"Mimo"
Narra Michael.
Sólo son dos personas las que
aceptan lo que me sucede, y no soy precisamente una de ellas.
No tengo una buena razón para
forzar a alguien a escucharme, ya que según mi herencia – ancestros o lo que
sea – yo estoy supuesto a no necesitar de nadie más que de mí para comprender
algo. Porque hay una respuesta a todo, más allá de que la conozcamos alguna vez
o no.
Durante siempre, he podido tejer
la más coherente red entre la ciencia de la lógica y el sentido de lo
espiritual. Y ser espiritual no significa creer en fantasmas sino en el alma,
el poder que tiene cada una de ellas y la sobrenaturalidad que se solidifica
fuera de cada uno de nuestros cuerpos. Y de allí salen acciones, pensamientos y
conclusiones que muchas veces no notamos en la otra persona.
Yo no puedo ver el alma de
Annie, por ejemplo, pero siento cómo se manifiesta. Yo no puedo ver el aire que
respiro, pero siento que se manifiesta. Ambos dos indispensables para mi
existencia si es que seguimos hablando de mí.
Pero el problema de cuando se
tiene algo tan simple – como en éste caso yo, una persona con cuerpo y alma –
es que nosotros mismos comenzamos a buscar explicaciones y rodeamos la simpleza
de la magia con un sinfín de cuestiones que imaginamos, teorías que nos
imponemos a probar que son realidad a pesar de que muchas veces no lo sean.
Yo no digo que todo lo que
pienso sea cierto, o que así mismo mis teorías se convierten en verdades
universales sólo por el hecho de que existen (Dentro de mí, pero aún así
existen. Por su cuenta). Simplemente se me es fácil encontrarle una razón a
cada cosa – a través de la lógica de la simpleza, o a veces cuando no es
posible, espiritualmente – porque de no ser así, explotaría o me sangraría el
cerebro de alguno de los dos lados. Soy incapaz de pararme en el suelo sin
saber por qué, sin tener una razón que manifieste ése comportamiento mío, y sí,
rebusco en mi cabeza hasta encontrar una manera improvisada – y hasta a veces,
loca – de explicar por qué hago tal acción, así como si necesitara presentar un
documento por yacer quieto sobre el césped incluso cuando no está prohibido
hacerlo.
No podría ser abrazado por la
nada, porque no existe, siempre hay algo.
Por supuesto afirmar que tengo
mi propia verdad podría sonar egoísta pero es un acto de auto-mantenimiento. No
existe alguien que piense por mí o algo parecido para que me mantenga tranquilo
de la manera que yo lo hago conmigo mismo. Si estoy en punto muerto, soy casi
mi único freno. Porque seguramente si existiera una persona que diera una
justificación de todos mis actos, se ahogaría en el instante, inundado por mis todas
dudas. Por eso digo que si yo fuera normal – normal en el sentido de más límites
en el pensar y mi sangre de ése líquido terroríficamente rojo – sería
insoportable. Insoportable de todas las maneras posibles, por todas preguntas
que haría.
Es como cuando tienes hambre y
te cae una manzana de tu propio árbol. Yo no comprendía la vida y de mi árbol
cayó tinta y un libro de un millón de páginas para sacar mis dudas de mi cabeza
y retenerlas allí por siempre.
Me matarían, estoy seguro.
Sigo a veces con un par de
cosas sin explicar, pero prefiero no pensar en ellas. Generalmente me frustro y
tengo que dejar de pensar en ello para no angustiarme. En alguna parte de éste
relato seguro atravieso uno de ésos lapsos, descripto.
Ethan que si es normal, es
insoportable con cinco signos de interrogación en cada uno de sus ojos.
Mientras caminábamos detrás de las huellas de Annie, él sosteniéndome para que
no me desplomara en el suelo, se iba preguntando el por qué del cielo azul, el
por qué de la guerra, el por qué del incorrecto y salvaje comportamiento
humano.
Si yo fuera normal como él no
lo soportaría, no viviría mucho tiempo. Seguramente porque me preguntaría por
qué estoy vivo y me mataría, o alguna
cosa menos trágica.
El chico viene a ser la versión
de mí en el mundo sencillo, normal y aburrido. Sólo que, egoístamente pienso
que soy capaz de sentir más – lo cual no es ninguna ventaja porque mientras más
sientes la dicha, más sientes el dolor – y creo que es sólo una característica
que venía de regalo con el tintero. Hay más personas así en el mundo, se los
denomina sensibles, cuando técnicamente
son los más fuertes por que lidian con muchas más cosas que el resto por tender
a agrandar el espacio del sentir.
Podría hacer una completa
descripción del niño en éste mismo momento, pero me hallaba mareado por la
falta de azúcar y el hecho de que acababa de verlo hecho un adolescente de
repente y de la nada aún me tenía colgando de la soga. No podía hacerme ni una
idea sobre de dónde había salido. Pero si lo había visto en mis sueños tendría
que significar que marcaría algo en mi sendero vital, y de eso si tenía que
preocuparme, fuera malo o fuera bueno, iba a haber algo.
Si tuviera mis dos pies buenos
en éste momento, me lanzaría a correr. Éste chico camina relativamente lento
como si no hubiera tiempo que perder o ahorrar en un campo parcialmente minado
de envidia y de granadas con relojes de activación. Tengo que llegar – era lo único que me decía –, reponerme para
poder pensar mejor, estoy bastante limitado en éstas condiciones. Tenía que
idear una forma, lo más complicada y rebuscada posible para que ellos no lo
comprendieran y no puedan evitar, para devolver a Annie por lo menos a dónde
estaba. Aunque debo esperar que Ethan lo comprenda si quiero que colabore.
Difícilmente podré lograrlo.
Así de inválido como estaba no sería capaz de
levantar el arma para defenderlos ni aunque quisiera, y eso me estaba poniendo
literalmente los pelos de punta. Seguidamente Ethan se quejó de que yo temblaba
demasiado.
Necesitaba soñar, necesitaba
tener un fuerte, un asegurador que me diga que mañana Annie aún estará allí
para tranquilizarme. De no ser así estaría con los ojos pegados con cinta como
si hubiera bebido tres tazas de café.
-
¿Tienes
café Annie? – dijo Ethan cuando me di cuenta de que ya estábamos en la casa.
Maldición
Ethan, maldición. Dije que café no.
Estaba yo acostumbrado a
Justin, quién no cometía actos estúpidos cerca de mí si yo no le deba permiso,
a través de una aprobación mental que le llegaba de mi conciencia a la suya.
-
Para
mí no gracias – solté un manotazo hacia una silla para poder agarrarla. La casa
se mantenía por dentro. Era la primera vez que la veía en otro lugar que no
hayan sido mis sueños. Casi te olvidabas de que afuera había una guerra.
-
Michael,
si no comes algo vas a desmayarte de nuevo ¿Cuándo fue la última vez que
almorzaste con todas las letras? – de repente la vi sobre mí, con los ojos
borrosos. Imaginaba la cantidad de virutas de tierra y de sueños por dormir que
colgaban de ellos.
-
Técnicamente
desde que nos reclutaron. No puedes llamar a eso “comida” – me contuve de
volver a imaginar visualmente el almuerzo que nos daban en la escuela militar para
no convulsionar. No de nuevo.
Seguía en otro lugar dentro de
mí. Seguía tratando de dibujar la estrategia. No podía simplemente
secuestrarlos y meterlos a la fuerza dentro de un avión.
¿No
puedo? No, no puedo.
Generalmente me ahorro de dar
explicaciones de mis actos a otras personas que no sean yo. Nunca las
entienden. Y así me vi frente al interrogatorio de Annie.
-
¿Por
qué? – pronunció creo que demasiado rápido. Estaba ocupado en el plan y
asimilando el simple hecho de que estaba despierto. Simplemente no podía creer
que lo que estaba viendo estaba realmente pasando. Se me hace difícil
diferenciar si estoy despierto o si estoy soñando. Es horrible, no sabes que es
peor. No sabes si cometer una locura y no preocuparte porque estás dormido
cuando finalmente recuerdas que estás despierto y todo va para nada igual a lo
que tú quieres.
-
Michael
– repitió de nuevo. Vaya que estaba totalmente ido. Y por más inteligente que
sea, no podía hacer dos cosas a la vez. Seguía siendo hombre ¿No? ¿Qué pasaría
si fuera mujer? Sería la cosa más sabia de toda la creación - ¡Michael!
-
¡¿Qué?!
– respondí con insuficiencia y haciéndole caso omiso a sus palabras. Estaba
sumergido en encontrar una solución a su propio bien. Era mucho más importante
que si se enojaba temporalmente conmigo.
O al
menos eso parecía. Oh rayos, era
vergonzoso caer de nuevo en esto.
Finalmente se alejó hacia la ventana
y el chico me miró de reojo detrás de su taza de café. ¿Qué había hecho ahora?
¿Me había descuidado demasiado?
Y finalmente comprendí mi
error. No puedes ignorar así a una mujer, tiene que ocupar más parte de tu
cabeza de lo que puedas permitirle. No es algo que uno mismo controle, sino un
encargo.
-
Lo
siento. En lo último que estoy pensando es en ser cruel contigo – traté de
levantarme de la silla pero fue inútil. Maldita herida, maldita indisposición
de poder levantarme, nada estaba de mi lado. Y mi mente ya se había dispersado.
Ella volvía a ser prioridad en mis ocupaciones y eso a veces significaba
ignorar su propio bien o el de cualquiera de nosotros. No estaba seguro sobre si
ésa era una opción correcta o parcialmente inmadura.
Calla.
Me dije. Escúchala.
¿Es que simplemente no podía dejar de pensar y quedarme en blanco para que
ella me llenara? ¿Qué demonios estaba mal conmigo?
Necesitaba dormir, soñar.
Necesitaba un pequeño vistazo para calmarme. O que ella se encargara de ello.
Cada vez me olvido de cómo
controlarme, aparece y lo hace por mí.
Arriesgaría entonces, éste
momento de heroísmo que trataba de imaginar para hacer que sólo quisiera
mirarme. Sólo una vez. Y no porque una sola vez me fuera suficiente, sino más
bien porque soy muy egoísta y aunque me cueste admitirlo, no se me hace tan
difícil de olvidar un poco el plan de salvarlos para simplemente brotar en ella
una sonrisa momentánea justo ahora, y era precisamente lo que me proponía a
hacer.
Porque su alegría me llena de
gozo a mí. Pero pensar en su futuro bien la salva a ella. Y al elegir la
primera opción estoy dejándolo todo para mí. Acto profundamente egoísta.
Instinto inmoralmente inevitable.
Si Ethan no hubiera
desaparecido a éstas alturas, lo hubiera borrado de la realidad simplemente
pensando que ya no estaba ahí. Pero no fue necesario, porque se había
levantando hacía ya quién sabe cuánto tiempo. Annie seguía ahí. Sí. De eso si
estaba seguro, porque era de lo único que estaba consciente ahora.
Predije una leve sonrisa
saliendo detrás de aquél perfil apenas visto que se estaba volteando. A veces
me pregunto qué tan estúpido me debo ver cuando pienso y cuando no hago otra
cosa. De alguna manera le estaba causando gracia y yo estaba contento con ello.
-
¿De
qué te sonríes? – le dije, finalmente rodeado de vida y con ganas de correr
hasta el final de los tiempos.
-
Jamás
creí que te vería vestido así – pronunció dulcemente, tanto que hizo parecer
que mi voz era tan terrible como hierro cortándose cerca del oído lastimado de
alguien. Se calmaron las tormentas de los polos cuando finalmente me habló. La
mitad de mis preocupaciones estaban cediendo.
-
¿Si, verdad? Es ridículo – me contuve de decir algo más. Lo simple a veces es demasiado
y suficiente. Ahogaría la situación si una vez más trataba de hacerme el listo.
-
Estás
gritando – me dijo.
-
¿Estoy
gritando? – al parecer no estaba tan errado con lo de mi voz. Me habían
enseñado a hablarle muy fuerte al general y creo que la trompeta matutina
diaria me había roto los tímpanos mucho peor de lo que nunca creí. Me dije que
era costumbre y lo controlé al instante.
-
¿De
veras no quieres nada? No hace mucho que mi papá se fue de aquí, hay comida aún
y podría cocinarte algo.
Tenía yo el estómago cerrado y
comer siquiera hielo me lo voltearía al mismo minuto. Pero acepté para no
herirla. Demasiado me estaba pasando de idiota dándole oportunidad de quedarse
en éste lugar mucho más tiempo y no haciendo nada para evitarlo. En lugar de
ello me quedaba quieto nutriéndome con su bienestar temporal y sus sonrisas. Que
tentación más grande. Estaba siendo avaro, sí, eso pensaba ¿Qué me importa si
no se salva mañana? Está bien ahora porque me está haciendo feliz.
Retrocedí y retrocedí con las
ideas. No podía pensar eso. Era la cima del egocentrismo.
-
Bien
– pareció alegrarse - ¿Qué quieres?
-
¿Tienes
arroz y espinaca? – le pregunté.
-
No
– respondió sin saber el por qué yo elegiría algo para comer cuando ni siquiera
tenía cara para mantenerme de pie sólo.
-
Asombroso
– respondí – Me lo han dado en la milicia durante seis meses. No quiero volver
a ver eso nunca jamás en mi vida.
-
Descuida,
no hay nada eso – río levemente.
Annie podía parecer superficial
si sólo relato lo que dice, aunque a veces no se puede ir más allá de lo que
una persona quiere demostrar de sí misma. Incluso mi instinto suicida estaba
enamorado de ella y envidiaba su paz interior.
Un tiempo atrás – como desde
ésta mañana – yo creía que el misterio más oculto era yo mismo. Pero el cofre
secreto de las otras personas no puede ser descifrado por nadie más que por la
llave que ellos tienen colgada en su propio cuello. A veces no la ven. Y a uno
le dan ganas de arrancársela. A nadie muchas veces se le ocurre mirar el techo
de algún lugar ¿Por qué mirar hacia el suelo también?
¿Estoy equivocado? ¿O acaso
recuerdas perfectamente todos los techos de los lugares dónde has estado?
¿Siquiera el de dónde yaces ahora mismo?
No hay forma de colarnos en
esto, en el descubrimiento del YO de otras personas. Es decir que estamos
destinados a jamás comprenderlos. Por lo que, la única relación-lazo que nos
queda para sobrevivir socialmente, es quererlos a todos, desde el alma.
Pero ésto – y miro a Annie – es
otra forma sublimemente distinta y fuerte de atar almas. A veces no vivo por
mí, sino que por ella.
Oh ¿Lo veo? Ya me acaba de
voltear la mente en su dirección otra vez. Creo que tiene más poder que yo, creo
que es más inteligente que yo – o más estúpida, suelo merecerme ésa palabra
infinitas veces, porque algo tan opuesto como la inteligencia puede
paralelizarse con la locura y la estupidez - ¿Por qué no soy bueno haciendo lo
que ella hace?
-
Michael
– volvió a decir. Nunca le había encontrado un tono a mi nombre desde que ella
lo pronunció.
-
Dime
– brevedad, me llamé. Brevedad.
-
¿En
qué estás pensando?
Dios, palabras simples son más
perfectas que el caligrama imaginario que se anuda a mi zapato y me hace caer
dentro de mi propio doyo.
Debería andar descalzo. Si, lo
intentaré.
-
Oh,
nada. Absolutamente nada. Nada – y generalmente cuando pienso en nada, me sale
todo por la boca. Palabras atropelladas, unas encima de las otras a gran
velocidad. Velocidad que preferiría controlar dentro de mi mente de dónde no
puede escaparse nada.
Que incapaz soy de retener
algo. Quiero que todos vean lo que yo veo.
Y de nuevo estoy pensando. De
nuevo alguien me ha calzado los zapatos anudados. Mente en blanco, llámate blanco.
¿Y por qué no negro? Si el
blanco se mancha fácil y las huellas de los errores de la vida se ven más
fácilmente...
-
¡Michael!
– cierto que olvidé que allí aún estaba. Supongo que he perdido la carrera –
Estás haciéndolo de nuevo.
-
¿De
nuevo qué? – ahora si esperaba almacenar algo nuevo.
-
Dime
en qué pensabas. Lo último que escribiste.
¿De veras?
-
En
que si usas blanco... – vaya. Con sólo imaginar que lo diría me sentía estúpido
– Sobre lo linda que es tu casa ¿Qué ha sido de tu padre?
-
Está
en reuniones laborales en Sudamérica. O por lo menos así me mintió.
-
¿Te
deja traer a dos extraños a casa? – dije asombrado. Increíblemente no había
preocupación detrás de sus ojos. Se lo tenía que decir, para averiguar el
secreto quizás - Te ves calmada.
Armónica.
-
Creo
que gasté mi recarga extra de nervios en todo el trayecto de traer a Ethan a
salvo hasta aquí.
-
Supongo
que ha insistido. Y demasiado para que le hayas hecho caso. Tu armonía ahora es
envidiable y fresca.
-
Pareces
seguro ¿Cómo sabes que no estoy fingiendo?
-
Fácil.
Por que se te da fatal mentir – soné más grave de lo que estaba intentando
sonar – Y actuar muchas veces es un derivado de la mentira. Depende para qué lo
emplees.
-
¿Dices
que si te oculto algo te darás cuenta?
El viento se detuvo, el agua
del mar se congeló. Los pájaros voltearon y todos los trenes apagaron el motor
al mismo tiempo.
-
¿Qué
dijiste? – pregunté. Ella sabía que me adelantaría a todo el palabrerío inútil
de una discusión normal y trataría de ir directo al grano. Mi gesto no trataba
de lucir severo.
Oh, dios. Esto me dejará
pensando toda la noche y no podré dormir. Cierra la cabeza, Mike, ciérrala.
-
Déjalo,
no quiero saberlo – dije rápidamente después, pegada a mi última frase dicha en
aire, continuando una especie de monólogo corto. No sé qué tan bipolar debí
haber sonado diciendo aquello que dije antes y lo que dije ahora y después.
-
Fue
hipotético.
-
Si,
como tu forma de mentirme.
No estaba yo mirándola a los
ojos, por lo que ser grosero con alguien resultaba por demás fácil.
Naturalmente intuía yo, que se trataba de algo malo. Pero he culpado a Annie de
cosas que aún no ha hecho inciertas veces por futuros que se colan entre la distancia
suya y la mía. Subiendo la mirada y paralelo a sus ojos, tenía la sensación de
haberle disparado o algún acto dañino peor.
-
También
te oculto cosas – decidí colocarme el sombrero ahora – No sé porque predigo que
es algo malo. Estoy acostumbrado a creerme todo lo que me parece, porque
generalmente luego pasa. Pero apenas estoy recordando que no sueño
prácticamente en estos últimos días.
-
¿Entonces...?
-
Ten
secretos – dije – Quiero que tengas secretos ¿Qué me quedaría por averiguar
sino?
-
Seguro
ya lo sabes.
Rebusqué en cada archivo de mi
memoria y volteé sin ningún rastro de afecto en mi voz.
-
Lo
besaste – solté al aire.
-
¿Lo
soñaste?
-
Lo
imaginé – respondí al ritmo final del último verso – Puede no ser cierto.
-
Él
me beso.
-
Claro,
típico.
-
¿Te
dolió?
-
Muchísimo
– dije sin expresión alguna y llegué al punto de no poder contener las ganas de
reírme.
Me miró extraño. Si, debió ser
raro que de la nada comenzara a soltar carcajadas. Que el cielo me perdone si
sonó como una burla, yo no trataba de empeorar las cosas.
-
Es
el curso del futuro – expliqué tratando de dejar de reír para que me tomara
enserio. Hablaba en serio – Lamentablemente tienes que dejar que continúe.
-
No
comprendo por qué haces eso – ahora ella parecía ser la que estaba molesta. Las
personas siempre se ponen de los pelos cuando no comprenden algo, pura ira,
excepto yo. Yo me angustio hasta querer arrojarme por un balcón, pero nunca me
enojo. Pero la ira es diez veces más divertida y más sana. Creo que es sano
enojarse de vez en cuando, debe surgir algún tipo de adrenalina inversa que aún
no ha sido descubierta.
-
No
debería contártelo, pero creo que es la única manera de que no me ahorques –
como si no sobraran los encuentros suicidas que ella ya había evitado – El
chico es el hijo de Justin. En el futuro, siendo niño, Ethan va a estar
enamorado de ti. Eso suele pasar con el tiempo, no significa que vayas a
casarte con un niño de cinco años. Él es como una predicción hecha una persona.
Una persona que camina y respira como tú y yo. Cada acción que hace me lleva a
sacar una conclusión de algo. Es materia pura, una visión andante. Debe ser el
encaje del hecho de que no he dormido en días, la respuesta. El futuro va a
llegar a mí a como dé lugar incluso cuando no puedo dormir, parece que nada lo
detiene ¡Mira lo que ha hecho! ¡A echo al futuro todo un humano! ¡Y hasta le
puso nombre! Es totalmente correcto que haya llegado a mí para golpearme.
-
Aún
no entiendo – dijo más calmada de lo que yo estaría si no comprendiera algo.
Aún así tenía su estado neurótico - ¿Ethan va a ser niño, en el futuro? ¿Dices
que en lugar de crecer va a encogerse? ¿A hacerse más joven?
-
No
seas fantasiosa Annie – le dije, absurdamente – Claro que no.
-
¿Fantasiosa
yo? – comenzó a alterarse – Dime una sola cosa en tu vida que no sea
fantasiosa. Es totalmente ridículo que tú justamente uses ésa palabra para
describir a otra persona. Soñar el futuro por ejemplo.
-
Eso
no es fantasía, es real. Tú puedes hacerlo también. Me ofrecí a enseñarte una
vez.
-
Y
me desmayaste.
-
No
soy buen maestro – afirmé seriando el clima – Esto no es un poder
extraordinario. Es sólo una habilidad muy desarrollada. Y si crees que es un
don haberla desarrollado con facilidad y rapidez... reitero entonces, que hablamos
de esto cuando todo el mundo tiene dones.
-
¿Qué
se trata de un don? ¿Ésa es tu respuesta final?
-
Tómala
o déjala.
Alzó sus pestañas como quien
quitara cortinas negras de sus ojos. Y era yo el criado de sus ojos. Sentía que
debía obedecer la orden, pero no estaba seguro de cual era exactamente. Había
un papel y un bolígrafo casi sin tinta en la mesa del teléfono, habían
aparecido casi como si yo los hubiera dibujado allí. Le pedí que escribiera en
el papel lo que quisiera que hiciera, por que obviamente no nos estábamos
entendiendo por medio del habla.
–
¿No
son también palabras? Dijiste que las odiabas – dijo volviendo al pasado mucho
más rápido de lo que yo hubiera tardado.
–
Considero
“palabras” al texto inútil. No a lo que escribes ni a lo que dices.
–
¿Por
qué no solías hablar cuando te conocí?
–
Era
tímido. Soy tímido.
–
Claro
que no.
–
Claro
que si.
Creo que a ésto lo aprendió con
práctica y el tiempo: mantenerme hablando permanentemente evita que piense. Temporalmente.
Así se notan los silencios incómodos que me niego a destacar, cuando yo pienso
se hacen presentes.
–
Las
palabras son palabras cuando son usadas como palabras. Si es arte, no son
palabras ¿Comprendes? – dije con una mota de esperanza en lo que explicaba,
rodeado de impaciencia.
–
Si
– respondió para mi sorpresa. Iba a hablar de nuevo, pero la interrumpí.
–
Fabuloso
– discriminé su turno de atacarme para ir hacia otra dirección - ¿Podría tomar
un baño aquí?
–
Claro
– tardó milisegundos en responder – Está de junto a la habitación de mi hermano.
Puedes tomar ropa de allí. Yo me ocuparé de llamar a Angie.
–
Gracias.
Sentía que tenía lo más sucio
de un bosque entero sobre mí, toda su tierra infértil. El camino parecía eterno
antes de recorrerlo, pero se acortó a un pasillo fácil que atravesé rápidamente.
A pesar de estar cansado, no podía haber perdido la agilidad de meses de
entrenamiento en sólo un par de días.
Entré a la habitación y Ethan
yacía sobre la cama dormido, con la televisión encendida pero en blanco.
Seguramente se habían cortado todas las conexiones desde la guerra, pensé. Tomé
del armario lo primero que estaba a la vista, como si me interesara poco lo que
iba a ponerme. Me encontré en el baño después de avanzar dos pasos y de haberme
percatado de escuchar la voz de Angie desde algún sitio.
Me quité las botas como si
estuviera arrancándome la piel. Las había tenido puestas más tiempo de lo que
duraban cualquier par de zapatillas en mí cuando todavía iba a la escuela.
Estaba descalzo pero en calcetines y aún así sentía que pisaba sobre arena.
Finalmente afirmé que no tenía heridas allí como en el resto de mi cuerpo. Cuando
levanté la vista me encontré con el zombi carcomido en el espejo. No me
reconocí, casi temblé. Tenía heridas por toda la cara, y visiblemente era fácil
notar que no eran del color que normalmente son. Tenía sangre seca en la frente
y los ojos a la mitad, uno de ellos, morado. No recordaba cuando me habían
golpeado ahí. Mi cabello enmarañado cubría las heridas del contorno de mi
rostro pero dejaba visible el descuido en él. Ya no eran ondas, era todo una
misma cosa llena de nudos imposibles. Mis ojos eran más negros de lo que alguna
vez los había visto. Después de la camisa, la herida que había cubierto Sean
aún seguía sin curarse, pero detenía el líquido molesto que le seguía. Las
vendas estaban dobladas, despegadas, encimadas una sobre la otra y me colgaban
de un lado. Tuve que quitarlas. Desconocí el color de mi piel detrás de las
mismas cuando lo hice.
El agua fría corrió sobre mí
por un momento. Por primera vez comencé a sentir ligeramente lo que era el
“Frío” y me vi cómodamente conviviendo con él. Me gustaba, estaba harto del
calor, era un calmante que se excedía levemente. Si existe la fiebre, yo tenía
lo contrario, por que me sentía enfermo. Como nunca, débil físicamente. ¿Estará
mi mundo al revés? ¿De cabeza?
Estaba liberado de la capa de
basura que tenía pegada ahora que estaba limpio. El uniforme ya no me pesaba,
pues lo había cambiado por ropa normal. Justamente roja era la camisa a
cuadros. El rojo comenzaba a ser armónico, el azul me sofocaba, era como su
opuesto.
Aparecí en la cocina un tiempo
después, pero las luces estaban apagadas y había un plato de algo sobre la
mesa. Aún me sentía cohibido de ingerir algo, peor sintiendo estar enfermo.
Asique me dirigí a cerrar la última cortina que me dejaba ver aquel infierno
nevado y me dirigí de nuevo por el pasillo. Ethan seguía donde estaba, pero la
televisión estaba apagada, y estaba seguro que ése no había sido acto mío.
Encontré su habitación una
puerta más adelante. Estaba de pie en pantuflas sosteniendo mi rifle, sólo
observándolo. Era una imagen opuesta: pantuflas, un arma…
–
Está
cargada – mencioné.
Lo soltó al instante como si de
una cucaracha se tratara. Se tomó el corazón través de su camisa. Vestía más abrigada
que yo. Me daba la noción de que realmente siempre estuve loco del calor y que me iba moralizando
sintiendo la sensación de frío cada vez más potente en mí. Ella me sorprendió friccionando mis brazos simultáneamente y temblando los dientes.
–
Vas
a enfermarte, tu cabello aún está mojado.
–
Es
extraño… – adquirí con aires de decir algo rebuscado y finalmente soltando
cualquier cosa - … que no hayas mencionado lo horrendo que estaba. Bonito
gesto.
–
Bueno,
pero te quedan detallitos irreconocibles… ¿Tienes frio por primera vez, por
ejemplo? – rió levemente.
–
Si
¿No es genial? – decía con la emoción al tope. Estaba orgulloso de lo que
sentía - ¿No harás que duerma con Ethan verdad? Me da miedo.
–
Es
parecido a ti.
–
Por
eso me da miedo.
Me tomó del brazo y me obligó a
dejarme en su cama, y de no ser por mi debilidad en ése momento, no me hubiera
tumbado tan fácil. Sugería que me quedara ahí por que ella se iría. No quería
eso. No le solté la mano. ¿Tu problema? Pronunció susurrando.
–
La
cabeza se me parte en dos – le dije, sin necesidad de fingir – La necesito – me
referí a su mano.
–
Comienzo
a creer que me usas – hubo en ella un indicio de una sonrisa ¡Sí que es
horrible actuando! Horrible y adorable.
–
Yo
no quería decírtelo, pero te quiero sólo por tu mano – me hice el actor
mediocre yo también, soltando carcajadas silenciosas.
–
¿Mucho?
– preguntó dejando de reír.
–
Mucho
– respondí.
–
Sólo
recuéstate y duerme – me ordenó a mi cuidado.
–
Si.
Pero si te quedas.
–
¿Cómo
quedarme? ¿Hasta que te duermas? ¿No es inmoral?
–
No
es inmoral, el dulce. Además estoy enfermo.
–
No
estás enfermo – rió energéticamente.
–
Oh
claro, quieres dejarme para escaparte con Ethan – bromeé, a pesar de que sería
ridículo si así fuera ¿Para qué habría venido entonces?
–
¡Eso
no es…! – ya tenía yo, la mira en sus labios, estaba tan desesperado que no
pensé en ser capaz de contagiarle alguna enfermedad rara que estuviera
padeciendo. La acerqué más a mí de aquella manera, hasta que aseguré que su
mano estaba bajo candado, bajo la mía. Retiré el beso cuando estuve seguro de
que no podría escapar ahora.
–
Claro.
Estoy tan enojado contigo que te besaré…
¿No? - fue lo que dijo.
–
Ya
te expliqué que no estoy enojado. Y que mi sobrino tiene amor infantil por ti.
–
Tu
sobrino no es un infante, tiene diecisiete años.
–
Yo
también tengo diecisiete años – y entonces repetí mi acto anterior. Ella no
hacía nada para evitarlo. Ya después era ella quién se ocupaba de llenar los
vacios silencios sellando mis labios, dejándome pensando. Si es que era capaz
de pensar mientras la besaba…
… simplemente, creo que no. Y
parecía que eso era lo que ella quería que supiera.
–
No
dormiré hasta que me pare el dolor de cabeza – tenía su rostro tan cerca que
podía oírla respirar – No por que no quiera, me es imposible.
–
¿Y
qué quieres que haga?
La miré y traté de fingir mi
mejor mueca desafiante e infantil. Seguidamente me levanté de un brinco de la
cama con la agilidad de un puma (puesto que en el entrenamiento había saltado vayas mucho más
grandes que harían que esa cama pareciera una raya pintada
en el suelo) y di la vuelta hasta quedar parado frente a ella de su lado. Lucía
absorta.
Hice que se parara. Removí el
cubrecamas y las cobijas que allí había para recostarme debajo y echármelas
encima. Estaba muerto de frío y era
genial, pero tenía que nivelar o me iría a los extremos de nuevo, y eso era
algo que me tenía prohibido.
Una vez allí, ella se sentó a
un lado de la cama como la nana que te relata cuentos antes de la noche. Pero
conseguí – con algunas dificultades – de que ocupara el lugar que quedaba junto
a mí.
No la miraría por un tiempo.
Por dos segundos o lo más que pudiera soportar. Se sonrojaría; y me bastaba con
sólo imaginarlo para burlarme en mi interior. No de ella, sino de mí. Era
patético y empalagoso. Estaba yo, actuando como un tarado hipnotizado cual
mosca que busca la luz de una jugosa y peligrosa lámpara que cuelga en un techo
lleno de telarañas.
Que engorroso sería si
estuviera presenciando la escena. Pero yo era un actor en ésta película, y eso
me daba el pase de ser tan cursi como yo lo deseara. Mientras ello fuera arte
para mi co-estelar.
Ella no estaba dentro de las
cobijas como yo, pero aseguraba que su mano tocara la mía, sin la esclava
necesidad de estar en mi frente para apaciguar mi mal de forma total. Bastaba
con un roce, a veces hasta con sólo respirarme de cerca.
–
¿Qué
ves? – me dijo. La situación de pronto había dejado de ser trágica por las
armas afuera y se había convertido en paz. En arte.
–
¿Por
qué?
–
Tus
pupilas no se detienen. Si tu cabeza estuviera pegada al ritmo de tus ojos,
moverías la cabeza hacia todos lados, tan histérico, así como un pájaro.
Los pájaros me sacaban de
quicio, igual que los peces. Habilidad preciosa y tan necesaria de volar,
inalcanzable para las manos humanas, o lo que sea que yo fuera. Los peces
simplemente no me gustaban por que saben más que yo. Conocerían la cuidad
perdida de la atlántida o al monstruo del lago Ness y le pedirían espectáculos
o incluso autógrafos.
Además tampoco me gusta pescar.
Siento que estoy poniendo inyecciones de superioridad en corazones de sangre
fría.
Mi espejismo irreal del mar
terminó en el vaso medio lleno que había junto a una foto en la mesita de
noche. El agua dentro de él estaba atestada de burbujas rebeldes e inquietas.
<< Energía negativa >> pensé y me reí. Casi había escuchado la voz
de mi madre diciendo eso, diciéndolo cada vez que veía las inexplicables
burbujas en cualquier recipiente que pasa más de una noche en un mismo lugar
sin un sello o una tapa. Incluso a veces me pregunto si será cierto. Si
realmente es verdad que poniendo un vaso con agua debajo de tu cama en la noche
absorbe todo lo que debes expulsar para sentirte liviano en la mañana. Pero no
haré la prueba, o quizás algún día, cuando sea más común decir que tengo tiempo
libre o que sigo vivo.
Pero la energía negativa de mí, había salido. Por algo no había visto el
vaso como “medio vacío” ésta vez.
Annie ahora me observaba con
calma triste, ya sin ganas de conversar sola. ¿Debo demostrar tanto con los
gestos? ¿Cómo me veré recordando hacia atrás, hacia las viejas memorias? No
había pensado nada malo. Pero me obligó a responderle lo que quería. Le debía
el final de la llamada telefónica que una vez concluyó mal, hace algunos días
cuando ilegalmente usaba el teléfono de la cárcel.
<< ¿Por qué quieres
matarte? >> soltó muy lentamente al aire, sin mirarme. Como reprochando
la necesidad que tenía por saberlo. Casi no hablaba conmigo sino con ella
misma.
–
Vive
rápido, muere joven – recité con sabor agrio en mis palabras.
–
No
puedo hacer ni una sola idea por la que quieras… A veces siento que juegas. Te
pediría que te detengas por que no es nada divertido.
–
Supongo
que algún día dejarías de comprenderme – dije contradiciendo a la propia
filosofía de explicar las cosas. No estaba seguro sobre si quería que ella lo
entendiera, por que era obvio que la terminaría convenciendo de lo mismo, y no
quiero que piense así. No quiero que se atrape en la misma red que yo.
Y odio
las redes. Odio a los pescados.
–
Yo
no le tengo miedo a la muerte – dije después de eternos segundos - Yo tengo
miedo de morir sin haber hecho nada. Le tengo miedo a morir sin haber vivido
antes. Por eso a veces apresuro mi muerte. Morir joven habiendo hecho algo
reciente es ser recordado de por vida. Eso es un amor eterno, inmortal. Como yo
quiero ser.
–
¿Y
qué has hecho recientemente para ser recordado?
–
La
guerra, la tinta. Ésa cosas.
–
Pues
eso es… – se sentó, erguida – Lo más estúpido que te he oído decir alguna vez.
Pensaba que eras muy listo.
–
No
quiero hablar de eso, no me entiendes – dije encerrado – No pensamos igual.
Me encerró, así fue. No tenía
nada más para decirle.
–
Así
es. No pensamos igual – dijo. Creí que iba a lagrimear. Normalmente lo hace
cuando habla con el corazón afuera. Sincera – No hay nada más eterno de lo que
eres para mí Michael. Y es doloroso que no lo veas.
<< ¿Qué es lo que se
supone que debo ver? >> pensé, sin ser capaz de decírselo en voz.
–
Es
nuestro trabajo inmortalizar las cosas – me volteó el mundo de cabeza cuando
comenzó a sonar más razonable que yo mismo – Incluso una historia como ésta, ésta
tinta en el papel. Morir no es la manera en éste caso, no voluntariamente ¿Es
por eso que quieres ir a la guerra? ¿Para torturarme? ¿Para acabar conmigo?
Pues, puedes hacerlo más fácil y menos doloroso para ti diciéndome ahora mismo
que soy la que te trae las desgracias y dejarán de pasar… - se enjuagó la
lágrima primeriza – Juro por Dios que dejarán de pasar.
–
Tengo
miedo – dije, siendo estúpido, arrogante, mal genio, la peor persona del mundo.
Lo denotaba en mi rostro y en mi comportamiento absurdo – Tengo miedo de vivir.
Normalmente cuando le temes a algo, buscas refugio en la oposición – comencé a
levantar la voz inconscientemente.
–
En
la muerte hay nada, Michael.
–
No
existe la nada – aseguré.
–
No
existe la nada en la vida, dirás – me corrigió, posando sus manos en mis
hombros, en mí, que había tomado su misma posición frente a ella – La mayoría
de tus teorías son puestas en práctica en la vida, y están basadas en ella. Las
únicas personas que pueden conocer la muerte son los que allá están y no
desesperan precisamente por ser juzgados por ti ni por ningún otro vivo.
–
De
todas formas van a venir a buscarme. Todos varones en el pueblo, en la cuidad y
en los campos clandestinos están obligados, listados y contados dentro del
ejército. Y no hay forma de que lo evites sin que te traigan problemas.
Problemas que incluyen penas… penas de muerte legalmente autorizadas.
–
¿Dices
que me matarán por secuestrarte? – fingió una risa de satisfacción. Ya no le
temía a la muerte tampoco.
–
Peor.
Pero no quiero atormentarte con ello. El futuro sigue en ésa dirección y no
tengo que contradecirlo o pasarán cosas malas.
–
Si
no predecías el terremoto aquella vez en la escuela… Justin hubiera muerto
debajo del muro. Si no hubieras predicho el plan de Dylan… tú o yo hubiéramos
muerto. ¿Realmente crees que seguir al futuro te hará bien?
De pronto se revolvió mi mente
y volví a lo básico de mi frustración. Miré mi mano y observé las hendiduras en
ella, más allá de unas cuántas heridas o raspones que sostener el arma me
habían provocado.
¿Realmente es mía esa mano?
¿Soy una persona de nombre…? ¿Ésas cosas
que me rodean, piensan y son tan bellas sólo me observan, o son tan irreales
como yo? ¿O soy sólo una voz… una entidad… un alma? Algo sin nombre, algo que
ES y EXISTE sin algún propósito ¿O acaso lo tengo? ¿Acaso no sólo soy parte de
un ciclo que da vueltas cambiantes en nuevas generaciones que no recordarán lo
que las antiguas han hecho por ellas? ¿Estamos obligados a ser olvidados? ¿Me
sentenciaron a subsistir bajo el peso de mi propia existencia? ¿Me privan de
cumplir mis propias reglas? ¿Me privan de ser una gelatina deforme sin un
molde? Si tengo un molde... Soy ésa cosa sin nombre… soy ¿Humano? Y los
sentimientos y ésas cosas, es decir, todo ¿De dónde surge si somos tan simples?
¿Si realmente somos como somos? ¿De dónde surge el arte? ¿Es mi guía?
Mi nombre ¿Qué es? ¿Qué soy?
¿Existo?...
¿Soy
real?
Y
si no lo soy ¿Para qué insistir?
…¿Existo?
¿Ésa mano es mía?
–
Michael.
–
Que
– obedecí sólo al instinto de responder. Mis manos temblaban, el frío me
encerraba. Tenía dos kilos de plomo sobre la cabeza.
–
Lo
siento.
Me creí todo lo que me decía a
mí mismo. Creí que era humano y que existía para calmarme, al menos por unos
cuantos minutos. Creí en todo lo que veía a mi alrededor y le pregunté:
–
¿Lo
sientes? ¿Por qué?
–
Cómo
te has puesto, es mi culpa.
Mis maños eran puños que se
lastimaban solos con la presión ejercida desde las uñas. Estaba violeta… no
rojo, violeta. La sangre se me había volteado, casi como si hubiera estado cabeza
abajo. Me sudaba la frente y temblaba como padeciendo párkinson. Hace mucho
tiempo que no me confundía, que no me preguntaba por mi existencia. Lo cual era
extraño porque ya comenzaba a poder controlarlo. Quizá no a controlarlo, pero
si a alejarme de ello. Dejar de pensar, por que me angustio. Siento de repente
que he bajado cinco kilos. Que mi mente hubiera terminado con el último rastro
de carbohidrato que quedaba disponible en mí. Que había terminado la maratón,
pero que había llegado en último lugar; y que lo único que me quedaba era el
consuelo de una medalla pobre en brillo y peso que representaba mi reducido
esfuerzo en haber querido participar.
–
¿Necesitas
ayuda? ¿Pensar en otra cosa? Muy bien, entiendo, deberías… - comenzó adivinando
cual era mi problema y sabiendo que no podría salir de esto solo. Tomé su mano
y se detuvo. La atraje a mí y volví la cabeza hacia la almohada.
Ésta vez se me acercó más y entrecruzó
su respiración con la mía. Peinaba mi cabello con la imagen viva de su armonía
que recorría todo en ella hasta terminar en sus dedos, y por lo tanto en mi
cabeza, en cada caricia menos que contaba sobre ella.
Sólo podía pasarme esto con
ella. Sólo quería que me pasara esto con ella. Cualquier persona se hubiera
asustado. No es “Por qué”, sino “Cómo”,… ¿Cómo me quería tanto? ¿Cómo era
posible?
Yo no veo a Annie como a un ser
extraordinario. No es sobrenatural. Está hecha a la medida. Por que la
perfección no puede ser sino obra de la naturaleza, por lo que es erróneo
denominar algo bello como “sobrenatural”. Sino que la hermosura es lo que
conocemos como indispensable, como simpleza, como algo que tiene la obligación
de existir.
Se equilibra conmigo, yo, que
soy un desastre. Ella es natural, imprescindible y fomenta el equilibrio,
incluido allí el mío.
Las cosas sobresalen por sus
accidentes, porque si fueran perfectas todas, no las notaríamos porque seguirían
su curso natural, y nos acostumbramos a denominar como “normal” a algo que
vemos todos los días y muchas veces nos olvidamos de apreciar.
Eso es algo que me gusta de mí
y creo que es lo más humano que tengo – por que lo he visto también en otras personas
– y no es más que la capacidad de sorprenderse. Sorprenderse por lo bello, por
todo, por el cielo, por las nubes, por una planta. Odio a los peces, pero me
sorprenden como son, su estructura, sus formas de ser tan distintos a mí es
digno de ser llamado perfecto,
natural.
Ansío nunca perder esa
capacidad. Es la que te hace vivir realmente. Si no es así, finalmente creo que
estás muerto.
Descubrí que no estoy muerto,
sino mudo. No nací con el don de la voz que se sabe todos los idiomas. Soy un
mimo. Me expreso de todas las otras maneras que me quedan disponibles, sin
hablar. Pero aún así no puedo pretender que todos comprendan lo que quiero
decirles. Y me alegro al no ser el único que habla ésta lengua, ésta lengua la
tienen también los artistas. Los que estamos locos. Locos por vivir, locos por
tener miedo, locos que disfrutan tener miedo. Hay algo mejor que el placer
mismo, y ésas son las ansias por conseguir algo. Ésas nunca te decepcionan.
Quizá te prometan irrealidades, pero cuando ésas irrealidades llegan, ya no hay
más ansias. Van y vienen. Vienen, te hacen desesperarte como un condenado y se
van otra vez. A mí me da miedo vivir, muchas veces, pero si realmente soy tan
masoquista como me creen, debería de continuar y no tomar pausas para cometer
suicidio barato.
Entonces me estoy engañando. Y
miento tan bien que yo mismo me creo mis propias mentiras.
¿Es esto lo que Annie trataba
de decirme? ¿Cómo resume todo en tan pocas palabras? Así, de hecho, vuelvo a
afirmar lo inteligente que es. Mucho más que yo. Me supera en millones de
niveles.
Quizá todos tienen éste
conocimiento, pero lo dan por obvio, porque es natural… por que es perfecto.
Yo creo plenamente en la
perfección y es todo lo que a nuestro alrededor que solemos ignorar. Yo puedo
ver todo eso ¿Acaso existe alguien más que sea capaz?
Si alguien no lo es, es nuestro
trabajo y el de los artistas hacerles comprender. Después de todo ¿Para que
estamos aquí? Seremos vistos como el circo del pueblo, pero traducimos todo lo
que viene de arriba, todo lo que deben saber, todo lo que necesitan saber. Por
eso el arte es liberador, por eso es magia.
Tengo algo para decir y eso
basta. Y lo diré. A través de mi forma artística.
La gente muchas veces no comprende de dónde
salen los artistas. Ni la propia madre de uno, a veces.
No es algo que vaya en secuencia o algo que se
herede siempre. Es ser tocado, es ser el filtro de las cosas que Dios quiere
que llevemos al resto del mundo quiénes no son capaces de entender lo
que nosotros sí. Por eso no se guarda el arte. Por eso la mitad de ser artista,
además de trabajar el talento, es esparcirlo y no bailar a oscuras dentro de un
baño, no cantar cuando nadie te escucha, no guardar para siempre tantos
cuadernos atestados de palabras de oro. No es correcto dejarnos algo que nos
fue dado y no devolverlo. No es ético y te lo enseñan en jardín de niños,
dónde la inocencia lo cubre todo y es cultivada para crecer.
Idearé la forma de decirle todo esto al mundo
de alguna manera. Alguna vez…
Amar es una de ellas también. El artista ama el
arte. El escritor ama a sus palabras. Yo odio las que no se entienden, por que
son inservibles. Éstas otras son bellas, precisas e indispensables.
Yo ya entiendo la magia. Yo ya entiendo la
magia, que es al arte. Y la alegría que me produce esto, debe ser compartida.
Así… - y tomo a Annie del rostro – y por lo que es tan grato ser “artista”, ser
un mimo, ser un mago.
La naturaleza es hija de tu mismo padre.
Hermana.
Las personas que sienten el arte forman tanta parte de éste proceso como los
artistas. Es la otra, de la otra mitad. Pues los locos vemos muchas
mitades.
Muchas cosas se descubren por errores. Son
rastros. Son las huellas que deja Dios ¿Verdad que son bellas?
–
¿Qué…? –
sonrió cuando vio en mí la luz de la conciencia de nuevo. Tomé el rol de mimo
que había dejado tirado en el suelo y me metí en el una vez más. Sonreí también
y me acurruqué entre las almohadas, cerrando los ojos, esperando con
desesperación su compañía y su calor de éste…de éste, mi lado vacío.
Aún no era de noche cuando me
dormí y tampoco lo era cuando desperté. Sentía que las pesas que cargaba en la
espalda se habían caíd,o e incluso me detuve un momento para buscarlas. Su mano
seguía conmigo, ella sumergida en profundo sueño junto a mí, casi a mi frente.
El reloj marcaba una sola hora pasada y ya sentía que había hibernado. Me
sentía nuevo, me sentía que mataría canadienses tan fácil como pelo las uvas.
Si, las uvas sin cáscara son geniales. Soy un as
haciendo de las mías con ésas frutitas.
Era apetecible seguir a un lado
de Annie porque su aroma se deprendía en toda la habitación, pero más fuerte
era cerca de su rostro. Si alguna vez vuelvo a ver ése conejo de peluche alguna
vez en mi vida y lo olfateara, afirmaría con certeza que tiene aroma a Annie. Y no
perdería nunca su rastro.
Sin embargo, tenía tanta
energía que me sentí ansioso de caminar, y si me quedaba allí seguramente
comenzaría a saltar en la cama o a hacer algo que me tuviera agotado de nuevo.
Estaba acostumbrado a estar agotado, que fin.
Levanté su mano para dejarla en
la almohada y no provoqué ruido alguno al salir. Cerré la puerta lentamente,
seguro de que no rechinarían mis medias contra el suelo y caminé hasta la
cocina. Ahora si tenía hambre y sed y todas las cosas juntas. Me sentía más
humano que nunca y era asombroso, incluso seguía con algo de frio. Como digo, natural y perfecto.
Ethan parecía haberme ganado de
antemano. Paralelo al futuro que no había soñado… ¡Por dios, era cierto! No
recordaba lo que había soñado, y haber dormido una hora apenas tenía que ver
con ello, por teorías resueltas que me he impuesto anteriormente y que sabía
que eran ciertas.
Me miró con cierto aire de
desprecio, cosa que ignoré disfrutando de mi más reciente naturaleza humana. Juraría
que estaba celoso, pero no de ése sentimiento que destacaba yo en ése momento.
–
¿Dónde
está Annie? – me preguntó.
Y allí las aguas se fueran en
una dirección que yo ya me sabía de memoria.
–
Claro
– no respondí a su pregunta, sino más bien a la mía, y me dirigí a la cafetera
para retirar la bebida que él previamente me había calentado. Como si me
bastara entender a mí la respuesta y no quisiera compartirla con él, que se
muere por enterarse. Me divertía con él. Era como verme al espejo, pero vestido
de payaso.
–
¡Hey!
– llamó mi atención de nuevo con su cara de niño mañoso.
–
Si
no fuera porque Justin aún está vivo, diría que eres su reencarnación. Pero
tampoco lo serías, por que eres la mía – le dije.
–
Eso
es atroz.
–
Tienes
razón ¿Por qué reencarnar en algo similar a ti o en algo que te le pareces?
Puede ser que puedas reencarnar en un perro o en una mosca ¿No? Nadie lo sabe,
descuida, no te preocupes, ni te aflijas, ni te confundas. Te lastimarás las
manos con tus propias uñas.
El chico se miró las manos y
luego me observó. Y yo a él, mostrando los ojos detrás de la taza de café.
Contaba los segundos esperando a que dijera algo más. O no “algo más” sino lo
mismo, pero de manera más simple o explicándolo.
Quería ser un buen mimo. Pero
debería esforzarme extra con el chico. Aún su mente no crece, seguramente ni la
usa. Y si la cuestión es en años mente… ¿Qué edad tendría yo?
Rayos, no quiero ser viejo.
Me dominaban las ganas de
averiguar qué tal le caía por sobre la validez de una simple pregunta. Una pregunta
inundada de indicios narcisistas que muchas veces me hacían creer que yo le
debería de caer bien a todo el mundo. De no ser así, no habría razón por la que
me apresurara por averiguarlo.
Al final, deduje que no. Que yo
no estaba en su lista de favoritos. Pero aún así sentía que me conocía. Después
se lo dije. Le dije que creía saber más de él de lo que él sabe de mí y me
atacó de su lado más oscuro y más improvisado.
-
Mientes
– me dijo, elegantemente cortante como a mí me gustaba hablar. Sentía que había
aprendido de mí. Tenía que saber algo de mí, pero algo mucho más rebuscado que
aquello.
-
Oh,
miento, si. Sé mentir muy bien ¿A qué se debe? Y ya deja de mirarme así porque
no me harás daño ni se encenderán llamas debajo de mí mágicamente sólo porque
broten limones agrios de tus ojos.
-
Me
harías un favor si sólo te subes al avión con nosotros hacia España. No me
importa nada más que ella.
-
¡Pero
qué pedazo de ternura que eres! – me di la vuelta, hacia el pasillo nuevamente
con la taza de café en la mano y él fue capaz del atrevimiento de tomarme del
brazo para así voltearme hacia él.
-
No
es una opción, socio – me dijo – Nadie aquí correrá riesgos por tus caprichos
suicidas.
-
¿Y
quién te ha comentado sobre ello? – respondí – Quizá me equivoqué y desciendes
de Dylan. Un sucio patético y sabio héroe de caricaturas y de novelas
románticas.
-
No
tengo por qué explicarte nada – había un toque de confusión en sus ojos.
-
Ni
yo – traté de irme, pero de nuevo lo impidió.
-
Si
vas a hacer lo que quieres. Si vas a hacerte el héroe allí en la guerra. Pues
bien ¡Por mí, lo que sea! Pero haz que ella no te extrañe, antes. Haz que te
odie y que te desprecie.
-
Eso
la lastimaría.
-
¿Todo
tiene que rodear en todo a ella ahora? ¿No hablábamos de ti? ¡Tú tienes una
vida larga, y se rumorea que es hasta interminable! Yo cuento los días que
pasan y los segundos que me quedan, y ya no me alcanzan los números. Tengo una
enfermedad terminal y es inevitable. Es terriblemente egoísta que quieras
morir. Es estúpido y te envidio todo lo que tienes y simplemente no puedo hacer
nada al respecto... ¿Qué demonios te hace especial? ¿Qué ella te quiera tanto?
Sabes que a mí también me quiere ¿Verdad? Me dijo que me ama, y aunque eso
fuera una mentira, terminaría de conformar lo que queda de mí. Ella tiene que
amarme, yo la quiero.
-
¿Y
quién fue el idiota que te dijo que el amor siempre es mutuo? Además yo no voy
a morir, en eso te equivocas, compañero – y no dije nada más.
-
¿Qué?
¿Serás más que yo durante... siempre?
-
Tampoco
– resumí.
-
¿Por
qué te guardas las cosas? ¿Por qué no me lo dices todo? No deberías juzgarme
tan mal.
-
¡Oh,
y mira quien lo dice! Te faltó decirme que soy un perro y cerrábamos el caso.
-
¡No
sé cómo tratarte! ¡No te conozco y ya te envidio! Y sacas lo peor de mí. Me
desconozco en estos momentos.
-
¿Insistes
en una segunda oportunidad, es eso? – dije, sabiendo más de lo que estaba
consiente – Oh, la tienes. Pero no ahora.
-
¿Cuándo?
-
Yo
no decido eso. El futuro es el futuro. Y bienvenido a la lista.
-
¿Cuál
lista?
-
Mi
lista – la tenía siempre en mi bolsillo. Taché su nombre. Ya era parte de mis
visiones, parte de mi vida – Tienes toda una vida para que yo te explique éstas
cosas.
-
¿Significa
que viviré mucho tiempo? – dijo tan ilusionado que comenzó a creer en mis
absurdas habilidades de predecir el futuro.
-
Yo
no dije eso.
Y grabé en mi cabeza su imagen
para describírsela a Justin cuando lo viera. Casi parecía que estaba pintando
su retrato. El retrato de Ethan Andrews, se llamaría. Pero guardaba un misterio
que no tenía resuelto hasta el momento. ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora? Y sobre
todo... ¿Por qué habría aparecido así de crecido en la realidad, siendo todavía
un infante en mis sueños? Annie creería que iba a encogerse, pero eso era
ridículo incluso para mí. Mantener misterios es mi especialidad, y era tan
bueno en ello que lograba engañarme a mí
mismo. Algo tiene el chico que él mismo desconoce de su futuro. Pero era tan
incierto, que sólo daba de consuelo esperar y mientras tanto imaginar que todo
está bien.
Mi propia muerte que predije
quizá tenga algo que ver. No es seguro, pero lo que sí lo es, es la
tranquilidad que me genera. Debería estar tapado del miedo por saber que voy a
morir apenas entre a la guerra, pero aún así quiero ir. Es inexplicable incluso
hasta para mí. Tengo dudas sobre ése sueño, creo que no es real, lo que tampoco
sería lógico. Pues... ¿Qué tenía de diferente? He soñado con muertes mucho
antes, con la diferencia que sólo he visto la mitad de ellas por evitarme las
otras y porque algunas no llegarán sino dentro de tantos años.
Algunos sueños son así de
alejados. A Ethan lo soñé el año pasado, por ejemplo, y ha sido la espera más
extensa de todas. Y finalmente estaba aquí, el futuro siendo humano quizá ¿Será
realmente que viene a decirme algo? ¿Puedo obligarle a que me lo diga incluso
cuando él está tan confundido como yo? No sé qué viene a decirme, y comienzo a
dudar si realmente viene por mí, pero por alguna razón está en mi lista. Gente
que acepta lo que me ocurre, lo que nos ocurre a mí y a mis hermanos ¿Será él
acaso otro de ellos? Si es hijo de Justin, es perfectamente comprensible.
Pero, otra vez: Si es hijo de
Justin ¿Qué hace aquí? ¿Y con su misma edad? No hay lugar para la siguiente
generación cuando ésta aún está viviendo.
Ethan es su vivo retrato, pero
dentro de sí, es igual a mí.
Oh... claro.
Que
inútil me he puesto con esto, ya hace tiempo que no interpreto sueños y ya se
me ha perdido la costumbre.
¡Ha estado tan claro frente a
mí! Ethan debe soñar el futuro también. Es hijo de Justin pero tiene mi
habilidad. Aunque no en ésta vida. No ahora. Y nos queda más que esperar hasta
que el futuro le dé su tan ansiada segunda oportunidad.
¿Qué lo hacía tan propenso a
ello? ¿Su fracaso siempre en el primer lugar? ¿Estaba condenado al número dos
como yo lo estaba con el cinco; como Justin con el tres; o como Dylan con el
uno? Crecerá dos años drásticamente, he dicho. Así será y estoy... casi seguro.
El capítulo de la numerología lo había escrito Justin y al parecer su hijo iría
a actualizarlo.
Pero otra vez: no se sabe
cuándo.
-
¿Chicos?
– Annie hizo presencia debajo del marco de la puerta - ¿Qué están haciendo?
-
Nada
Annie, sólo trabo amistad con mi tío – y me rodeó el cuello con su brazo.
Que sea incluso de mi misma
altura daba a creer que deberíamos ser primos y no sobrino y tío. ¿Qué seguía?
Que Dylan tuviera un gemelo algo menos agraciado.
Me retiré. Me quité el brazo de
Ethan de encima sin verme grosero y me dirigí otra vez a la habitación.
-
Creo
que he logrado que me tome cariño – oí que le decía a Annie, que venía detrás
de mí.
Dejé que me encontrara
fácilmente en su habitación otra vez. Me tenía mirando por la ventana.
Finalmente era de noche y yo sentía que ya había dormido más de una semana.
-
¿Has
decidido ya? – preguntó después de haberse asegurado de que me sentía mejor.
-
España
es muy hermoso y he estado allí una sola vez. Sólo cuando dejé a Susie en la
casa de mi abuela.
-
Debes
saber que... – la interrumpí.
-
Si,
está grave, lo sé – me empiné la taza de café como si fuera una bebida
alcohólica fuerte que mataría todos los malos recuerdos, revolviéndolos en mi
cerebro como una maquina lavadora.
-
Murió,
Mike – sabía ella que la decapitación rápida dolía menos.
De no ser que la taza no era
mía, la hubiera dejado caer en el suelo.
¿Qué?
-
¿Y
Susie? – pregunté con la voz quebrada.
-
Debes
venir con nosotros, te necesita – trató de chantajearme psicológicamente.
Estaba seguro de que si Susie estaría en verdadero peligro, no hubiera sido tan
grosera de haberla dejado en la calle.
Pero parece que Annie escuchó
mis pensamientos porque dijo:
-
¿Por
qué crees que Angie no vino? Se quedó a cuidar de ella. Te extraña, está
enamorada de su hermano mayor.
-
No
puedo decepcionar a mucha gente junta – dije, sosteniéndome de la ventana.
-
Exacto
– ella me llevaba por el camino que quería – Debes venir.
-
No
puedo dejar a Justin – pensé en excusarme con mi hermano, pero seguidamente
sentí que escapar y dejarlo no era discutible, ni entre mi mente y yo - no me iré sin él.
-
Podemos
ir a buscarlo... – la interrumpí de nuevo.
-
¡Ya
está en actividad Annie! Está en la mitad del campo.
-
¿Tienes
alguna idea acaso? Lo que sea.
-
Oh
claro que tengo una idea. Iré por él.
-
Eso
implica que te metas en la guerra.
-
Exacto
– pronuncié.
-
¡Aguarda!
– dejó su calma de lado - ¡Ése no era el trato!
-
Sólo
entraré con el uniforme y mi defensa – señalé el rifle que aún yacía en el
suelo de su habitación – No pelearé. Lo buscaré y saldremos de allí. Después
iremos a dónde quieras que vayamos.
-
Dijiste
que ibas a morir en la guerra.
-
Con
otro propósito Annie, ahora tengo otro propósito. Estoy cambiando el presente,
por lo que el futuro también debe de cambiar.
-
Eso
no me asegura que salgas vivo.
-
O
es eso, o simplemente te vas con Ethan a España sola.
-
¿Y
dejarás a Susie?
-
Está
con Angie – me clavé un cuchillo a mí mismo cuando pensé en dejarla sola.
-
Esto
es chantaje.
-
No
tienes opción – le hice saber.
-
¡Lo
sé! No tienes que recordármelo – Dio varias vueltas con sus ojos y finalmente
se detuvo en mí – Se me ocurrirá una mejor idea en la mañana ¿Esperarías?
-
Bien,
pero mientras tanto, la mía es mejor – sonreí ante la idea de tener finalmente
un plan, y sin tener que ocultarle nada - ¿Y qué con ésta noche? ¿Dormirás
conmigo otra vez?
-
No.
– respondió rápidamente – Lo último fue...fué... – bajó la mirada tornando
rosadas sus mejillas sobre una sonrisa nerviosa.
-
¿No
tienes una buena excusa?
-
Tenía
sueño – logró pronunciar – Ésa es una muy buena. Y estabas enfermo.
-
Oh
si, miento tan bien. Que orgullo.
-
Iré
por... café, té...algo... lo que sea – y salió detrás de la puerta más rápido
de lo que pude calificar.
Levanté mi rifle del suelo y
dejé que enfriara mis manos por unos cuantos segundos. Tendría que volver a él
y a su custodia. Pero sentía que era un peso ligero. Encontrar a Justin dentro
del campo quizá pareciera imposible, pero mientras él me hallara con la mente
no parecía ser tan...
-
Brillante,
te felicito. Es una excelente idea. Yo iré a la guerra en tu lugar – Ethan
apareció detrás de mí con la presencia tan fuerte como si acaba de partir un
vidrio.
-
Já
– reí irónicamente – Yo nunca dije eso.
-
Si.
Te guardas muchas cosas que crees que no adivinaré – me arrancó el rifle de las
manos y se alejó de la habitación con él – Es interesante.
Finalmente Annie regresó detrás
de su sombra y notó la expresión cortada que había en mí.
-
¿Qué
ocurre contigo? ¿Has visto un fantasma?
-
No,
pero lo habrá. Sí que lo habrá – dibujé seguidamente en mi un gesto de interés
- ¿Tienes ropa negra verdad?
***
Hola <3
Finalmente aquí, dejé que Michael hablara sólo.
Éste capítulo pudo haber sido muchisísimo más largo. Él tiene TANTO para decir, que se tuvo que omitir demasiado. Finalmente se sabrá lo que quiere decir en los otros capítulos. Que no siga narrando no significa que lo perdamos, o que nunca vuelva a hacerlo otra vez ¿Les gustaría que él tomara el control de algún otro capítulo?
Michael ha estado muy activo - quiero resaltar - en éste capítulo. Pero aún así quiero agradecerle por despertarme a las tres de la mañana con nuevas ideas y cosas que escribir cuando al otro día he tenido algún examen importante o algún suceso igual de serio.
A veces lo detesté, pero realmente creo que no quiero que se vaya jamás.
P R E G U N T A ~
Ya vieron la encuesta a un lado. Eligieron más a Michael. Después de éste capítulo
¿Que nuevas opiniones tienes sobre Michael? ¿O qué te pareció su relato?
Simple C:
A pelar uvas se ha dicho.
#MimeOff
Nuevo soundtrack de la novela allí >>
Oh Me encanto que Michael relatara, es realmente interesante lo que dice, hasta cierto punto que llegue a confundirme, pero poco a poco llego a entenderlo.
ResponderEliminarP.D, perdón si llego a ser un fantasma lector e.e pero no puedo llegar a publicar comentarios ya que no los publica o borra todo D:
¡A pelar uvas!
Hacia mucho tiempo que quería comentarte, pero mi pc se estropeó, y todavía no encuentro alguna solución para el problema. Afortunadamente, pude conseguir un tiempo en otro, porque no me gusta quedar debiendo. Y tampoco dejar sin crítica a una historia tan buena como Believe, pienso que no es justo.
ResponderEliminarNo sé si serán las uvas, o que cada día me encante más tu manera de escribir, pero finalmente hallé un reemplazo para el capítulo 5. Quizás éste lo supera bastante, desde mi punto de vista. Michael es un personaje muy complejo, pero adorable también. Adorable a su manera. Y Ethan... me estoy haciendo una teoría sobre él, pero quiero esperar antes de decirla.
Y sí, me gustaría que volviese a tomar el control en otro capítulo. U otro relato. Le da un estilo único a cada palabra.
Adiós, Kati. Que estés bien :)
Marie ~
Simplemente hermoso me gusto mucho que michael narrara sin duda tiene mucho que decir aunque tengo que admitir que hubo ratos en los que me confundi pero conforme segui leyendo comprendi un poco mejor ojala pronto michael pueda seguir narrando porque casi puedo jurar oia su vocesita mientras hablaba.
ResponderEliminarP.D. me gusto mucho ese soundtrack te mete realmente en la historia