Michael escribiendo la primer carta falsa a su "Mamá"
El verde de la forestación externa provocaba un violento contraste con el gris de la habitación. Le oí decir a mi comandante que estábamos adelantados al enemigo, por lo cual tachó de una sola cruz los territorios que no necesitaban cubrirse. Lo único en lo que estábamos en desventaja era la parte de la cantidad. Ellos siempre eran más.
Llevábamos una semana siendo cadetes, pero
aún podía leer el temor en los pensamientos de mi hermano. Ocultaba la
escarapela americana de sus ojos parpadeando regularmente y mirando al general
fijamente sólo cuando era realmente necesario. Si descubrían que él no era
Canadiense, lo enviarían al ejército estadounidense, a la par de Dylan.
Supuse que no permitirían que nuestro cerebro
se atrofiara, por lo que vertieron libros de texto sobre nuestro intelecto y
algunos ejercicios de física para aumentar nuestra agilidad mental y nos daban
las horas antes de dormir para estudiar.
Día que pasaba, día que Michael se aterraba
más. Estaba tan metido en que lo descubrirían que se pasaba noches completas
bajo el cobertor de la cama, con una linterna y un libro sobre la historia de
Canadá, hasta que se quedaba dormido con él en la cara.
Sus ojeras al otro día delataban las horas
que había ocupado en leerle el libro tres veces seguidas. Se llevaba un diez en
teoría, pero no sabría que excusa inventar cuando lo sorprendieran tirado en el
campo, durmiendo, mientras practicábamos tiro.
El sol se estaba poniendo cuando comenzábamos
a registrar la última actividad del día. El simple ejercicio para hacernos más
hábiles.
Nunca, nunca en toda mi vida, he podido hacer
más de dos flexiones. Y fue bastante ridículo creer que no se darían cuenta y
que no se burlarían de mí. Michael no tenía las energías para reírse, así que
después de hacer la mitad de las flexiones que debía hacer, se quedó tirado en
el suelo, hasta que Devon nos alarmaba de la presencia del general.
Ésa noche nos tocaba a ambos hacer la
guardia. Estábamos en los dos extremos de la puerta, con nuestros gorros a la
mitad de la cara, yo con mi espalda apoyada en la pared fingiendo una pose
recta, y Michael tenía el rifle de forma vertical con sus manos sobre él como
soporte de su mentón. Estaba tan frustrado como exhausto. No dormía bien en
días, y si no dormía, no soñaba. Y peor que se pone tenso cuando no sabe que va
a pasar en el futuro.
Esto se convierte en un hábito adictivo. Yo
tampoco puedo dejar de leer mentes ahora.
– ¿Cómo va el
estudio? – pregunté, para tratar de no quedar dormido también.
– Tengo que
saberlo todo sobre Canadá para mañana. Harán una revisión.
– No creo que te
saquen. Has hecho todos los ejercicios, incluso la pista de obstáculos ¡Me tomó
toda la semana terminarla!
– No me sacarían
si peleáramos contra otro país, pero... ¡Soy del país enemigo! Si me dejan ir
sin matarme sería un trato amable.
Se armó un barullo entre los arbustos.
Michael y yo, tan audaces como nuestra energía nos lo permitía, tomamos nuestra
posición de ataque, alzando el rifle con ambas manos y con extra seguridad.
Las hojas se calmaron misteriosamente de
repente. Bajé la retaguardia. Michael caminó delante de mí hacia el bulto de
yesca y pasó su mano por la capa superior. Apartó algunas ramas y filtró la
vista entre pequeños orificios que quedaban entre las hojas.
– Estoy
enloqueciendo – suspiró.
No pude dormir ésa noche debido a mi
adrenalina a su alto nivel. Cuando levanté la cabeza queriendo distraerme de mi
lucidez, encontré noventa kilos de oscuridad rodeando a la única luz que se
filtraba por la ventana. Michael, sentado frente a ella, imitando la posición
de un niño embobado por alguna película de Disney.
– No te
preocupes por lo de las flexiones. Yo no hice ninguna – dije usando mi
reflexiva técnica de hacer sentir mejor a alguien poniéndome por debajo y
despreciándome.
– No he soñado
esto pero... ¿Recuerdas cuando fuimos a la casa de Dylan y empuñó un arma?
Tengo la misma sensación ahora.
– No veo tu
punto pero... Si, lo recuerdo. Recuerdo como su lento movimiento terminaba de
ejercer presión sobre ése gatillo cuando estaba frente a ti.
– No sentí eso
cuando estaba frente a mí, sino...
– ¿Annie? –
sonreí, traviesamente.
– No te ofendas,
pero hay cosas de las que necesito hablar. Cosas que no puedo decírtelas a ti.
– Enamorado.
– Cállate.
– Extrañas a
Annie, hombre. No te hace un extraño. Es más... Se me hacía raro que no la hayas
mencionado en todo el tiempo que hemos estado aquí ¿Cuál es tu problema? Nos
entrenarán, estaremos en forma, iremos a la guerra, volveremos y la volverás a
ver.
– ¿No lo
entiendes verdad? Cierto, nadie me entiende. Sólo ella me entiende – volvió la
mirada hacia mí – Agh, yo no dije eso... – se asqueó el sólo – No frente a ti.
Me eché a reír como un descocido. Mis
compañeros me callaron.
– Lo único que
sé es que no entiendes nada.
Al otro día, mantuve una larga conversación
con Devon para no quedarme dormido en lo que esperábamos al general. Michael
estaba del otro lado, también algo adormecido respecto al insomnio.
La conversación terminó en nuestra familia, y
más que nada, sobre mi papá. Respecto a lo que yo creí sobre aquél hombre que
me acompañó en el parque años atrás. Me propuse a encontrarlo, pero la ilusión
sobrevoló en mi imaginación y pronto recordé que no sabía nada sobre él. Así
que me animé revisando las mentes de todos buscando una imagen, buscando a
alguien que también lo haya visto, alguien que también lo conociera. Pero
estaban todos pensando en lo nerviosos que se encontraban ante la inspección
del mes.
Nadie estaría pensando en un hombre parecido
a él.
Deseé ser Dylan. Deseé poder leer los pasados
de los demás: así sería más fácil. Revolver memorias, buscar pistas. Pero sólo
podía ser yo mismo y usar todo el poder en el mejor esplendor.
La inspección pasó tan rápido que salió de mi
mente en poco tiempo. Michael fingió lo mejor que pudo y no le prestaron tanta
atención.
Soñé dos veces con Ethan. Suelo creer en
coincidencias, pero creo que fue la única explicación. Lástima que mis sueños
no valen como los de Michael.
Ésta vez no fue una trompeta la que me
despertó, sino una alarma de arduos ruidos. Mis tímpanos saltaron lo más alto
que pudieron e inmediatamente me puse de pie, borrando mi cansancio. Mi pereza
dejó de ser importante y despegarme de mi cama ya no era la gran cosa.
El general informó que estábamos listos, tras
seis meses de entrenamiento. Necesitaba recubrir algunas áreas que reclutó a
todos los soldados en orden alfabético desde la A hasta la G.
Maldije la inicial de mi apellido. No me
sentía listo; aunque la seguridad era lo único que me hacía falta.
Michael me despidió con la mirada. Salí
tomando mi casco y rifle de un manotazo y con la cabeza en alto me perdí entre
la fila recta que formaban mis compañeros. Era la hora, mi hora.
Un asistente – o no sé qué cosa del general –
se acercó por la puerta de la que habíamos salido. Traía órdenes de las bases y
se acercaba con un buen problema: Faltaba un chico estadounidense y estaba
registrado en la escuela de dónde nos sacaron.
Agradecí que no estuviera allí para ver su
cara. El general estaba tan furioso que echaba humo. Sus pasos denotaron su
frustración. Por su mente desfilaban las consecuencias de la situación.
– Hylton –
pronunció leyendo un papel – Al frente.
Apretó sus párpados lo más fuerte que pudo y
soltó el primer paso hacia delante.
– General.
– ¿Cree que lo
que hace está bien? ¡¿Lo cree?!
– No, señor.
– Merece morir.
– Lo sé.
– Qué lástima...
eres ágil.
Michael le suplicó con los ojos lo más que
pudo.
– Vete – le dijo
con compasión y luego le gritó - ¡Ahora!
– Si, señor.
Michael no estaba tan seguro de hacia dónde
iría. Pero salió por detrás del lugar acompañado por un hombre en la camioneta.
Su mirada se apegó a las huellas que yo había dejado al salir del lugar, y se
despidió de ellas instintivamente, observándolas una vez más y caminando en
dirección contraria.
***
Estaba yo tan concentrado en el follaje de la
pradera que no advertí cuando se detuvo la camioneta en la que viajaba. Todos
mis compañeros de la A, a la G formaron una fila delante del general a
cargo y nos habló tan rápido que no pude retener ni una palabra.
Me dirigí al fuerte número tres y ahí me
quedé, esperando compañía. No podía imaginar que sería defender todo un fuerte
yo sólo.
Una de ésas tormentas de nieve que disfrutas
cuando no vas a clase se estaba acercando hacia mi ubicación. Quisiera poder leer la mente del clima,
recuerdo que pensé. Así adivinaría la forma de cubrirme mejor.
Comenzó a hacer frío de repente; y por pura
intuición, supuse que sería así toda la semana. Estaba desconectado del
pronóstico del tiempo en la tele o incluso de internet. No había usado mi
teléfono en meses; y hasta creo haber dejado mi i-pod en casa.
Pensé que sería excitante, pero fue aburrido:
no pasaba nada.
Bajé la retaguardia y me recosté sobre una de
las paredes. Traté de dormir, aunque no fuera la mejor de mis ideas.
Soñé con aquél hombre, deteniéndome de la
mano a los siete. Caminaba por un angosto sendero rodeado de manzanos y piedras
enormes. Más adelante: las cataratas de Niágara en todo su esplendor. Jamás
había conocido tal maravilla desde que ése, mi
padre, me llevó.
La tarde había terminado cuando ambos nos
sentamos al borde de la entrada de mi casa en ésos entonces. Me enseñó a
hacerle un nudo perfecto a mi corbata, que hasta el día de hoy seguía
practicando. Luego me pasó la mano por la cabeza, aplanando mi cabello. En su
mano izquierda llevaba mis anteojos. Jamás había querido usarlos y los arrojé
lejos en cuanto salí enojado de la escuela.
Pronunció palabras rotas que no pude armar ni retener ¿Por qué mis
sueños tienen que ser así de imperfectos? Pero como amante del suspenso, quedé
armando mi vida perfecta en mi imaginación en lo que uno de los chicos llegaba
corriendo a mi fuerte y me llevaba de los pelos hacia la realidad.
– ¿Qué no te
enseñaron a tocar? – dije, tratando de recordar el nombre del chico, entre
tantos que me había memorizado en los últimos meses.
– Cuando venga
un yanqui dispuesto a matarte, no creo que tocar la puerta pase por su nivel de
consideración. Además aquí no hay puerta – me respondió Dominic, en cuanto
recordé que así se llamaba.
– Los yanquis no
son tan malos. Mi madre se casó con uno – callé cuando me di cuenta que me
contradecía yo sólo. Christopher no tenía de bueno ni el nombre.
– Lo dices por
tu hermanastro. Que por cierto, se lo acaban de llevar a su país ¡Peleará
contra nosotros! ¡Contra ti! Es un traidor, cuando lo vea, será al primero que mate.
– No nos gusta
que nos llamen hermanastros. Él es mi
hermano, y no podrás matarlo. Tiene más habilidad en una mano que tú en todo el
cuerpo.
– Si es por eso
¿Por qué tú no te vas allá también? Ya eres mitad yanqui.
– No sabes nada.
– ¿Y tú si?
¿Acaso…?
Un viento fuerte y dos kilos de tierra me
empujaron hacia atrás. Caí detrás de mi refugio y levanté el arma. La bandera
estadounidense resplandecía del otro lado. Había un chico tan joven como
nosotros merodeando por el lugar. Cayó muerto debido a balas disparadas
repentinamente desde el fuerte número cinco. El general vino en nuestra ayuda
pero Dominic ya había entregado el espíritu. La bala le había dado debajo del
casco, en la nuca. Lo llevamos con el enfermero, pero ya había perdido el
pulso.
Fue terrible tener que cavar ahí mismo para
enterrarlo. Me tocó a mí hacerlo.
Se me hundió el alma cuando lo vi inmóvil en
el fondo de su tumba improvisada. Tener que echarle tierra en la cara con el
temor de que aún esté vivo empalideció mi rostro e hizo que me mareara. Devon
tomó la pala y prosiguió por mí.
Nos dieron siete horas para dormir, de las
cuales ocupé dos.
Siendo más o menos las tres de la madrugada,
me levanté arrastrando el rifle con desgano, dejando una larga línea marcada en
la nieve derretida, y me subí a la última camioneta.
Cuidé de no pisar nada con las ruedas que
pudiera provocar algún ruido y conduje hasta que encontré la primera luz.
Parecía ser una tienda de objetos que ignoré, o alguna estación de servicio. La
puerta estaba abierta, pero adentro sólo había un hombre de barba, vestido de
traje azul, delgado y fregando un vaso de cristal. Me senté frente a él y pedí
lo que sea que me atrajera sueño, o si era mucho pedir: que me haga olvidar de
mis problemas al menos por un momento.
En lo que él preparaba algo para mí, sin
intención de cobrarme al ver mi uniforme, yo me dirigía al teléfono público que
colgaba de una de las paredes, debajo de una pintura antigua de la Torre Eiffel
o de la estatua de la libertad: mi vista nublaba y borrosa no me dejaba pensar
cuerdamente y aceptaba lo primero que mis ojos percibían.
Deslicé mis dedos por las teclas del teléfono
inútilmente. No tenía noción del espacio y mi mano muchas veces caía por debajo
de la tecla numeral. No podría controlar ninguna de mis extremidades por lo que
mis piernas temblaban queriendo caer al suelo y dezcanzar por todas las otras partes
de mi cuerpo que no podían hacerlo.
El hombre dejó mí bebida sobre la mesa
esperando a que me rindiera con la batalla contra el teléfono y se sentó frente
a mí. Tenía una sonrisa inexplicable y casi burlona. Debí haberlo imaginado: un
tipo que no puede con sus propias manos contra un objeto inanimado como un
teléfono público, tampoco podría defender a un país completo de un enemigo
especialista en armas como lo era Estados Unidos.
– Hombrecito,
cuanto has crecido – dijo. En cuanto oí su voz, descubrí que era una mujer. No
podía creer cuan desorientado estaba. Y su barba no era barba: se trataba de un
pañuelo negro.
No respondí. Traté de enfocar los ojos en mi bebida
para no errarle y echármela encima.
– ¿Justin? –
insistió.
Aún seguía sin hablar. Ignoré el extraño
hecho de que conociera mi nombre. Estaba tan distraído que era capaz de
imaginar que tenía una etiqueta con mi nombre en el uniforme que no había notado
aún, o algo así.
– Jovencito. Que
no me respondas ahora no hace más que empeorar nuestra relación.
Levanté la cabeza. Era inimaginable.
– ¿Maestra Dallance?
No puedo creerlo.
– Yo no puedo
creer que estés metido en esto también – contempló triste, mi uniforme, una vez
más – Ser madre me hace comprender la forma en la que me engañaron. No puedo
contactar a mi hijo desde que se lo llevaron ¿Sabes algo de él? – dijo
reteniendo sus lágrimas.
Pensé en el fuerte número tres. Pensé en
Dominic y en su fusilamiento.
Tragué saliva de forma nada sutil y bastante
ruidosa.
– Su hijo… no.
Lamentablemente no me ha tocado compartir fuerte con él, así que no sé nada –
mentí con eficacia y me prendí de mi bebida – Señora ¿Qué me ha dado? ¿Qué es
esto en éste vaso? Me ha calmado las ganas de fumar.
– ¿Fumas Jeremy?
– dijo en un tono maternal oprimiendo las ganas de regañarme. La señora le
había dado clases a mi papá, así que muchas veces me confundía con él y me
llamaba “Jeremy”. No era tan descolocado de todos modos, ya que se trataba
también de mi segundo nombre; el cual toda mi vida odié, y cobraba significado
desde éste momento.
No me reveló el secreto de su bebida. Sólo me
preguntó que me parecía tan peculiar en ella.
– Fácil –
respondí – Tiene un sabor asqueroso.
– Los remedios
no nacieron para ser sabrosos – afirmó y tras varios segundos de silencio,
prosiguió por relatarme la historia de su vida, en la cual yo solía interesarme
mucho cuando me daba clases. Hacer a un maestro hablar para no tener que
estudiar era una de mis especialidades en el quinto grado. Pero ésta vez rodó
por cuenta propia que me mantuviera despierto escuchando cada detalle.
– … Adopté a
Dominic, el cuarto de mis hijos cuando los demás partieron a ejercer cargos
profesionales a otros países. Criar cuatro niños adoptados tu sola no es algo
que piensas que lograr sólo de palabra. Por eso se llevaban muchos años de
diferencia: quería tomarme mi tiempo especial con cada uno de ellos y… Y ahora
simplemente se lo han llevado.
No podía permanecer allí más tiempo. El sol
hacía indicios en aparecer, pero mi trato amable y la pesadez de mis pies me
obligó a quedarme ahí, sentado. Levanté la cabeza para tener una mejor imagen
del sol subiendo hacia su lugar. Su luz me encandiló por unos estantes e
intenté rebuscar la mente de mi hermano para saber qué ocurría del otro lado
del muro.
***
Michael no pudo dormir por que el ruido y
movimiento de la camioneta en la que iba era fuerte, veloz y constante, pero
por suerte había conciliado un par de horas de sueño la noche anterior, lo suficiente
como para cargar cinco o seis visiones del futuro. Se le dio un papel y una
pluma para que escribiera una carta a sus padres. Usando el correo a la
antigua, se evitaba el uso del internet y el hackeo por parte de los canadienses; por que las cartas que
circulen se quedarían dentro del país y dentro de la zona restringida. En
aquella carta les tenía que explicar lo sucedido, inventar una excusa o simular
un testamento para hacerles creer que ya estaba muerto y que no tenía sentido
que lo buscaran.
Estaba a punto de decir que no tenía madre y
que su padre era un despreocupado, pero se guardó el papel. Lo desdobló y
escribió una carta, si, para otro destino. Comenzó a soltar letras sobre la hoja
en cuanto lo dejaron sólo en la oficina del secretario de la escuela con una sola
lámpara que era la única fuente de luz. Debía apresurarse antes de que su entrevista
con su nuevo general comenzara.
Annie:
El día
que nos reclutaron al ejército fue un secreto. Pero todo estuvo en las noticias
creo que a la semana siguiente, por lo menos en el canal local; y por lo menos
es eso lo que me dijeron. No tenemos televisor aquí y ésta es la única manera
que tengo permitida para comunicarme con alguien. Las cartas llegan rápido por
todo el movimiento que hay y por la responsabilidad que tienen sobre nosotros
con nuestros padres al ser menores de edad.
Descubrieron
que no soy canadiense, así que me trajeron de nuevo aquí, casi sin definir
concretamente mi supuesta “Traición” y perdonándome la vida.
No
pueden saber que… hablo contigo, así que si me respondes, firma como mi madre. Por que eso es lo que eres.
No te
arriesgues y cuídate. Hago esto por que necesito hablar con alguien y Justin,
mi propio hermano con el que pelearé… está del otro lado y aunque él
pueda oírme en sus pensamientos, yo no puedo responderle.
No quise
decir “pelear”, como en una guerra… para nada. Mamá, no voy a ir a la guerra,
así que no te preocupes, estaré contigo pronto.
He
podido dormir unas horas y aclararlo todo un poco.
¿Recuerdas
a “S”? Soñé que lo conocía mañana. Te contaré sobre él cuando lo vea.
Tu hijo, Michael.
– ¿Tu madre se
llama “Annie”? – le preguntó el que controlaba el correo que salía de la
escuela militar. Leían todas las cartas, obviamente, para asegurarse de que
nadie le escribiera a otra persona que no fueran sus padres ni pasara
información extraña.
– Sí – respondió
Michael, firmemente.
– Bien hecho en no
decirle a tu madre que no es una guerra. Así permanecerá calmada.
– Lo sé.
– ¿Qué significa
“S”? ¿Es un código? Borraré ése último renglón.
– Bien, hazlo.
El encargado
tapó el último renglón con corrector para bolígrafos y echó el sobre dentro de su
bolsa de repartos.
***
Yo no sé cual es la razón, pero han dejado muchas de leer, o éso es lo que puedo ver desde acá. La razón quizá sea que la novela ya "Terminó" ¿Pues saben algo? Nunca debí haberle llamado "Final" por que no lo es. Apenas todo ésto está comenzando y aún no ha pasado nada. Creo que "Believe" fue para poner todo el órbita: quiénes son los personas, dónde están y cómo son creo que lleva bastantes capítulos.
Lo aclaro por si ésa es la razón.
Háganme saber que siguen ahí por que sino, todo ésto deja de perder sentido.
Si no quieren comentar (Ya sea por que se traba, es difícil o ésas cosas) Aquí, en el ask, (http://ask.fm/aceofhearts) en lugar de hacer sólo preguntas pueden dar comentarios. Ahí no necesitas tener una cuenta y creo que saben lo fácil que és.
Espero que les guste el capítulo, voy subiendo más lento por razones obvias y por exámenes.
Nos vemos por ahí en el blog de nuevo ^^
Hoy tampoco hay "PREGUNTA" - Dont feel like asking anything -
~
¿Asi que enviaron a Michael a EU? ¡Dios pobrecito!
ResponderEliminarOsea se estudia todo el libro de Canadá y lo mandan de vuelta, que triste :c aw. Ya quiero leer que pasa, aparte se encontrara con Dylan uuuh que miedo (?
Bueno haber que pasa en el siguiente capitulo, bye :)
Se me hizo corto, más corto que el anterior (por cierto creo que no se publico mi comentario pero si comente D:). Como sea, me gusta mucho la perspectiva del Yostin xd osea en Believe era como que el alegre, el que siempre sonreía, el optimista. Aquí te das cuenta que es casi igual que Michael.
ResponderEliminarY Michael :3 mi vida, me encantan sus cartas. Ya se me hacia raro que no sufriera por Annie e.e aunque no le guste admitirlo, todos lo sabemos :3
No dejes Believe nunca
N U N C A
Por si no habia quedado claro antes xd
xo
Holaaa!! :D Este capítulo me dejo más sorprendida que el anterior O__o Creo que siempre me sorprendes cada vez más jajajajaja
ResponderEliminarNo tengo palabras para definir este cap :F quiero seguir leyendo más!!! NECESITO MAAAS D: (sin presión e.e) jajajaja
Estoy de acuerdo con Tuffanu, inncreíble, se me saltan las lágrimas con las palabras de Michael :,) que tiernoo ♥.♥
Sube prontoo !!! :D :D
Un beso enorme y gigantesco!
Adfadsfafsfags, taldos. Este capítulo resulta simplemente indescriptible; La separación de los hermanos, Justin defendiéndolo, la fusilación de Dominic, el que Michael se encuentre en el bando contrario y, a raíz de ello, junto a Dylan. Eso ya va despejando más o menos las causas de la muerte de Hilton, sabiendo que, probablemente, Jus lo hizo para que nadie más de su bando lo matara, y no por órden del Ojitos, como yo había pensado con anticipación. Pero por sobre todo amé la carta hacia Annie. Este muchacho es demasiado tierno, pero creo que aún así ella no se sentirá en calma. Además, sabiendo lo... "impredecible" que puede ser Michael y toda su vida, me aterraría tenerlo en un lugar tan peligroso.
ResponderEliminarEres una escritora fantástica. Te lo dice una, digámosle, "colega" en este ámbito. A la misma vez, comprendo lo que sientes, cuando las visitas o los comentarios disminuyen y no sabes por qué. Sin embargo, fuerza. No desperdicies el talento que tienes. Believe y Trust son uno solo, ambas igual de estupendas, punto. No te rindas.
¡Que estés bien!