juego para ti que te mantendrá calmada. Dejaremos de hablarnos, ni una sola palabra hasta mañana en la mañana ¿Bien?
        ¿Y eso de que va a servir si…?
        Calla, perderás – y fingió pasar un cierre imaginario sobre su boca – Comenzamos ahora.

Annie abrió la boca para decir algo pero la cerró de inmediato. Michael dejó el arma sobre una esquina y tropezó al entrar caminando por el pasillo sólo por la fuerza que le costaba ejercer al estirar el pie derecho.Ella tenía que soltar un comentario sobre su debilidad, pero Michael volvió a voltearse, a callarla con un gesto y a seguir caminando.



***
El seis es el número maldito aquí, y las cuentas regresivas siempre me ponen de los pelos. Pero la emoción de cualquiera de los dos lados es bienvenida y predispuesta en la historia.
Hay muchas historias que me encantan y con las que estoy en desacuerdo con su final. Espero poder darle bien con ésto, porque no es que yo decida como termina todo porque guste menos un final que el otro. 

Espero poder contar con ustedes hasta que ésto pase, pero de mientras hay muchas cosas más que les hace falta decir a el muchacho éste de los versos con espinas y la sangre suelta. 

Gracias por sus comentarios. Les paso a decir que hay una forma más fácil de comentar ahora y es el Grupo de lectoras. Así que si tienes problemas con los comentarios aquí en blogger, se te espera en futuros debates en dicha página ^^
Que bueno que contamos con redes sociales. Siéntete libre de Unirte.


Y la P R E G U N T A ~ del día es:

¿Qué hubieras hecho tú en el lugar de Annie?
Sin saber que él mentía ¿Lo dejabas ir a la guerra?

¡Espero sus opiniones! Sin miedo, todos los comentarios son lindos :)


~ Kati.







4 comentarios:

  1. Me encanta tu manera de escribir es cada capítulo hay un equilibrio de suspenso, comedia y romance (?) enserio te admiro :D.
    Contestando la pregunta, obviamente no lo dejaría ir, no sabes las cosas que podrían pasar en una guerra, te estarías debatiendo entre la vida y la muerte D: .

    ResponderEliminar
  2. Ugh, que capitulo más largo... ME ENCANTA ^^
    La verdad es que no tengo palabras, ni me he dado cuenta de el tiempo que ha pasado mientras leía... Cada vez te superas más amiga ;) Encima con la música que estaba escuchando de Michael casi consigues que llore!! ¬¬
    Yo en el lugar de Annie...uff, es una situación difícil, yo me iría a la guerra con él, sin ninguna duda jajajaja Para protegerle y estar a su lado al 100% sino es una agonía D:
    Espero un nuevo cap pronto! Y ya aprovecho y te deseo una feliz navidad y un prospero año nuevo ♥ Aunque hablaremos más antes de que acabe el año...espero.
    Ya sabes que me tienes aquí para cualquier duda y para lo que no sean dudas!!
    Te Quiero ~ M.

    ResponderEliminar
  3. JEBUSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
    No puedo, te juro que no puedo con esto. Perdón por estar ausente tanto tiempo pero no es personal, estuve ausente de todo este mundo pero ya volvi y lo primero que he hecho es re-leerme todo Trust porque habia olvidado algunas cosas y OHHHHHH. Este capitulo es tan tortuoso, osea, es terrible pero a la vez es bello. No sé. Lloro. En serio, últimamente se me ha dado por llorar con novelas y lloro con Trust porque es bellisima, en serio. Es cursi pero no cursi de esas cosas empalagosas que hasta asco dan, es cursi bonita (?) y como dijo quien quiera que sea del primer comentario, sabes equilibrar las cosas, siempre has sabido hacerlo, desde que te leo (desde hace años) has sabido hacerlo y ahora lo haces mejor y es maravilloso.
    En cuanto a la historia, estoy sufriendo un colapso, jodido Dylan, ya no quiero odiarlo, pero me resisto. Y Justin ;-; quiero odiarlo pero me resisto. Horrible situación.
    En fin, sigue con esto porque yo no me olvido de esta "cosa" así que seguiré al pendiente, así que si no subes más supongo que te estaré molestando, ¡SÉ DONDE VIVES! (?)

    ResponderEliminar
  4. Te debo una disculpa enorme por no haber comentado antes, pese a que ya había leído este capítulo. Primero todo se debió a mi Internet de cuarta; luego, al otro día, como era de madrugada, me adormilé y cerré la ventana con un post larguísimo. Siendo pajera, siendo babosa por no hacer una copia de seguridad, no volví a escribirlo. Pero aquí estoy, que me picaba el gusanillo de "¡comenta, demonios!" Porque todo Trust merece un comentario.
    No sé si empezar a odiar a Justin. Lo leo demasiado sensible, al mismo tiempo vulnerable, que no puedo escoger una emoción concreta. También me acuerdo del Justin de Believe, el tierno que sólo estaba preocupándose de su sangre azul y sus visiones y de Angie, que ya de por sí verlo en este contexto me conmociona. Dylan... lo observé desde otro punto; su reflexión es bastante compleja, pero no por eso ha de ser considerada equívoca. Quizás nadie busca el mal, sino el bien. Sin embargo, buscamos nuestro propio bien, ya sea por que es más cómodo y porque muchos tenemos cierta tendencia egoísta, aunque algunos muy en el fondo. Eso sí, no puedo hallar esa compasión que me gustaría sentir por el personaje. Y eso me asusta. Si un 'villano' me produce eso es porque: o me terminó decepcionando, o es demasiado cabrón. Me tiendo a la segunda. Aunque tampoco sé por qué es tan, tan cabrón. En vez de matar a Michael, otro lo torturaría primero. Ya está torturando psicólogicamente a Justin mandándolo a matar a su hermano; hermano no sólo por la logia. Mmm ña, no debería pensar esas cosas, demonios. Lo que hace leer y escribir mucho terror xD.
    Y Michael no es ningún angelito, eso lo sabemos todos. Por eso me encanta como protagonista.
    Secundo la opinión de Stelly y Tiffany. Posees un talento innato para combinar las temáticas en un mismo capítulo, hasta en un mismo párrafo. Por eso eres una de mis autoras favoritas del blog.

    Que estés bien, Kati :) Feliz Navidad atrasada xd y que tengas un próspero 2013.

    ResponderEliminar