[Trust] Capítulo 8: "Mimo"


"Mimo"

Narra Michael.

Sólo son dos personas las que aceptan lo que me sucede, y no soy precisamente una de ellas.

No tengo una buena razón para forzar a alguien a escucharme, ya que según mi herencia – ancestros o lo que sea – yo estoy supuesto a no necesitar de nadie más que de mí para comprender algo. Porque hay una respuesta a todo, más allá de que la conozcamos alguna vez o no.
Durante siempre, he podido tejer la más coherente red entre la ciencia de la lógica y el sentido de lo espiritual. Y ser espiritual no significa creer en fantasmas sino en el alma, el poder que tiene cada una de ellas y la sobrenaturalidad que se solidifica fuera de cada uno de nuestros cuerpos. Y de allí salen acciones, pensamientos y conclusiones que muchas veces no notamos en la otra persona.

Yo no puedo ver el alma de Annie, por ejemplo, pero siento cómo se manifiesta. Yo no puedo ver el aire que respiro, pero siento que se manifiesta. Ambos dos indispensables para mi existencia si es que seguimos hablando de mí.

Pero el problema de cuando se tiene algo tan simple – como en éste caso yo, una persona con cuerpo y alma – es que nosotros mismos comenzamos a buscar explicaciones y rodeamos la simpleza de la magia con un sinfín de cuestiones que imaginamos, teorías que nos imponemos a probar que son realidad a pesar de que muchas veces no lo sean.

Yo no digo que todo lo que pienso sea cierto, o que así mismo mis teorías se convierten en verdades universales sólo por el hecho de que existen (Dentro de mí, pero aún así existen. Por su cuenta). Simplemente se me es fácil encontrarle una razón a cada cosa – a través de la lógica de la simpleza, o a veces cuando no es posible, espiritualmente – porque de no ser así, explotaría o me sangraría el cerebro de alguno de los dos lados. Soy incapaz de pararme en el suelo sin saber por qué, sin tener una razón que manifieste ése comportamiento mío, y sí, rebusco en mi cabeza hasta encontrar una manera improvisada – y hasta a veces, loca – de explicar por qué hago tal acción, así como si necesitara presentar un documento por yacer quieto sobre el césped incluso cuando no está prohibido hacerlo.

No podría ser abrazado por la nada, porque no existe, siempre hay algo.
Por supuesto afirmar que tengo mi propia verdad podría sonar egoísta pero es un acto de auto-mantenimiento. No existe alguien que piense por mí o algo parecido para que me mantenga tranquilo de la manera que yo lo hago conmigo mismo. Si estoy en punto muerto, soy casi mi único freno. Porque seguramente si existiera una persona que diera una justificación de todos mis actos, se ahogaría en el instante, inundado por mis todas dudas. Por eso digo que si yo fuera normal – normal en el sentido de más límites en el pensar y mi sangre de ése líquido terroríficamente rojo – sería insoportable. Insoportable de todas las maneras posibles, por todas preguntas que haría.
Es como cuando tienes hambre y te cae una manzana de tu propio árbol. Yo no comprendía la vida y de mi árbol cayó tinta y un libro de un millón de páginas para sacar mis dudas de mi cabeza y retenerlas allí por siempre.
Me matarían, estoy seguro.

Sigo a veces con un par de cosas sin explicar, pero prefiero no pensar en ellas. Generalmente me frustro y tengo que dejar de pensar en ello para no angustiarme. En alguna parte de éste relato seguro atravieso uno de ésos lapsos, descripto.

Ethan que si es normal, es insoportable con cinco signos de interrogación en cada uno de sus ojos. Mientras caminábamos detrás de las huellas de Annie, él sosteniéndome para que no me desplomara en el suelo, se iba preguntando el por qué del cielo azul, el por qué de la guerra, el por qué del incorrecto y salvaje comportamiento humano.

Si yo fuera normal como él no lo soportaría, no viviría mucho tiempo. Seguramente porque me preguntaría por qué  estoy vivo y me mataría, o alguna cosa menos trágica.

El chico viene a ser la versión de mí en el mundo sencillo, normal y aburrido. Sólo que, egoístamente pienso que soy capaz de sentir más – lo cual no es ninguna ventaja porque mientras más sientes la dicha, más sientes el dolor – y creo que es sólo una característica que venía de regalo con el tintero. Hay más personas así en el mundo, se los denomina sensibles, cuando técnicamente son los más fuertes por que lidian con muchas más cosas que el resto por tender a agrandar el espacio del sentir.

Podría hacer una completa descripción del niño en éste mismo momento, pero me hallaba mareado por la falta de azúcar y el hecho de que acababa de verlo hecho un adolescente de repente y de la nada aún me tenía colgando de la soga. No podía hacerme ni una idea sobre de dónde había salido. Pero si lo había visto en mis sueños tendría que significar que marcaría algo en mi sendero vital, y de eso si tenía que preocuparme, fuera malo o fuera bueno, iba a haber algo.

Si tuviera mis dos pies buenos en éste momento, me lanzaría a correr. Éste chico camina relativamente lento como si no hubiera tiempo que perder o ahorrar en un campo parcialmente minado de envidia y de granadas con relojes de activación. Tengo que llegar – era lo único que me decía –, reponerme para poder pensar mejor, estoy bastante limitado en éstas condiciones. Tenía que idear una forma, lo más complicada y rebuscada posible para que ellos no lo comprendieran y no puedan evitar, para devolver a Annie por lo menos a dónde estaba. Aunque debo esperar que Ethan lo comprenda si quiero que colabore. Difícilmente podré lograrlo.
 Así de inválido como estaba no sería capaz de levantar el arma para defenderlos ni aunque quisiera, y eso me estaba poniendo literalmente los pelos de punta. Seguidamente Ethan se quejó de que yo temblaba demasiado.
Necesitaba soñar, necesitaba tener un fuerte, un asegurador que me diga que mañana Annie aún estará allí para tranquilizarme. De no ser así estaría con los ojos pegados con cinta como si hubiera bebido tres tazas de café.

-       ¿Tienes café Annie? – dijo Ethan cuando me di cuenta de que ya estábamos en la casa.

Maldición Ethan, maldición. Dije que café no.

Estaba yo acostumbrado a Justin, quién no cometía actos estúpidos cerca de mí si yo no le deba permiso, a través de una aprobación mental que le llegaba de mi conciencia a la suya.

-       Para mí no gracias – solté un manotazo hacia una silla para poder agarrarla. La casa se mantenía por dentro. Era la primera vez que la veía en otro lugar que no hayan sido mis sueños. Casi te olvidabas de que afuera había una guerra.
-       Michael, si no comes algo vas a desmayarte de nuevo ¿Cuándo fue la última vez que almorzaste con todas las letras? – de repente la vi sobre mí, con los ojos borrosos. Imaginaba la cantidad de virutas de tierra y de sueños por dormir que colgaban de ellos.
-       Técnicamente desde que nos reclutaron. No puedes llamar a eso “comida” – me contuve de volver a imaginar visualmente el almuerzo que nos daban en la escuela militar para no convulsionar. No de nuevo.

Seguía en otro lugar dentro de mí. Seguía tratando de dibujar la estrategia. No podía simplemente secuestrarlos y meterlos a la fuerza dentro de un avión.

¿No puedo? No, no puedo.

Generalmente me ahorro de dar explicaciones de mis actos a otras personas que no sean yo. Nunca las entienden. Y así me vi frente al interrogatorio de Annie.

-       ¿Por qué? – pronunció creo que demasiado rápido. Estaba ocupado en el plan y asimilando el simple hecho de que estaba despierto. Simplemente no podía creer que lo que estaba viendo estaba realmente pasando. Se me hace difícil diferenciar si estoy despierto o si estoy soñando. Es horrible, no sabes que es peor. No sabes si cometer una locura y no preocuparte porque estás dormido cuando finalmente recuerdas que estás despierto y todo va para nada igual a lo que tú quieres.
-       Michael – repitió de nuevo. Vaya que estaba totalmente ido. Y por más inteligente que sea, no podía hacer dos cosas a la vez. Seguía siendo hombre ¿No? ¿Qué pasaría si fuera mujer? Sería la cosa más sabia de toda la creación - ¡Michael!
-       ¡¿Qué?! – respondí con insuficiencia y haciéndole caso omiso a sus palabras. Estaba sumergido en encontrar una solución a su propio bien. Era mucho más importante que si se enojaba temporalmente conmigo.

O al menos eso parecía. Oh rayos, era vergonzoso caer de nuevo en esto.
Finalmente se alejó hacia la ventana y el chico me miró de reojo detrás de su taza de café. ¿Qué había hecho ahora? ¿Me había descuidado demasiado?
Y finalmente comprendí mi error. No puedes ignorar así a una mujer, tiene que ocupar más parte de tu cabeza de lo que puedas permitirle. No es algo que uno mismo controle, sino un encargo.

-       Lo siento. En lo último que estoy pensando es en ser cruel contigo – traté de levantarme de la silla pero fue inútil. Maldita herida, maldita indisposición de poder levantarme, nada estaba de mi lado. Y mi mente ya se había dispersado. Ella volvía a ser prioridad en mis ocupaciones y eso a veces significaba ignorar su propio bien o el de cualquiera de nosotros. No estaba seguro sobre si ésa era una opción correcta o parcialmente inmadura.

Calla.  Me dije. Escúchala. ¿Es que simplemente no podía dejar de pensar y quedarme en blanco para que ella me llenara? ¿Qué demonios estaba mal conmigo?

Necesitaba dormir, soñar. Necesitaba un pequeño vistazo para calmarme. O que ella se encargara de ello.

Cada vez me olvido de cómo controlarme, aparece y lo hace por mí.

Arriesgaría entonces, éste momento de heroísmo que trataba de imaginar para hacer que sólo quisiera mirarme. Sólo una vez. Y no porque una sola vez me fuera suficiente, sino más bien porque soy muy egoísta y aunque me cueste admitirlo, no se me hace tan difícil de olvidar un poco el plan de salvarlos para simplemente brotar en ella una sonrisa momentánea justo ahora, y era precisamente lo que me proponía a hacer.

Porque su alegría me llena de gozo a mí. Pero pensar en su futuro bien la salva a ella. Y al elegir la primera opción estoy dejándolo todo para mí. Acto profundamente egoísta. Instinto inmoralmente inevitable.

Si Ethan no hubiera desaparecido a éstas alturas, lo hubiera borrado de la realidad simplemente pensando que ya no estaba ahí. Pero no fue necesario, porque se había levantando hacía ya quién sabe cuánto tiempo. Annie seguía ahí. Sí. De eso si estaba seguro, porque era de lo único que estaba consciente ahora.

Predije una leve sonrisa saliendo detrás de aquél perfil apenas visto que se estaba volteando. A veces me pregunto qué tan estúpido me debo ver cuando pienso y cuando no hago otra cosa. De alguna manera le estaba causando gracia y yo estaba contento con ello.

-       ¿De qué te sonríes? – le dije, finalmente rodeado de vida y con ganas de correr hasta el final de los tiempos.
-       Jamás creí que te vería vestido así – pronunció dulcemente, tanto que hizo parecer que mi voz era tan terrible como hierro cortándose cerca del oído lastimado de alguien. Se calmaron las tormentas de los polos cuando finalmente me habló. La mitad de mis preocupaciones estaban cediendo.
-       ¿Si, verdad? Es ridículo – me contuve de decir algo más. Lo simple a veces es demasiado y suficiente. Ahogaría la situación si una vez más trataba de hacerme el listo.
-       Estás gritando – me dijo.
-       ¿Estoy gritando? – al parecer no estaba tan errado con lo de mi voz. Me habían enseñado a hablarle muy fuerte al general y creo que la trompeta matutina diaria me había roto los tímpanos mucho peor de lo que nunca creí. Me dije que era costumbre y lo controlé al instante.
-       ¿De veras no quieres nada? No hace mucho que mi papá se fue de aquí, hay comida aún y podría cocinarte algo.

Tenía yo el estómago cerrado y comer siquiera hielo me lo voltearía al mismo minuto. Pero acepté para no herirla. Demasiado me estaba pasando de idiota dándole oportunidad de quedarse en éste lugar mucho más tiempo y no haciendo nada para evitarlo. En lugar de ello me quedaba quieto nutriéndome con su bienestar temporal y sus sonrisas. Que tentación más grande. Estaba siendo avaro, sí, eso pensaba ¿Qué me importa si no se salva mañana? Está bien ahora porque me está haciendo feliz.
Retrocedí y retrocedí con las ideas. No podía pensar eso. Era la cima del egocentrismo.

-       Bien – pareció alegrarse - ¿Qué quieres?
-       ¿Tienes arroz y espinaca? – le pregunté.
-       No – respondió sin saber el por qué yo elegiría algo para comer cuando ni siquiera tenía cara para mantenerme de pie sólo.
-       Asombroso – respondí – Me lo han dado en la milicia durante seis meses. No quiero volver a ver eso nunca jamás en mi vida.
-       Descuida, no hay nada eso – río levemente.

Annie podía parecer superficial si sólo relato lo que dice, aunque a veces no se puede ir más allá de lo que una persona quiere demostrar de sí misma. Incluso mi instinto suicida estaba enamorado de ella y envidiaba su paz interior.
Un tiempo atrás – como desde ésta mañana – yo creía que el misterio más oculto era yo mismo. Pero el cofre secreto de las otras personas no puede ser descifrado por nadie más que por la llave que ellos tienen colgada en su propio cuello. A veces no la ven. Y a uno le dan ganas de arrancársela. A nadie muchas veces se le ocurre mirar el techo de algún lugar ¿Por qué mirar hacia el suelo también?

¿Estoy equivocado? ¿O acaso recuerdas perfectamente todos los techos de los lugares dónde has estado? ¿Siquiera el de dónde yaces ahora mismo?
No hay forma de colarnos en esto, en el descubrimiento del YO de otras personas. Es decir que estamos destinados a jamás comprenderlos. Por lo que, la única relación-lazo que nos queda para sobrevivir socialmente, es quererlos a todos, desde el alma.

Pero ésto – y miro a Annie – es otra forma sublimemente distinta y fuerte de atar almas. A veces no vivo por mí, sino que por ella.

Oh ¿Lo veo? Ya me acaba de voltear la mente en su dirección otra vez. Creo que tiene más poder que yo, creo que es más inteligente que yo – o más estúpida, suelo merecerme ésa palabra infinitas veces, porque algo tan opuesto como la inteligencia puede paralelizarse con la locura y la estupidez - ¿Por qué no soy bueno haciendo lo que ella hace?

-       Michael – volvió a decir. Nunca le había encontrado un tono a mi nombre desde que ella lo pronunció.
-       Dime – brevedad, me llamé. Brevedad.
-       ¿En qué estás pensando?

Dios, palabras simples son más perfectas que el caligrama imaginario que se anuda a mi zapato y me hace caer dentro de mi propio doyo.

Debería andar descalzo. Si, lo intentaré.

-       Oh, nada. Absolutamente nada. Nada – y generalmente cuando pienso en nada, me sale todo por la boca. Palabras atropelladas, unas encima de las otras a gran velocidad. Velocidad que preferiría controlar dentro de mi mente de dónde no puede escaparse nada.

Que incapaz soy de retener algo. Quiero que todos vean lo que yo veo.
Y de nuevo estoy pensando. De nuevo alguien me ha calzado los zapatos anudados. Mente en blanco, llámate blanco.
¿Y por qué no negro? Si el blanco se mancha fácil y las huellas de los errores de la vida se ven más fácilmente...

-       ¡Michael! – cierto que olvidé que allí aún estaba. Supongo que he perdido la carrera – Estás haciéndolo de nuevo.
-       ¿De nuevo qué? – ahora si esperaba almacenar algo nuevo.
-       Dime en qué pensabas. Lo último que escribiste.

¿De veras?

-       En que si usas blanco... – vaya. Con sólo imaginar que lo diría me sentía estúpido – Sobre lo linda que es tu casa ¿Qué ha sido de tu padre?
-       Está en reuniones laborales en Sudamérica. O por lo menos así me mintió.
-       ¿Te deja traer a dos extraños a casa? – dije asombrado. Increíblemente no había preocupación detrás de sus ojos. Se lo tenía que decir, para averiguar el secreto quizás -  Te ves calmada. Armónica.
-       Creo que gasté mi recarga extra de nervios en todo el trayecto de traer a Ethan a salvo hasta aquí.
-       Supongo que ha insistido. Y demasiado para que le hayas hecho caso. Tu armonía ahora es envidiable y fresca.
-       Pareces seguro ¿Cómo sabes que no estoy fingiendo?
-       Fácil. Por que se te da fatal mentir – soné más grave de lo que estaba intentando sonar – Y actuar muchas veces es un derivado de la mentira. Depende para qué lo emplees.
-       ¿Dices que si te oculto algo te darás cuenta?
El viento se detuvo, el agua del mar se congeló. Los pájaros voltearon y todos los trenes apagaron el motor al mismo tiempo.
-       ¿Qué dijiste? – pregunté. Ella sabía que me adelantaría a todo el palabrerío inútil de una discusión normal y trataría de ir directo al grano. Mi gesto no trataba de lucir severo.
Oh, dios. Esto me dejará pensando toda la noche y no podré dormir. Cierra la cabeza, Mike, ciérrala.
-       Déjalo, no quiero saberlo – dije rápidamente después, pegada a mi última frase dicha en aire, continuando una especie de monólogo corto. No sé qué tan bipolar debí haber sonado diciendo aquello que dije antes y lo que dije ahora y después.
-       Fue hipotético.
-       Si, como tu forma de mentirme.

No estaba yo mirándola a los ojos, por lo que ser grosero con alguien resultaba por demás fácil. Naturalmente intuía yo, que se trataba de algo malo. Pero he culpado a Annie de cosas que aún no ha hecho inciertas veces por futuros que se colan entre la distancia suya y la mía. Subiendo la mirada y paralelo a sus ojos, tenía la sensación de haberle disparado o algún acto dañino peor.

-       También te oculto cosas – decidí colocarme el sombrero ahora – No sé porque predigo que es algo malo. Estoy acostumbrado a creerme todo lo que me parece, porque generalmente luego pasa. Pero apenas estoy recordando que no sueño prácticamente en estos últimos días.
-       ¿Entonces...?
-       Ten secretos – dije – Quiero que tengas secretos ¿Qué me quedaría por averiguar sino?
-       Seguro ya lo sabes.
Rebusqué en cada archivo de mi memoria y volteé sin ningún rastro de afecto en mi voz.
-       Lo besaste – solté al aire.
-       ¿Lo soñaste?
-       Lo imaginé – respondí al ritmo final del último verso  – Puede no ser cierto.
-       Él me beso.
-       Claro, típico.
-       ¿Te dolió?
-       Muchísimo – dije sin expresión alguna y llegué al punto de no poder contener las ganas de reírme.

Me miró extraño. Si, debió ser raro que de la nada comenzara a soltar carcajadas. Que el cielo me perdone si sonó como una burla, yo no trataba de empeorar las cosas. 

-       Es el curso del futuro – expliqué tratando de dejar de reír para que me tomara enserio. Hablaba en serio – Lamentablemente tienes que dejar que continúe.
-       No comprendo por qué haces eso – ahora ella parecía ser la que estaba molesta. Las personas siempre se ponen de los pelos cuando no comprenden algo, pura ira, excepto yo. Yo me angustio hasta querer arrojarme por un balcón, pero nunca me enojo. Pero la ira es diez veces más divertida y más sana. Creo que es sano enojarse de vez en cuando, debe surgir algún tipo de adrenalina inversa que aún no ha sido descubierta.
-       No debería contártelo, pero creo que es la única manera de que no me ahorques – como si no sobraran los encuentros suicidas que ella ya había evitado – El chico es el hijo de Justin. En el futuro, siendo niño, Ethan va a estar enamorado de ti. Eso suele pasar con el tiempo, no significa que vayas a casarte con un niño de cinco años. Él es como una predicción hecha una persona. Una persona que camina y respira como tú y yo. Cada acción que hace me lleva a sacar una conclusión de algo. Es materia pura, una visión andante. Debe ser el encaje del hecho de que no he dormido en días, la respuesta. El futuro va a llegar a mí a como dé lugar incluso cuando no puedo dormir, parece que nada lo detiene ¡Mira lo que ha hecho! ¡A echo al futuro todo un humano! ¡Y hasta le puso nombre! Es totalmente correcto que haya llegado a mí para golpearme.
-       Aún no entiendo – dijo más calmada de lo que yo estaría si no comprendiera algo. Aún así tenía su estado neurótico - ¿Ethan va a ser niño, en el futuro? ¿Dices que en lugar de crecer va a encogerse? ¿A hacerse más joven?
-       No seas fantasiosa Annie – le dije, absurdamente – Claro que no.
-       ¿Fantasiosa yo? – comenzó a alterarse – Dime una sola cosa en tu vida que no sea fantasiosa. Es totalmente ridículo que tú justamente uses ésa palabra para describir a otra persona. Soñar el futuro por ejemplo.
-       Eso no es fantasía, es real. Tú puedes hacerlo también. Me ofrecí a enseñarte una vez.
-       Y me desmayaste.
-       No soy buen maestro – afirmé seriando el clima – Esto no es un poder extraordinario. Es sólo una habilidad muy desarrollada. Y si crees que es un don haberla desarrollado con facilidad y rapidez... reitero entonces, que hablamos de esto cuando todo el mundo tiene dones.
-       ¿Qué se trata de un don? ¿Ésa es tu respuesta final?
-       Tómala o déjala.

Alzó sus pestañas como quien quitara cortinas negras de sus ojos. Y era yo el criado de sus ojos. Sentía que debía obedecer la orden, pero no estaba seguro de cual era exactamente. Había un papel y un bolígrafo casi sin tinta en la mesa del teléfono, habían aparecido casi como si yo los hubiera dibujado allí. Le pedí que escribiera en el papel lo que quisiera que hiciera, por que obviamente no nos estábamos entendiendo por medio del habla.

–      ¿No son también palabras? Dijiste que las odiabas – dijo volviendo al pasado mucho más rápido de lo que yo hubiera tardado.
–      Considero “palabras” al texto inútil. No a lo que escribes ni a lo que dices.
–      ¿Por qué no solías hablar cuando te conocí?
–      Era tímido. Soy tímido.
–      Claro que no.
–      Claro que si.

Creo que a ésto lo aprendió con práctica y el tiempo: mantenerme hablando permanentemente evita que piense. Temporalmente. Así se notan los silencios incómodos que me niego a destacar, cuando yo pienso se hacen presentes.

–      Las palabras son palabras cuando son usadas como palabras. Si es arte, no son palabras ¿Comprendes? – dije con una mota de esperanza en lo que explicaba, rodeado de impaciencia.
–      Si – respondió para mi sorpresa. Iba a hablar de nuevo, pero la interrumpí.
–      Fabuloso – discriminé su turno de atacarme para ir hacia otra dirección - ¿Podría tomar un baño aquí?
–      Claro – tardó milisegundos en responder – Está de junto a la habitación de mi hermano. Puedes tomar ropa de allí. Yo me ocuparé de llamar a Angie.
–      Gracias.

Sentía que tenía lo más sucio de un bosque entero sobre mí, toda su tierra infértil. El camino parecía eterno antes de recorrerlo, pero se acortó a un pasillo fácil que atravesé rápidamente. A pesar de estar cansado, no podía haber perdido la agilidad de meses de entrenamiento en sólo un par de días.
Entré a la habitación y Ethan yacía sobre la cama dormido, con la televisión encendida pero en blanco. Seguramente se habían cortado todas las conexiones desde la guerra, pensé. Tomé del armario lo primero que estaba a la vista, como si me interesara poco lo que iba a ponerme. Me encontré en el baño después de avanzar dos pasos y de haberme percatado de escuchar la voz de Angie desde algún sitio.

Me quité las botas como si estuviera arrancándome la piel. Las había tenido puestas más tiempo de lo que duraban cualquier par de zapatillas en mí cuando todavía iba a la escuela. Estaba descalzo pero en calcetines y aún así sentía que pisaba sobre arena. Finalmente afirmé que no tenía heridas allí como en el resto de mi cuerpo. Cuando levanté la vista me encontré con el zombi carcomido en el espejo. No me reconocí, casi temblé. Tenía heridas por toda la cara, y visiblemente era fácil notar que no eran del color que normalmente son. Tenía sangre seca en la frente y los ojos a la mitad, uno de ellos, morado. No recordaba cuando me habían golpeado ahí. Mi cabello enmarañado cubría las heridas del contorno de mi rostro pero dejaba visible el descuido en él. Ya no eran ondas, era todo una misma cosa llena de nudos imposibles. Mis ojos eran más negros de lo que alguna vez los había visto. Después de la camisa, la herida que había cubierto Sean aún seguía sin curarse, pero detenía el líquido molesto que le seguía. Las vendas estaban dobladas, despegadas, encimadas una sobre la otra y me colgaban de un lado. Tuve que quitarlas. Desconocí el color de mi piel detrás de las mismas cuando lo hice.

El agua fría corrió sobre mí por un momento. Por primera vez comencé a sentir ligeramente lo que era el “Frío” y me vi cómodamente conviviendo con él. Me gustaba, estaba harto del calor, era un calmante que se excedía levemente. Si existe la fiebre, yo tenía lo contrario, por que me sentía enfermo. Como nunca, débil físicamente. ¿Estará mi mundo al revés? ¿De cabeza?
Estaba liberado de la capa de basura que tenía pegada ahora que estaba limpio. El uniforme ya no me pesaba, pues lo había cambiado por ropa normal. Justamente roja era la camisa a cuadros. El rojo comenzaba a ser armónico, el azul me sofocaba, era como su opuesto.

Aparecí en la cocina un tiempo después, pero las luces estaban apagadas y había un plato de algo sobre la mesa. Aún me sentía cohibido de ingerir algo, peor sintiendo estar enfermo. Asique me dirigí a cerrar la última cortina que me dejaba ver aquel infierno nevado y me dirigí de nuevo por el pasillo. Ethan seguía donde estaba, pero la televisión estaba apagada, y estaba seguro que ése no había sido acto mío.
Encontré su habitación una puerta más adelante. Estaba de pie en pantuflas sosteniendo mi rifle, sólo observándolo. Era una imagen opuesta: pantuflas, un arma…

–      Está cargada – mencioné.

Lo soltó al instante como si de una cucaracha se tratara. Se tomó el corazón través de su camisa. Vestía más abrigada que yo. Me daba la noción de que realmente siempre estuve loco del calor y que me iba moralizando sintiendo la sensación de frío cada vez más potente en mí. Ella me sorprendió friccionando mis brazos simultáneamente y temblando los dientes.

–      Vas a enfermarte, tu cabello aún está mojado.
–      Es extraño… – adquirí con aires de decir algo rebuscado y finalmente soltando cualquier cosa - … que no hayas mencionado lo horrendo que estaba. Bonito gesto.
–      Bueno, pero te quedan detallitos irreconocibles… ¿Tienes frio por primera vez, por ejemplo? – rió levemente.
–      Si ¿No es genial? – decía con la emoción al tope. Estaba orgulloso de lo que sentía - ¿No harás que duerma con Ethan verdad? Me da miedo.
–      Es parecido a ti.
–      Por eso me da miedo.

Me tomó del brazo y me obligó a dejarme en su cama, y de no ser por mi debilidad en ése momento, no me hubiera tumbado tan fácil. Sugería que me quedara ahí por que ella se iría. No quería eso. No le solté la mano. ¿Tu problema?  Pronunció susurrando.

–      La cabeza se me parte en dos – le dije, sin necesidad de fingir – La necesito – me referí a su mano.
–      Comienzo a creer que me usas – hubo en ella un indicio de una sonrisa ¡Sí que es horrible actuando! Horrible y adorable.
–      Yo no quería decírtelo, pero te quiero sólo por tu mano – me hice el actor mediocre yo también, soltando carcajadas silenciosas.
–      ¿Mucho? – preguntó dejando de reír.
–      Mucho – respondí.
–      Sólo recuéstate y duerme – me ordenó a mi cuidado.
–      Si. Pero si te quedas.
–      ¿Cómo quedarme? ¿Hasta que te duermas? ¿No es inmoral?
–      No es inmoral, el dulce. Además estoy enfermo.
–      No estás enfermo – rió energéticamente.
–      Oh claro, quieres dejarme para escaparte con Ethan – bromeé, a pesar de que sería ridículo si así fuera ¿Para qué habría venido entonces?
–      ¡Eso no es…! – ya tenía yo, la mira en sus labios, estaba tan desesperado que no pensé en ser capaz de contagiarle alguna enfermedad rara que estuviera padeciendo. La acerqué más a mí de aquella manera, hasta que aseguré que su mano estaba bajo candado, bajo la mía. Retiré el beso cuando estuve seguro de que no podría escapar ahora.
–      Claro. Estoy tan enojado contigo que te besaré… ¿No? - fue lo que dijo.
–      Ya te expliqué que no estoy enojado. Y que mi sobrino tiene amor infantil por ti.
–      Tu sobrino no es un infante, tiene diecisiete años.
–      Yo también tengo diecisiete años – y entonces repetí mi acto anterior. Ella no hacía nada para evitarlo. Ya después era ella quién se ocupaba de llenar los vacios silencios sellando mis labios, dejándome pensando. Si es que era capaz de pensar mientras la besaba…

… simplemente, creo que no. Y parecía que eso era lo que ella quería que supiera.

–      No dormiré hasta que me pare el dolor de cabeza – tenía su rostro tan cerca que podía oírla respirar – No por que no quiera, me es imposible.
–      ¿Y qué quieres que haga?

La miré y traté de fingir mi mejor mueca desafiante e infantil. Seguidamente me levanté de un brinco de la cama con la agilidad de un puma (puesto que  en el entrenamiento había saltado vayas mucho más grandes que harían que esa cama pareciera una raya pintada en el suelo) y di la vuelta hasta quedar parado frente a ella de su lado. Lucía absorta.

Hice que se parara. Removí el cubrecamas y las cobijas que allí había para recostarme debajo y echármelas encima. Estaba muerto de frío y era genial, pero tenía que nivelar o me iría a los extremos de nuevo, y eso era algo que me tenía prohibido.

Una vez allí, ella se sentó a un lado de la cama como la nana que te relata cuentos antes de la noche. Pero conseguí – con algunas dificultades – de que ocupara el lugar que quedaba junto a mí.

No la miraría por un tiempo. Por dos segundos o lo más que pudiera soportar. Se sonrojaría; y me bastaba con sólo imaginarlo para burlarme en mi interior. No de ella, sino de mí. Era patético y empalagoso. Estaba yo, actuando como un tarado hipnotizado cual mosca que busca la luz de una jugosa y peligrosa lámpara que cuelga en un techo lleno de telarañas.
Que engorroso sería si estuviera presenciando la escena. Pero yo era un actor en ésta película, y eso me daba el pase de ser tan cursi como yo lo deseara. Mientras ello fuera arte para mi co-estelar.

Ella no estaba dentro de las cobijas como yo, pero aseguraba que su mano tocara la mía, sin la esclava necesidad de estar en mi frente para apaciguar mi mal de forma total. Bastaba con un roce, a veces hasta con sólo respirarme de cerca.

–      ¿Qué ves? – me dijo. La situación de pronto había dejado de ser trágica por las armas afuera y se había convertido en paz. En arte.
–      ¿Por qué?
–      Tus pupilas no se detienen. Si tu cabeza estuviera pegada al ritmo de tus ojos, moverías la cabeza hacia todos lados, tan histérico, así como un pájaro.

Los pájaros me sacaban de quicio, igual que los peces. Habilidad preciosa y tan necesaria de volar, inalcanzable para las manos humanas, o lo que sea que yo fuera. Los peces simplemente no me gustaban por que saben más que yo. Conocerían la cuidad perdida de la atlántida o al monstruo del lago Ness y le pedirían espectáculos o incluso autógrafos.

Además tampoco me gusta pescar. Siento que estoy poniendo inyecciones de superioridad en corazones de sangre fría.

Mi espejismo irreal del mar terminó en el vaso medio lleno que había junto a una foto en la mesita de noche. El agua dentro de él estaba atestada de burbujas rebeldes e inquietas. << Energía negativa >> pensé y me reí. Casi había escuchado la voz de mi madre diciendo eso, diciéndolo cada vez que veía las inexplicables burbujas en cualquier recipiente que pasa más de una noche en un mismo lugar sin un sello o una tapa. Incluso a veces me pregunto si será cierto. Si realmente es verdad que poniendo un vaso con agua debajo de tu cama en la noche absorbe todo lo que debes expulsar para sentirte liviano en la mañana. Pero no haré la prueba, o quizás algún día, cuando sea más común decir que tengo tiempo libre o que sigo vivo.

Pero la energía negativa de mí, había salido. Por algo no había visto el vaso como “medio vacío” ésta vez.

Annie ahora me observaba con calma triste, ya sin ganas de conversar sola. ¿Debo demostrar tanto con los gestos? ¿Cómo me veré recordando hacia atrás, hacia las viejas memorias? No había pensado nada malo. Pero me obligó a responderle lo que quería. Le debía el final de la llamada telefónica que una vez concluyó mal, hace algunos días cuando ilegalmente usaba el teléfono de la cárcel.

<< ¿Por qué quieres matarte? >> soltó muy lentamente al aire, sin mirarme. Como reprochando la necesidad que tenía por saberlo. Casi no hablaba conmigo sino con ella misma.

–      Vive rápido, muere joven – recité con sabor agrio en mis palabras.
–      No puedo hacer ni una sola idea por la que quieras… A veces siento que juegas. Te pediría que te detengas por que no es nada divertido.
–      Supongo que algún día dejarías de comprenderme – dije contradiciendo a la propia filosofía de explicar las cosas. No estaba seguro sobre si quería que ella lo entendiera, por que era obvio que la terminaría convenciendo de lo mismo, y no quiero que piense así. No quiero que se atrape en la misma red que yo.

Y odio las redes. Odio a los pescados.

–      Yo no le tengo miedo a la muerte – dije después de eternos segundos - Yo tengo miedo de morir sin haber hecho nada. Le tengo miedo a morir sin haber vivido antes. Por eso a veces apresuro mi muerte. Morir joven habiendo hecho algo reciente es ser recordado de por vida. Eso es un amor eterno, inmortal. Como yo quiero ser.
–      ¿Y qué has hecho recientemente para ser recordado?
–      La guerra, la tinta. Ésa cosas.
–      Pues eso es… – se sentó, erguida – Lo más estúpido que te he oído decir alguna vez. Pensaba que eras muy listo.
–      No quiero hablar de eso, no me entiendes – dije encerrado – No pensamos igual.

Me encerró, así fue. No tenía nada más para decirle.

–      Así es. No pensamos igual – dijo. Creí que iba a lagrimear. Normalmente lo hace cuando habla con el corazón afuera. Sincera – No hay nada más eterno de lo que eres para mí Michael. Y es doloroso que no lo veas.

<< ¿Qué es lo que se supone que debo ver? >> pensé, sin ser capaz de decírselo en voz.

–      Es nuestro trabajo inmortalizar las cosas – me volteó el mundo de cabeza cuando comenzó a sonar más razonable que yo mismo – Incluso una historia como ésta, ésta tinta en el papel. Morir no es la manera en éste caso, no voluntariamente ¿Es por eso que quieres ir a la guerra? ¿Para torturarme? ¿Para acabar conmigo? Pues, puedes hacerlo más fácil y menos doloroso para ti diciéndome ahora mismo que soy la que te trae las desgracias y dejarán de pasar… - se enjuagó la lágrima primeriza – Juro por Dios que dejarán de pasar.

–      Tengo miedo – dije, siendo estúpido, arrogante, mal genio, la peor persona del mundo. Lo denotaba en mi rostro y en mi comportamiento absurdo – Tengo miedo de vivir. Normalmente cuando le temes a algo, buscas refugio en la oposición – comencé a levantar la voz inconscientemente.

–      En la muerte hay nada, Michael.
–      No existe la nada – aseguré.
–      No existe la nada en la vida, dirás – me corrigió, posando sus manos en mis hombros, en mí, que había tomado su misma posición frente a ella – La mayoría de tus teorías son puestas en práctica en la vida, y están basadas en ella. Las únicas personas que pueden conocer la muerte son los que allá están y no desesperan precisamente por ser juzgados por ti ni por ningún otro vivo.
–      De todas formas van a venir a buscarme. Todos varones en el pueblo, en la cuidad y en los campos clandestinos están obligados, listados y contados dentro del ejército. Y no hay forma de que lo evites sin que te traigan problemas. Problemas que incluyen penas… penas de muerte legalmente autorizadas.
–      ¿Dices que me matarán por secuestrarte? – fingió una risa de satisfacción. Ya no le temía a la muerte tampoco.
–      Peor. Pero no quiero atormentarte con ello. El futuro sigue en ésa dirección y no tengo que contradecirlo o pasarán cosas malas.
–      Si no predecías el terremoto aquella vez en la escuela… Justin hubiera muerto debajo del muro. Si no hubieras predicho el plan de Dylan… tú o yo hubiéramos muerto. ¿Realmente crees que seguir al futuro te hará bien?

De pronto se revolvió mi mente y volví a lo básico de mi frustración. Miré mi mano y observé las hendiduras en ella, más allá de unas cuántas heridas o raspones que sostener el arma me habían provocado.

¿Realmente es mía esa mano? ¿Soy una persona de nombre…?  ¿Ésas cosas que me rodean, piensan y son tan bellas sólo me observan, o son tan irreales como yo? ¿O soy sólo una voz… una entidad… un alma? Algo sin nombre, algo que ES y EXISTE sin algún propósito ¿O acaso lo tengo? ¿Acaso no sólo soy parte de un ciclo que da vueltas cambiantes en nuevas generaciones que no recordarán lo que las antiguas han hecho por ellas? ¿Estamos obligados a ser olvidados? ¿Me sentenciaron a subsistir bajo el peso de mi propia existencia? ¿Me privan de cumplir mis propias reglas? ¿Me privan de ser una gelatina deforme sin un molde? Si tengo un molde... Soy ésa cosa sin nombre… soy ¿Humano? Y los sentimientos y ésas cosas, es decir, todo ¿De dónde surge si somos tan simples? ¿Si realmente somos como somos? ¿De dónde surge el arte? ¿Es mi guía?

Mi nombre ¿Qué es? ¿Qué soy?

¿Existo?...

¿Soy real?

Y si no lo soy ¿Para qué insistir?

…¿Existo? ¿Ésa mano es mía?

–      Michael.
–      Que – obedecí sólo al instinto de responder. Mis manos temblaban, el frío me encerraba. Tenía dos kilos de plomo sobre la cabeza.
–      Lo siento.

Me creí todo lo que me decía a mí mismo. Creí que era humano y que existía para calmarme, al menos por unos cuantos minutos. Creí en todo lo que veía a mi alrededor y le pregunté:

–      ¿Lo sientes? ¿Por qué?
–      Cómo te has puesto, es mi culpa.

Mis maños eran puños que se lastimaban solos con la presión ejercida desde las uñas. Estaba violeta… no rojo, violeta. La sangre se me había volteado, casi como si hubiera estado cabeza abajo. Me sudaba la frente y temblaba como padeciendo párkinson. Hace mucho tiempo que no me confundía, que no me preguntaba por mi existencia. Lo cual era extraño porque ya comenzaba a poder controlarlo. Quizá no a controlarlo, pero si a alejarme de ello. Dejar de pensar, por que me angustio. Siento de repente que he bajado cinco kilos. Que mi mente hubiera terminado con el último rastro de carbohidrato que quedaba disponible en mí. Que había terminado la maratón, pero que había llegado en último lugar; y que lo único que me quedaba era el consuelo de una medalla pobre en brillo y peso que representaba mi reducido esfuerzo en haber querido participar.

–      ¿Necesitas ayuda? ¿Pensar en otra cosa? Muy bien, entiendo, deberías… - comenzó adivinando cual era mi problema y sabiendo que no podría salir de esto solo. Tomé su mano y se detuvo. La atraje a mí y volví la cabeza hacia la almohada.

Ésta vez se me acercó más y entrecruzó su respiración con la mía. Peinaba mi cabello con la imagen viva de su armonía que recorría todo en ella hasta terminar en sus dedos, y por lo tanto en mi cabeza, en cada caricia menos que contaba sobre ella.

Sólo podía pasarme esto con ella. Sólo quería que me pasara esto con ella. Cualquier persona se hubiera asustado. No es “Por qué”, sino “Cómo”,… ¿Cómo me quería tanto? ¿Cómo era posible?

Yo no veo a Annie como a un ser extraordinario. No es sobrenatural. Está hecha a la medida. Por que la perfección no puede ser sino obra de la naturaleza, por lo que es erróneo denominar algo bello como “sobrenatural”. Sino que la hermosura es lo que conocemos como indispensable, como simpleza, como algo que tiene la obligación de existir.

Se equilibra conmigo, yo, que soy un desastre. Ella es natural, imprescindible y fomenta el equilibrio, incluido allí el mío.

Las cosas sobresalen por sus accidentes, porque si fueran perfectas todas, no las notaríamos porque seguirían su curso natural, y nos acostumbramos a denominar como “normal” a algo que vemos todos los días y muchas veces nos olvidamos de apreciar.

Eso es algo que me gusta de mí y creo que es lo más humano que tengo – por que lo he visto también en otras personas – y no es más que la capacidad de sorprenderse. Sorprenderse por lo bello, por todo, por el cielo, por las nubes, por una planta. Odio a los peces, pero me sorprenden como son, su estructura, sus formas de ser tan distintos a mí es digno de ser llamado perfecto, natural.

Ansío nunca perder esa capacidad. Es la que te hace vivir realmente. Si no es así, finalmente creo que estás muerto.

Descubrí que no estoy muerto, sino mudo. No nací con el don de la voz que se sabe todos los idiomas. Soy un mimo. Me expreso de todas las otras maneras que me quedan disponibles, sin hablar. Pero aún así no puedo pretender que todos comprendan lo que quiero decirles. Y me alegro al no ser el único que habla ésta lengua, ésta lengua la tienen también los artistas. Los que estamos locos. Locos por vivir, locos por tener miedo, locos que disfrutan tener miedo. Hay algo mejor que el placer mismo, y ésas son las ansias por conseguir algo. Ésas nunca te decepcionan. Quizá te prometan irrealidades, pero cuando ésas irrealidades llegan, ya no hay más ansias. Van y vienen. Vienen, te hacen desesperarte como un condenado y se van otra vez. A mí me da miedo vivir, muchas veces, pero si realmente soy tan masoquista como me creen, debería de continuar y no tomar pausas para cometer suicidio barato.
Entonces me estoy engañando. Y miento tan bien que yo mismo me creo mis propias mentiras.

¿Es esto lo que Annie trataba de decirme? ¿Cómo resume todo en tan pocas palabras? Así, de hecho, vuelvo a afirmar lo inteligente que es. Mucho más que yo. Me supera en millones de niveles.

Quizá todos tienen éste conocimiento, pero lo dan por obvio, porque es natural… por que es perfecto.

Yo creo plenamente en la perfección y es todo lo que a nuestro alrededor que solemos ignorar. Yo puedo ver todo eso ¿Acaso existe alguien más que sea capaz?

Si alguien no lo es, es nuestro trabajo y el de los artistas hacerles comprender. Después de todo ¿Para que estamos aquí? Seremos vistos como el circo del pueblo, pero traducimos todo lo que viene de arriba, todo lo que deben saber, todo lo que necesitan saber. Por eso el arte es liberador, por eso es magia.

Tengo algo para decir y eso basta. Y lo diré. A través de mi forma artística.
La gente muchas veces no comprende de dónde salen los artistas. Ni la propia madre de uno, a veces.

No es algo que vaya en secuencia o algo que se herede siempre. Es ser tocado, es ser el filtro de las cosas que Dios quiere que llevemos al resto del mundo quiénes no son capaces de entender lo que nosotros sí. Por eso no se guarda el arte. Por eso la mitad de ser artista, además de trabajar el talento, es esparcirlo y no bailar a oscuras dentro de un baño, no cantar cuando nadie te escucha, no guardar para siempre tantos cuadernos atestados de palabras de oro. No es correcto dejarnos algo que nos fue dado y no devolverlo. No es ético y te lo enseñan en jardín de niños, dónde la inocencia lo cubre todo y es cultivada para crecer.

Idearé la forma de decirle todo esto al mundo de alguna manera. Alguna vez…
Amar es una de ellas también. El artista ama el arte. El escritor ama a sus palabras. Yo odio las que no se entienden, por que son inservibles. Éstas otras son bellas, precisas e indispensables.
Yo ya entiendo la magia. Yo ya entiendo la magia, que es al arte. Y la alegría que me produce esto, debe ser compartida. Así… - y tomo a Annie del rostro – y por lo que es tan grato ser “artista”, ser un mimo, ser un mago.

La naturaleza es hija de tu mismo padre. Hermana.

Las personas que sienten el arte forman tanta parte de éste proceso como los artistas. Es la otra, de la otra mitad. Pues los locos vemos muchas mitades. 

Muchas cosas se descubren por errores. Son rastros. Son las huellas que deja Dios ¿Verdad que son bellas?

–      ¿Qué…? – sonrió cuando vio en mí la luz de la conciencia de nuevo. Tomé el rol de mimo que había dejado tirado en el suelo y me metí en el una vez más. Sonreí también y me acurruqué entre las almohadas, cerrando los ojos, esperando con desesperación su compañía y su calor de éste…de éste, mi lado vacío.

Aún no era de noche cuando me dormí y tampoco lo era cuando desperté. Sentía que las pesas que cargaba en la espalda se habían caíd,o e incluso me detuve un momento para buscarlas. Su mano seguía conmigo, ella sumergida en profundo sueño junto a mí, casi a mi frente. El reloj marcaba una sola hora pasada y ya sentía que había hibernado. Me sentía nuevo, me sentía que mataría canadienses tan fácil como pelo las uvas.
Si,  las uvas sin cáscara son geniales. Soy un as haciendo de las mías con ésas frutitas.
Era apetecible seguir a un lado de Annie porque su aroma se deprendía en toda la habitación, pero más fuerte era cerca de su rostro. Si alguna vez vuelvo a ver ése conejo de peluche alguna vez en mi vida y lo olfateara, afirmaría con certeza que tiene aroma a Annie.  Y no perdería nunca su rastro.
Sin embargo, tenía tanta energía que me sentí ansioso de caminar, y si me quedaba allí seguramente comenzaría a saltar en la cama o a hacer algo que me tuviera agotado de nuevo. Estaba acostumbrado a estar agotado, que fin.

Levanté su mano para dejarla en la almohada y no provoqué ruido alguno al salir. Cerré la puerta lentamente, seguro de que no rechinarían mis medias contra el suelo y caminé hasta la cocina. Ahora si tenía hambre y sed y todas las cosas juntas. Me sentía más humano que nunca y era asombroso, incluso seguía con algo de frio.  Como digo, natural y perfecto.

Ethan parecía haberme ganado de antemano. Paralelo al futuro que no había soñado… ¡Por dios, era cierto! No recordaba lo que había soñado, y haber dormido una hora apenas tenía que ver con ello, por teorías resueltas que me he impuesto anteriormente y que sabía que eran ciertas.
Me miró con cierto aire de desprecio, cosa que ignoré disfrutando de mi más reciente naturaleza humana. Juraría que estaba celoso, pero no de ése sentimiento que destacaba yo en ése momento.

–      ¿Dónde está Annie? – me preguntó.

Y allí las aguas se fueran en una dirección que yo ya me sabía de memoria.

–      Claro – no respondí a su pregunta, sino más bien a la mía, y me dirigí a la cafetera para retirar la bebida que él previamente me había calentado. Como si me bastara entender a mí la respuesta y no quisiera compartirla con él, que se muere por enterarse. Me divertía con él. Era como verme al espejo, pero vestido de payaso.
–      ¡Hey! – llamó mi atención de nuevo con su cara de niño mañoso.
–      Si no fuera porque Justin aún está vivo, diría que eres su reencarnación. Pero tampoco lo serías, por que eres la mía – le dije.
–      Eso es atroz.
–      Tienes razón ¿Por qué reencarnar en algo similar a ti o en algo que te le pareces? Puede ser que puedas reencarnar en un perro o en una mosca ¿No? Nadie lo sabe, descuida, no te preocupes, ni te aflijas, ni te confundas. Te lastimarás las manos con tus propias uñas.

El chico se miró las manos y luego me observó. Y yo a él, mostrando los ojos detrás de la taza de café. Contaba los segundos esperando a que dijera algo más. O no “algo más” sino lo mismo, pero de manera más simple o explicándolo.

Quería ser un buen mimo. Pero debería esforzarme extra con el chico. Aún su mente no crece, seguramente ni la usa. Y si la cuestión es en años mente… ¿Qué edad tendría yo?

Rayos, no quiero ser viejo.

Me dominaban las ganas de averiguar qué tal le caía por sobre la validez de una simple pregunta. Una pregunta inundada de indicios narcisistas que muchas veces me hacían creer que yo le debería de caer bien a todo el mundo. De no ser así, no habría razón por la que me apresurara por averiguarlo.
Al final, deduje que no. Que yo no estaba en su lista de favoritos. Pero aún así sentía que me conocía. Después se lo dije. Le dije que creía saber más de él de lo que él sabe de mí y me atacó de su lado más oscuro y más improvisado.

-       Mientes – me dijo, elegantemente cortante como a mí me gustaba hablar. Sentía que había aprendido de mí. Tenía que saber algo de mí, pero algo mucho más rebuscado que aquello.
-       Oh, miento, si. Sé mentir muy bien ¿A qué se debe? Y ya deja de mirarme así porque no me harás daño ni se encenderán llamas debajo de mí mágicamente sólo porque broten limones agrios de tus ojos.
-       Me harías un favor si sólo te subes al avión con nosotros hacia España. No me importa nada más que ella.
-       ¡Pero qué pedazo de ternura que eres! – me di la vuelta, hacia el pasillo nuevamente con la taza de café en la mano y él fue capaz del atrevimiento de tomarme del brazo para así voltearme hacia él.
-       No es una opción, socio – me dijo – Nadie aquí correrá riesgos por tus caprichos suicidas.
-       ¿Y quién te ha comentado sobre ello? – respondí – Quizá me equivoqué y desciendes de Dylan. Un sucio patético y sabio héroe de caricaturas y de novelas románticas.
-       No tengo por qué explicarte nada – había un toque de confusión en sus ojos.
-       Ni yo – traté de irme, pero de nuevo lo impidió.
-       Si vas a hacer lo que quieres. Si vas a hacerte el héroe allí en la guerra. Pues bien ¡Por mí, lo que sea! Pero haz que ella no te extrañe, antes. Haz que te odie y que te desprecie.
-       Eso la lastimaría.
-       ¿Todo tiene que rodear en todo a ella ahora? ¿No hablábamos de ti? ¡Tú tienes una vida larga, y se rumorea que es hasta interminable! Yo cuento los días que pasan y los segundos que me quedan, y ya no me alcanzan los números. Tengo una enfermedad terminal y es inevitable. Es terriblemente egoísta que quieras morir. Es estúpido y te envidio todo lo que tienes y simplemente no puedo hacer nada al respecto... ¿Qué demonios te hace especial? ¿Qué ella te quiera tanto? Sabes que a mí también me quiere ¿Verdad? Me dijo que me ama, y aunque eso fuera una mentira, terminaría de conformar lo que queda de mí. Ella tiene que amarme, yo la quiero.
-       ¿Y quién fue el idiota que te dijo que el amor siempre es mutuo? Además yo no voy a morir, en eso te equivocas, compañero – y no dije nada más.
-       ¿Qué? ¿Serás más que yo durante... siempre?
-       Tampoco – resumí.
-       ¿Por qué te guardas las cosas? ¿Por qué no me lo dices todo? No deberías juzgarme tan mal.
-       ¡Oh, y mira quien lo dice! Te faltó decirme que soy un perro y cerrábamos el caso.
-       ¡No sé cómo tratarte! ¡No te conozco y ya te envidio! Y sacas lo peor de mí. Me desconozco en estos momentos.
-       ¿Insistes en una segunda oportunidad, es eso? – dije, sabiendo más de lo que estaba consiente – Oh, la tienes. Pero no ahora.
-       ¿Cuándo?
-       Yo no decido eso. El futuro es el futuro. Y bienvenido a la lista.
-       ¿Cuál lista?
-       Mi lista – la tenía siempre en mi bolsillo. Taché su nombre. Ya era parte de mis visiones, parte de mi vida – Tienes toda una vida para que yo te explique éstas cosas.
-       ¿Significa que viviré mucho tiempo? – dijo tan ilusionado que comenzó a creer en mis absurdas habilidades de predecir el futuro.
-       Yo no dije eso.

Y grabé en mi cabeza su imagen para describírsela a Justin cuando lo viera. Casi parecía que estaba pintando su retrato. El retrato de Ethan Andrews, se llamaría. Pero guardaba un misterio que no tenía resuelto hasta el momento. ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora? Y sobre todo... ¿Por qué habría aparecido así de crecido en la realidad, siendo todavía un infante en mis sueños? Annie creería que iba a encogerse, pero eso era ridículo incluso para mí. Mantener misterios es mi especialidad, y era tan bueno en ello que lograba engañarme  a mí mismo. Algo tiene el chico que él mismo desconoce de su futuro. Pero era tan incierto, que sólo daba de consuelo esperar y mientras tanto imaginar que todo está bien.

Mi propia muerte que predije quizá tenga algo que ver. No es seguro, pero lo que sí lo es, es la tranquilidad que me genera. Debería estar tapado del miedo por saber que voy a morir apenas entre a la guerra, pero aún así quiero ir. Es inexplicable incluso hasta para mí. Tengo dudas sobre ése sueño, creo que no es real, lo que tampoco sería lógico. Pues... ¿Qué tenía de diferente? He soñado con muertes mucho antes, con la diferencia que sólo he visto la mitad de ellas por evitarme las otras y porque algunas no llegarán sino dentro de tantos años.

Algunos sueños son así de alejados. A Ethan lo soñé el año pasado, por ejemplo, y ha sido la espera más extensa de todas. Y finalmente estaba aquí, el futuro siendo humano quizá ¿Será realmente que viene a decirme algo? ¿Puedo obligarle a que me lo diga incluso cuando él está tan confundido como yo? No sé qué viene a decirme, y comienzo a dudar si realmente viene por mí, pero por alguna razón está en mi lista. Gente que acepta lo que me ocurre, lo que nos ocurre a mí y a mis hermanos ¿Será él acaso otro de ellos? Si es hijo de Justin, es perfectamente comprensible.

Pero, otra vez: Si es hijo de Justin ¿Qué hace aquí? ¿Y con su misma edad? No hay lugar para la siguiente generación cuando ésta aún está viviendo.
Ethan es su vivo retrato, pero dentro de sí, es igual a mí.
Oh... claro.

Que inútil me he puesto con esto, ya hace tiempo que no interpreto sueños y ya se me ha perdido la costumbre.

¡Ha estado tan claro frente a mí! Ethan debe soñar el futuro también. Es hijo de Justin pero tiene mi habilidad. Aunque no en ésta vida. No ahora. Y nos queda más que esperar hasta que el futuro le dé su tan ansiada segunda oportunidad.

¿Qué lo hacía tan propenso a ello? ¿Su fracaso siempre en el primer lugar? ¿Estaba condenado al número dos como yo lo estaba con el cinco; como Justin con el tres; o como Dylan con el uno? Crecerá dos años drásticamente, he dicho. Así será y estoy... casi seguro. El capítulo de la numerología lo había escrito Justin y al parecer su hijo iría a actualizarlo.

Pero otra vez: no se sabe cuándo.

-       ¿Chicos? – Annie hizo presencia debajo del marco de la puerta - ¿Qué están haciendo?
-       Nada Annie, sólo trabo amistad con mi tío – y me rodeó el cuello con su brazo.

Que sea incluso de mi misma altura daba a creer que deberíamos ser primos y no sobrino y tío. ¿Qué seguía? Que Dylan tuviera un gemelo algo menos agraciado.

Me retiré. Me quité el brazo de Ethan de encima sin verme grosero y me dirigí otra vez a la habitación.

-       Creo que he logrado que me tome cariño – oí que le decía a Annie, que venía detrás de mí.

Dejé que me encontrara fácilmente en su habitación otra vez. Me tenía mirando por la ventana. Finalmente era de noche y yo sentía que ya había dormido más de una semana.

-       ¿Has decidido ya? – preguntó después de haberse asegurado de que me sentía mejor.
-       España es muy hermoso y he estado allí una sola vez. Sólo cuando dejé a Susie en la casa de mi abuela.
-       Debes saber que... – la interrumpí.
-       Si, está grave, lo sé – me empiné la taza de café como si fuera una bebida alcohólica fuerte que mataría todos los malos recuerdos, revolviéndolos en mi cerebro como una maquina lavadora.
-       Murió, Mike – sabía ella que la decapitación rápida dolía menos.

De no ser que la taza no era mía, la hubiera dejado caer en el suelo.

¿Qué?

-       ¿Y Susie? – pregunté con la voz quebrada.
-       Debes venir con nosotros, te necesita – trató de chantajearme psicológicamente. Estaba seguro de que si Susie estaría en verdadero peligro, no hubiera sido tan grosera de haberla dejado en la calle.

Pero parece que Annie escuchó mis pensamientos porque dijo:

-       ¿Por qué crees que Angie no vino? Se quedó a cuidar de ella. Te extraña, está enamorada de su hermano mayor.
-       No puedo decepcionar a mucha gente junta – dije, sosteniéndome de la ventana.
-       Exacto – ella me llevaba por el camino que quería – Debes venir.
-       No puedo dejar a Justin – pensé en excusarme con mi hermano, pero seguidamente sentí que escapar y dejarlo no era discutible, ni entre mi mente y yo -  no me iré sin él.
-       Podemos ir a buscarlo... – la interrumpí de nuevo.
-       ¡Ya está en actividad Annie! Está en la mitad del campo.
-       ¿Tienes alguna idea acaso? Lo que sea.
-       Oh claro que tengo una idea. Iré por él.
-       Eso implica que te metas en la guerra.
-       Exacto – pronuncié.
-       ¡Aguarda! – dejó su calma de lado - ¡Ése no era el trato!
-       Sólo entraré con el uniforme y mi defensa – señalé el rifle que aún yacía en el suelo de su habitación – No pelearé. Lo buscaré y saldremos de allí. Después iremos a dónde quieras que vayamos.
-       Dijiste que ibas a morir en la guerra.
-       Con otro propósito Annie, ahora tengo otro propósito. Estoy cambiando el presente, por lo que el futuro también debe de cambiar.
-       Eso no me asegura que salgas vivo.
-       O es eso, o simplemente te vas con Ethan a España sola.
-       ¿Y dejarás a Susie?
-       Está con Angie – me clavé un cuchillo a mí mismo cuando pensé en dejarla sola.
-       Esto es chantaje.
-       No tienes opción – le hice saber.
-       ¡Lo sé! No tienes que recordármelo – Dio varias vueltas con sus ojos y finalmente se detuvo en mí – Se me ocurrirá una mejor idea en la mañana ¿Esperarías?
-       Bien, pero mientras tanto, la mía es mejor – sonreí ante la idea de tener finalmente un plan, y sin tener que ocultarle nada - ¿Y qué con ésta noche? ¿Dormirás conmigo otra vez?
-       No. – respondió rápidamente – Lo último fue...fué... – bajó la mirada tornando rosadas sus mejillas sobre una sonrisa nerviosa.
-       ¿No tienes una buena excusa?
-       Tenía sueño – logró pronunciar – Ésa es una muy buena. Y estabas enfermo.
-       Oh si, miento tan bien. Que orgullo.
-       Iré por... café, té...algo... lo que sea – y salió detrás de la puerta más rápido de lo que pude calificar.

Levanté mi rifle del suelo y dejé que enfriara mis manos por unos cuantos segundos. Tendría que volver a él y a su custodia. Pero sentía que era un peso ligero. Encontrar a Justin dentro del campo quizá pareciera imposible, pero mientras él me hallara con la mente no parecía ser tan...

-       Brillante, te felicito. Es una excelente idea. Yo iré a la guerra en tu lugar – Ethan apareció detrás de mí con la presencia tan fuerte como si acaba de partir un vidrio.

-       Já – reí irónicamente – Yo nunca dije eso.
-       Si. Te guardas muchas cosas que crees que no adivinaré – me arrancó el rifle de las manos y se alejó de la habitación con él – Es interesante.

Finalmente Annie regresó detrás de su sombra y notó la expresión cortada que había en mí.

-       ¿Qué ocurre contigo? ¿Has visto un fantasma?
-       No, pero lo habrá. Sí que lo habrá – dibujé seguidamente en mi un gesto de interés - ¿Tienes ropa negra verdad?

    ***
Hola <3
Finalmente aquí, dejé que Michael hablara sólo.
Éste capítulo pudo haber sido muchisísimo más largo. Él tiene TANTO para decir, que se tuvo que omitir demasiado. Finalmente se sabrá lo que quiere decir en los otros capítulos. Que no siga narrando no significa que lo perdamos, o que nunca vuelva a hacerlo otra vez ¿Les gustaría que él tomara el control de algún otro capítulo?

Michael ha estado muy activo - quiero resaltar - en éste capítulo. Pero aún así quiero agradecerle por despertarme a las tres de la mañana con nuevas ideas y cosas que escribir cuando al otro día he tenido algún examen importante o algún suceso igual de serio. 
A veces lo detesté, pero realmente creo que no quiero que se vaya jamás.

P R E G U N T A ~

Ya vieron la encuesta a un lado. Eligieron más a Michael. Después de éste capítulo
¿Que nuevas opiniones tienes sobre Michael? ¿O qué te pareció su relato?

Simple C:

A pelar uvas se ha dicho.

#MimeOff

Nuevo soundtrack de la novela allí >>





3 comentarios:

  1. Oh Me encanto que Michael relatara, es realmente interesante lo que dice, hasta cierto punto que llegue a confundirme, pero poco a poco llego a entenderlo.
    P.D, perdón si llego a ser un fantasma lector e.e pero no puedo llegar a publicar comentarios ya que no los publica o borra todo D:


    ¡A pelar uvas!

    ResponderEliminar
  2. Hacia mucho tiempo que quería comentarte, pero mi pc se estropeó, y todavía no encuentro alguna solución para el problema. Afortunadamente, pude conseguir un tiempo en otro, porque no me gusta quedar debiendo. Y tampoco dejar sin crítica a una historia tan buena como Believe, pienso que no es justo.

    No sé si serán las uvas, o que cada día me encante más tu manera de escribir, pero finalmente hallé un reemplazo para el capítulo 5. Quizás éste lo supera bastante, desde mi punto de vista. Michael es un personaje muy complejo, pero adorable también. Adorable a su manera. Y Ethan... me estoy haciendo una teoría sobre él, pero quiero esperar antes de decirla.

    Y sí, me gustaría que volviese a tomar el control en otro capítulo. U otro relato. Le da un estilo único a cada palabra.

    Adiós, Kati. Que estés bien :)

    Marie ~

    ResponderEliminar
  3. Simplemente hermoso me gusto mucho que michael narrara sin duda tiene mucho que decir aunque tengo que admitir que hubo ratos en los que me confundi pero conforme segui leyendo comprendi un poco mejor ojala pronto michael pueda seguir narrando porque casi puedo jurar oia su vocesita mientras hablaba.

    P.D. me gusto mucho ese soundtrack te mete realmente en la historia

    ResponderEliminar